«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.
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La UE hace aguas

15 de enero de 2025

Yo, de joven, era europeísta. Como todos. O casi todos. Entonces, la Unión Europea se veía como la modernidad, la buena gestión. Mis primeras dudas me asaltaron cuando fui stagiaire (becario) en el Consejo de Europa con una beca de la Fundación Condes de Barcelona. Aunque entonces no lo supe.

El Parlamento Europeo estaba repartido en esa época (finales de los 80) entres tres ciudades. No tenía edificio propio y para los plenos utilizaban el del Consejo de Europa en Estrasburgo. Las comisiones se celebraban en Bruselas y las sede central se hallaba en Luxemburgo.

Cada tres semanas aparecían miles de cofres metálicos repletos de documentación para la sesión correspondiente. Entonces formaban parte de la UE doce estados miembros. Los países originarios (el Reino Unido ya se había ido) más las últimas adhesiones: Grecia (1981), España y Portugal (1986).

Luego se incorporaron Austria, Suecia y Finlandia (1985). Más tarde, los de Europa del Este: Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Lituania, Letonia, Estonia, Eslovenia. Además de Malta y Chipre (2024). Finalmente, Bulgaria y Rumania (2007), y Croacia (2013). Veintisiete en total. Más llaman a su puerta.

Siempre pienso que los citados cofres deben de haberse multiplicado. Ahora son 24 lenguas oficiales. Incluso el maltés, que tiene 400.000 hablantes y son perfectamente bilingües porque fueron colonia británica. Algunos intentan hasta el catalán. Yo, la verdad, preferiría que los catalanes —y el resto de españoles— tuviéramos un buen nivel de inglés.

La segunda crisis fue cuando en el verano de 2021 volví a pasar por Estrasburgo. En esa ocasión de vacaciones. Hasta me dio tiempo de visitar la librería Kléber, que lleva el nombre del general que dejó Napoleón al mando de las tropas francesas, o lo que quedaban de ellas, en cuanto salió corriendo de Egipto.

El Parlamento europeo tiene ahora sede propia, mejor dicho: megasede. Y me asaltó la misma pregunta que le asaltó al escritor catalán Josep Pla cuando visitó Manhattan: «¿Esto quién lo paga?». Siempre me respondo que los alemanes. Hasta que un día se harten. Porque, como se sabe, no es un parlamento propiamente dicho —su capacidad legislativa es limitada—, aunque son más de setecientos diputados. Para enraizar la institución entre la sociedad civil, tienen derecho a invitar a un montón de gente en cada legislatura

Sin embargo, la crisis definitiva ha sido en la gestión de la inmigración con Von der Leyen al frente. Llevan más de veinte años poniendo parches. Recuerdo que en julio del 2023, en una de esas cumbres periódicas, tenían que endurecer definitivamente los controles migratorios. Empezaron a proliferar titulares en prensa en plan La inmigración desborda Europa. O prometían Más gendarmes antiinmigración. Ambos fueron publicados, por ejemplo en La Vanguardia de aquel 30 de julio.

Al final fue un fracaso y le echaron la culpa, como siempre, a Hungría y a Polonia. En diciembre de ese año volvieron a intentarlo. En teoría llegaron a acuerdos. No obstante, todo el mundo sabe que es papel mojado. Basta ver la vía canaria aunque, en ese caso, con la inestimable colaboración del Gobierno español.

Mucho criticar a Meloni, pero la fueron a ver hasta el primer ministro laborista británico, Keir Starmer, o el propio Pedro Sánchez. Y que conste que lo de poner campos de refugiados en Albania me parece que roza el respeto a los derechos humanos.

Como aquel barco inglés —casi un barco prisión— que fue inaugurado durante el mandato del conservador Rishi Sunak. Aunque nadie puede negar que la británica es una de las democracias más antiguas del mundo. Lo llega a proponer Santiago Abascal y ponen el grito en el cielo.

Por eso, es una lástima que la Unión Europea no tomara medidas hace veinte años porque, en materia de inmigración, las decisiones hay que tomarlas en caliente.

La UE hace aguas por su debilidad moral. Por una parte, por principios ideológicos propios de esta izquierda que va perdiendo electores. Y, por otra, por remordimientos de conciencia a causa el colonialismo de siglos pasados. Como si tuviéramos nosotros la culpa de lo que hicieron nuestros antepasados. Si no vela por la integridad de las fronteras, acabará entrando en crisis.

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