«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

La UE de las Pitucas

4 de junio de 2024

Dentro de los apoyos a la xenocracia —a esa Europa de los bien pagaos en la que nos la jugamos el próximo 9 de junio— el más divertido, o el más desolador, es el que le prestan las niñas de casa bien. Después de la moda y la decoración de interiores, el engendro europeo parece ser otro reservorio de pitucas. Si Gadafi tenía a sus leales amazonas, la UE tiene un ejército de julitas de big four, alguna en el PP, que esta semana nos han contado cosas sorprendentes sobre «Europa» y su gran capacidad de actuación. Actuar es bueno, qué duda cabe, pero hacerlo con criterio es mejor aún.

La compra de inyectables contra el COVID, los fondos NextGeneration y el paquete de sanciones económicas organizado para castigar a Rusia por la invasión de Ucrania habrán tenido de medida histórica todo lo que nuestras eurodiputadas del PP quieran. Sin embargo, lo primero ya no puede desligarse del Pfizergate, la eficacia y el buen reparto de lo segundo plantea ciertas dudas y lo tercero ha sido un ruinoso fracaso del que quizá no se han enterado todavía en los predios bruselenses de los populares. Bruno Le Maire, solemne europapanata, declaraba en 2022 que la UE provocaría el hundimiento de la economía rusa. Dos años más tarde, el FMI estima que Rusia crecerá en torno al 3% (frente el 1% de la eurozona) y Macron ya no sabe cómo meternos en el fregao ucraniano. La guerra que parecen ansiar los eurócratas, delirantes y fatuos es un peligro del que no nos advertirá ningún programa electoral, pero que deberíamos tener muy presente.

Otro euroasunto —nos lo explican desde Sotogrande o Chamberí— es que necesitamos más inmigración porque nuestra tasa de natalidad (1,16) es la más baja de la UE. ¿A nadie salido de tanta Business School de rompe y rasga, de tanto Council para esto o aquello, de tanta Asociación, de tanta Fundación y de tanto «chiringuitón» se le ha ocurrido que quizá lo que debiera incentivarse no es la entrada de alógenos en España sino el aumento de la tasa de natalidad y las ayudas a la familia? Obviamente, no. Eso son medidas iliberales, «nacionalistas», que recuerdan a los años más oscuros de nuestra historia. El nacionalismo es la guerra, como dijo Mitterrand, y aquí sólo se asume el de Stepán Bandera y los que sean útiles a las causas imperiales.

Nuestras amigas lamentan, además, que «la extrema derecha euroescéptica» sea «poco proclive a ceder la soberanía nacional a los órganos europeos». Como si la soberanía fuera un bolso o un par de zapatos que una presta en un día tonto. Sobre todo porque lo cedido ya no se recupera, y lo que no se cede es susceptible de ser negociado más pronto que tarde. Es así como funciona el engranaje europeo y es seguro que el plan (¿conflicto bélico o crisis mayor mediante?) terminará en un asfixiante «federalismo pragmático» a corto o medio plazo.

Con todo, mi parte preferida de su discurso es aquélla en la que se constata la distancia entre el pensamiento mágico y la realidad. Por un lado,  la verborrea en europolitiqués con la que nos hablan de garantizar la libertad de expresión, la seguridad de nuestras fronteras y la limitación de la histeria climática. Por otro, los cinco años en los que los populares han formado parte de la Comisión y en los que —con Úrsula al frente— han firmado el Pacto Verde y todo tipo de trapacerías.

Miren que lo intento, pero, pese a los esfuerzos pitucos, no consigo ver a la UE como un verdadero aliado. Al menos, de nuestros intereses.

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