El 9 de febrero de 2009, Eluana Englaro, en estado vegetativo por accidente durante 17 años, muere por inanición tres días después de que dejasen de alimentarla a petición del padre y con el consentimiento posterior de la Justicia. El Senado italiano, que debatía en el momento de su muerte un proyecto de ley para prohibir la suspensión de la nutrición e hidratación que mantenía a la joven de 38 años con vida, invitó a que todos reflexionaran sobre el derecho de la vida y la muerte. Parece evidente que Eluana no murió, sino que había sido asesinada, era un caso palmario de eutanasia. El Papa Benedicto XVI diría entonces que la eutanasia no es la solución, sino “una trágica y falsa respuesta al dolor humano”.
El pasado martes, en un caso extraordinariamente parecido, la Corte Europea de Derechos Humanos, a requerimiento de los padres, ordenaba mantener vivo a Vincent Lambert, paciente tetrapléjico en estado vegetativo desde hace seis años, en contra de una decisión judicial francesa favorable a la suspensión de los cuidados de alimentación y de hidratación artificial. El Consejo de Estado francés se había pronunciado horas antes a favor de interrumpir los cuidados que mantienen en vida a Lambert. La más alta instancia administrativa francesa consideró legal la decisión de los médicos del hospital de poner fin al tratamiento que mantiene artificialmente en vida al paciente de 38 años, por considerar que se trata de un «empecinamiento insensato». Su esposa, respaldada por los médicos, es partidaria de dejarle morir, pero sus padres se oponen por convicciones religiosas alegando asimismo que no se trata de un paciente en fase terminal.
Es ajeno a los signos de los tiempos que este mundo enteramente secularizado sea capaz de establecer límites a sus propias actuaciones, una vez que ha dejado de ver en cada ser humano la imagen de Dios. Ante un mudo être humain, cuyo único destello de vida en el reino dilatado de su aparente muerte son unos ojos abiertos y un cuerpo que experimenta dolor, no hay mayor tristeza y desamparo que el extrañamiento de advertir diabólicos verdugos que sólo contemplan un conglomerado degradante de células dispuestas a destruir. Caspar David Friedrich, manifestando el desamparo del hombre dijo en cierta ocasión: “Cierra tu ojo exterior para que veas tu imagen con el ojo del espíritu. Luego saca a la luz lo que hayas visto en el oscuro fondo, y haz que actúe sobre otros desde fuera hacia lo íntimo”. El final de Lambert será el proceso de un morir liberador cuando se produzca la salvación del hiato entre el amor debido y la indefensión extrema, en el momento en que coincidan el anhelo de plenitud que el ojo del espíritu pudo ver y la recepción del don de esa misma infinitud sólo posible cuando el hombre no se ha quedado vacío definitivamente de Dios.
Nos engaña la medicina cuando lejos de desahuciarnos del dolor, se revela inhumana y tan opresiva que se torna desconfiable; nos envenena ver truncado el poder de sanar cuando se abstiene la ciencia de darnos soluciones y terapias, arrojándonos a la cara nuestras penas y miserias; nos aleja de la excelencia del ser humano, enraizado en lo divino y portador de una misión en la tierra, creer que todo puede hacerse y no hallarse ya sujeto a más normas que las puestas por él mismo, proyectando sus esfuerzos prometeicos en todos los ámbitos de la vida humana.
Quienes se encuentran en estado vegetativo persistente son seres humanos vivos. La alimentación y la hidratación artificiales son cuidados ordinarios debidos a todo enfermo. Sin embargo, se ha introducido en muchos países la praxis de abandonar a los pacientes en estado vegetativo persistente, hallándonos así ante verdaderas formas de eutanasia por omisión de los cuidados ordinarios. La vida de un hombre en estado vegetativo persistente no está privada de valor. El valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian, cualquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre es y será siempre un hombre, jamás se convertirá en un animal o un vegetal. Un paciente en estado vegetativo permanente es una persona, con su dignidad humana fundamental, por lo cual se le deben los cuidados ordinarios y proporcionados que incluyen, en principio, la suministración de agua y alimentos, incluso por vías artificiales.
En un discurso dirigido a los participantes en un Congreso Internacional sobre “Los tratamientos de mantenimiento vital y el estado vegetativo. Progresos científicos y dilemas éticos”, Juan Pablo II dirá: «El enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica y a la prevención de las complicaciones vinculadas al hecho de estar en cama. Tiene derecho también a una intervención específica de rehabilitación y a la monitorización de los signos clínicos de eventual recuperación. En particular, quisiera poner de relieve que la administración de agua y alimento, aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre un medio natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto, su uso se debe considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como tal moralmente obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su finalidad propia, que en este caso consiste en proporcionar alimento al paciente y alivio a sus sufrimientos”.
Los padres de Lambert han adoptado una saludable determinación: frente al atentado contra la vida humana, la imposición y la conjura contra el don la vida, practicar la resistencia y el derecho a que se ampare la dignidad del hombre como imagen de Dios. No se puede hallar una fácil solución para un problema tan complicado, ni digerir sin escrúpulos la terrible simplificación y perversidad de dividir la verdad sobre el bien del hombre como imagen de Dios. Si es verdad que la muerte es un remedio que Dios concede ante el infinito desvalimiento en que a veces yace el ser humano, dejemos que sea Él y no el hombre autónomo quien decida el último instante, el momento de la partida. La maravilla del hombre no está en la perfección técnica, médica o científica, sino en el misterio de su presencia asombrada; no está en su eficiencia, sino en la epifanía de su rostro, sea éste el de un deforme o el de un hombre reducido a un lecho doloroso. Lo específicamente humano es ser el receptáculo que recoge toda criatura con amor para orientarla con su palabra y ternura, con su compasión y entrega, con su confiada oración, hacia su fuente misteriosa.
Un libro de Eric-Emmanuel Schmitt, Oscar y la dama de rosa, cuenta cómo un niño con cáncer, en los últimos tres días había puesto una nota sobre su mesa de noche. Había escrito: “Sólo Dios tiene el derecho de despertarme”. El hombre se despierta al mundo porque ha sido capaz de hacer silencio en el afán de sus días y descubrir el suave susurro de una voz que habla en su conciencia, que lo motiva y le da fuerzas para seguir adelante, para convertirse en alguien nuevo, para ser artífice de la transformación de la realidad que lo rodea. Sólo en la medida que seamos capaces de descubrir el mundo con ojos de asombro y de novedad, podremos decir sólo Dios tiene el derecho de despertarnos, porque sólo quien es capaz de abrir su corazón al diálogo con otro Corazón, será capaz de alcanzar un conocimiento que no sólo podrá afectar la mente, sino que es capaz de transformar la vida.