Avanza la financiación singular de Cataluña, o el expolio de su oligarquía al resto de España. Se suele decir que el español reaccionará cuando le toquen el bolsillo, pero camina dócil a pagar más impuestos para costear la «singularidad» de los catalanes.
Hubo desde Pujol un proceso inconstitucional de «contrucción nacional», otro posterior llamado «procés» de totalitaria ocupación de lo civil, un golpe secesionista, prevaricaciones varias y después indultos y amnistía. La situación, se dijo en el acongojante fragor del 2017, era gravísima y había que cambiar, algo tenía que cambiar en España, pero sucedió lo contrario y ahora los separatistas recibirán el pago de un botín, mientras mantienen todas sus competencias y potencias.
Ante ese «cupo», Feijoo escenificó la reunión de sus barones, un pacto previo al pacto. El resultado esta vez no fue pedir una ley (Ley de cupos) sino la convocatoria de la Conferencia de presidentes, un órgano propio de países de estructura federal que no está en la Constitución, fue creado por Zapatero y luego utilizado por Sánchez para repartir responsabilidades en el Covid.
Todos decidimos, todos somos España, defiende Feijoo, pero ese todos son los «territorios». La respuesta a los movimientos federalizantes ya explícitos es un autonomismo límite, ido de madre. «España es federal de facto», se dice siempre. La vía de los hechos.
¿Quién votó esa conferencia? ¿De dónde sale? El PP sigue fiel a su sino: recoger la herencia inmediata del PSOE y presentarla como sensatez. Su autonomismo es el de Zapatero. PP es siempre PSOE-1. En realidad, el PP es ya federal, mientras el PSOE huye con sus socios hacia lo confederal y la chapucería plurinacional.
Entre la presentación en sociedad de su pacto fiscal (la intervención ozoriniana de María Jesús Montero en el senado) y la preparación del congreso del partido, Sánchez dijo algo para fijar el contexto: estamos en una descentralización que es «parte del ADN federal y autonómico de nuestro Estado compuesto».
Pero España no era un Estado compuesto sino un unitario descentralizado. Nadie votó que lo fuera. Y lo peor de este cambio de naturaleza sobrevenido es que es compartido; he escuchado esta definición del Estado español a Aitor Esteban del PNV y al propio Feijoo. Repito: el PP ha asumido entre dientes la «composición» de España. El Estado compuesto permite sin trauma la federalización en ciernes (no es realmente federalización, pero nos entendemos) y va extendiendo la idea de que España es una suma de elementos. Todos decidimos, como dice Feijoo. Pero ese todos pueden ser, sin ir más lejos, los territorios que «componen» el Estado.
Sin cuestionar la unidad de España puede muy bien cuestionarse la naturaleza de esa «unidad». No es lo mismo una unidad originaria que una unidad derivada, una unidad formada por varios elementos. De igual manera, puede muy bien mantenerse la defensa de una unidad territorial (bajo la cúpula tranquilizadora de la monarquía) mientras se debilita la unidad nacional, la unicidad de legitimidad, historia y soberanía (es decir, la unidad es en realidad muchas unidades y «defender la unidad de España» es perfectamente compatible con debilitar su sujeto y sustancia).
La composición política y territorial de España, no lejos de la componenda, es prima hermana y emanación natural del consenso y de la recurrente, obsesiva figura retórica del pacto. El acuerdo entre grupos. Acuerdo es una bonita palabra, pero es así como funciona la mafia. La grupalidad acordada del consenso (tribus políticas) se traslada al Estado y del Estado, poco a poco, a la idea popular de nación y soberanía. Si la Constitución reconoce la «nacionalidad», que de suyo irá buscando la estatalidad, la práctica política (el «de facto») camina desde el Estado hacia trocar su fuente o fundamento, y en algún lugar se encontrarán la retórica estatal expansiva y descentralizadora de PP y PSOE con la retórica emancipatoria de las nacionalidades: la proclamación paulatina e informal del Estado compuesto, asumido ya por todos (menos Vox), irá extendiendo en los ciudadanos la noción complementaria de nación y soberanía: que esas partes-del-todo han de decidir, que tienen, todas ellas, un poder de decisión, que son. en cierto modo (modo siempre moderado), sujetos de cierta soberanía.
Este paso con birlibirloque de lo unitario a lo compuesto del Estado, nunca votado (se habla de ADN, secreto destino codificado que ahora florece) es un nuevo consenso (base posible de la II Transición) cuya formación viene de un proceso callado y mutante que es en sí mismo un largo golpe ejecutado por varias generaciones y varios partidos. Largo golpe sotto voce. Entender España como Estado compuesto es el fruto de una aquiescencia silenciosa, de una artera pasividad, de una paciencia de conciliábulo.
La respuesta al desgarro confederal que ya plantea abiertamente el PSOE acaba siendo, por parte del PP (es decir, de los medios), un autonomismo hipertrofiado, federal de facto (¡nos lo dan ya hecho!), que se acoge al órgano no constitucional de la Conferencia de presidentes y a la decisión (consensuada) de los territorios, actores con aire de petimetre en el drama o comedia (¿dramedia?) nacional.