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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

La taberna mística

19 de abril de 2021

Esta semana hemos celebrado el cumpleaños de Benedicto XVI. El cuerpo nos pedía a gritos, con la inercia de la alegría, brindar por todo lo alto, ganas duplicadas porque hoy conmemoramos el aniversario de su elección; y eso explica la cantidad de fotos conmemorativas en las redes sociales de Joseph Ratzinger con una o dos buenas jarras enormes de cervezas bávaras. Los más teólogos han recordado incluso, a modo de brindis, esta sabia máxima del libro El espíritu de la liturgia: «Esta conexión entre liturgia y alegre mundanidad (Iglesia y taberna) ha sido considerada como típicamente católica… y lo es».

La conexión es tan estrecha que tengo comprobado en mis propias carnes que las ganas de salir de vinos después de misa son directamente proporcionales a lo clásica y cuidada que haya sido la liturgia. Durante las de rito tradicional, con su solemnidad a flor de piel y su severidad sacra, se entiende especialmente bien que fuesen coetáneas del surgimiento de la religiosidad popular, de las romerías festivas y del folclore católico. Esa conexión es una constante en el pensamiento chestertoniano. Tanto que, a él y a sus amigos les veían «the boozy halo of Catholicism» (o sea, la aureola alcohólica del catolicismo) sus detractores. En Oxford, alguien muy mosqueado por el predicamento que tenía entra la juventud, se marcó este epigrama: «Hay cinco cosas que los jóvenes chestertonianos reverencian:/ el chuletón, la ordinariez, la Iglesia, el lío y la cerveza».

Los más exquisitos progresistas son, en efecto, veganos, cool, agnósticos, abstemios y más partidarios de la Felicidad y la Utopía que del jaleo de la realidad. Obsérvese la obsesión por la felicidad de la que hacen gala en los mundos deprimentes de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en el mundo feliz de Huxley, en 1984 de Orwell y en El señor del mundo de Benson. «La diversión es aún más divina que el humor», resumió Chesterton, viéndolos venir; y Carlos Barral anotó de los abstemios que «seguramente están mutilados de toda sensibilidad religiosa».

Como es natural, no se trata sólo de lo sobrenatural. Todo esto tiene una dimensión política, como estamos viendo en la campaña electoral de Madrid. Era imposible que en un país de vinos y cervezas —tan afecto a sus barras como España— pudieran cerrarse las botas y los grifos impunemente. Y no es que la reacción se haya hecho esperar, es que, al principio, se asumieron responsablemente las medidas anti-covid que eran indispensables. Luego, las ansias de libertad abstractas han tomado cuerpo. Por eso ha sido, está siendo y será tan decisivo que VOX y que Díaz Ayuso apuesten por abrir con seguridad bares, restaurantes y tabernas. 

La clave de estas elecciones y su enseñanza para el resto de España es que las clases trabajadores y medias -que también trabajan- van a volver la espalda a la izquierda liberticida, esto es, a los poderosos que la han tomado (por una implícita lógica implacable) con nuestros bares. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ingleses entendieron que mantener abiertos los pubs era un símbolo de la resistencia. Más allá del gesto de normalidad ciudadana y del enfrentamiento a la eugenesia y la higiene de un abstemio como Hitler, se conectaba con el aliento guerrero de Enrique V, gran bebedor de sherry, como cuenta Shakespeare. Este espíritu lo recogió George Orwell en una pieza memorable del articulismo: «The Moon Under Water«, que era el nombre de un soñado pub, arquetipo de todas las virtudes de su clase. El pub convertido en bastión de la resistencia inglesa. Los bares de Madrid no se van a quedar atrás, como estamos viendo.

Si algún solemne diese en leer este artículo, me lo afearía legítimamente por frívolo. Samuel Johnson, el gran intelectual inglés del siglo XVIII, tan aficionado a los pubs, naturalmente, cuando se acercaba un pedante, advertía a sus risueños amigos: «Muchachos, vamos a ponernos serios, que ahí llega un tonto». Por suerte escribo en La Gaceta y ustedes -chin, chin- ya me entienden y damos por sentado que somos partidarios de todas las medidas sanitarias imprescindibles, pero de ni una más

Lo importante es que la amistad, la camaradería, la diversión y la realidad, en suma, tienen un peso religioso -al menos en una religión encarnada- y un peso político -al menos, por suerte, todavía en España-. Son la refrescante espuma de la libertad, las burbujas de nuestra feliz condición comunitaria. Hay que celebrar que las celebraciones sean tan célebres. Que a pesar de todos los pesares no hayamos arriado las banderas de la alegría.

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