La hipocresía moral de la izquierda, que es fruto del desparrame conceptual de su ideología, permite a sus defensores proclamar exactamente lo contrario de lo que hacen y dicen. Pero, además, lo hacen envueltos en una especie de halo de santidad atea, en un buenismo tontiloco para engatusar a mentes de grillo, que oiga, aunque Vd. no lo crea, les sigue funcionando.
Por ejemplo, «el pacifismo de la izquierda». La ideología de los cien millones de muertos, de Katyn y de Paracuellos. De Pol Pot, de Stalin y del Ché Guevara. La izquierda que violaba a las monjas y destripaba a los sacerdotes durante la Segunda República. Esa izquierda que encarna, por ejemplo, el pacifista Pablo Iglesias (a Dios gracias, convertido ya en un bulto sospechoso, fuera de la política) que, recordemos, proponía «salir a la calle a cazar fachas», él que probablemente no haya cazado ni lagartijas. O el también pacífico Íñigo Errejón, que antes de que Elisa Mouliaá lo jubilase tras su magreo de quince segundos, pateó como un energúmeno a una persona que le había increpado. Son pacíficos, pero a la vez son violentos.
Esta semana hemos vuelto a ver un episodio de esa violencia de baja intensidad («violencia pacífica» la podemos llamar, si quieren) que tanto le gusta a la izquierda. Unos matones que acompañaban a la «periodista» Silvia Inchaurrondo se liaron a golpes y empujones con Vito Quiles mientras éste trataba de hacer su trabajo. Primero insultos, luego amenazas, después empujones y finalmente golpes. Con la impunidad que da saberse intocable, que para eso el bipartidismo ha hecho de los tribunales una prolongación de las sedes de sus partidos. Violencia pacífica de quienes se creen moralmente superiores teniendo la ideología más corrupta y criminal de cuantas han existido.
Ese mismo matonismo, que luego ejecutan sus mandriles antropomorfos en las calles, es la que anticipan personajes como Pachi López cuando, en la sala de prensa de la sede de la soberanía, insulta y amenaza a los pocos periodistas que no le ríen las gracias, ni le pasan la manita por el lomo. Pachi señala y otros golpean, en una versión 5.0 de aquello del árbol y las nueces del padre Arzallus. Porque si algo le gusta a un socialista es imponer lo que piensa a base de golpes: Francisco Largo Caballero, que deseaba ardientemente que hubiese una guerra civil, no me dejaría mentir.
Pachi Nadie y el profanador Bolaños disfrutarían metiendo al bueno de Vito y a Bertrand Ndongo en una checa, como la que había en el Círculo de Bellas Artes, por ejemplo. De momento no han decidido volver a abrirlas, pero denle ustedes un par de años más al tirano que se tira hasta las cinco de la tarde sin comer, y ya verán. Las checas, las cunetas y los paredones son el sueño húmedo de todo espíritu totalitario, y nunca ha habido ni habrá mayor totalitarismo que el socialista. Las urnas son solamente el peaje que tienen que pagar para que no parezcan, a los ojos de los demás, lo que realmente son.
La violencia pacífica de la izquierda va in crescendo, y a medida que se acerquen las próximas elecciones, irá adquiriendo, a buen seguro, el tono prebélico que les gusta a ellos; como cuando apedrearon a los asistentes a un mitin de VOX en Vallecas, donde no hubo muertos porque Dios no quiso. Como cuando los cachorros de ETA (socialistas también) reciben con bates de béisbol y cócteles molotov a cualquiera que pise Vascongadas portando la enseña nacional. Porque así son ellos, así han sido siempre y así seguirán siendo en el futuro.