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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Las etiquetas falsas

21 de febrero de 2022

La crisis abierta en canal del PP está manando ríos de tinta y la manida metáfora amenaza con ahogarnos de sobrevenida literalidad. Hectólitros de información duplicadas por hectólitros de opinión y triplicadas por hectólitros de suposición. No sumaré por ahora una gota de tinta, pero aprovecharé la riada para una reflexión desde la orilla. Con mucha frecuencia se está calificando al PP de «partido de derechas» e incluso, ay, como «partido conservador».

Yo entiendo que cuando se habla continuamente de lo mismo hay que buscar sinónimos para no ser cansinos, como los periodistas deportivos que hablan del «esférico», del «cuero» o de la «bola». Pero despierta muy poca confianza en un medio o en una firma que use con tanta ligereza las etiquetas políticas. Son muy numerosas las declaraciones de líderes del PP rechazando explícitamente ser de derechas. Un flamante Pablo Casado declaraba: «No soy de derechas. Quien me conoce sabe que soy moderado» (en El Independiente el 22 de julio de 2018). Los periodistas los podían llamar «los moderados», por ejemplo. Todavía me choca más que lo llamen el partido conservador. Mariano Rajoy, en un momento tan significativo como un congreso de su partido, en Elche, el 19 de abril de 2008, declaró: «Yo quiero que nuestros socios sean los que son, Merkel y Sarkozy; y si alguien se quiere ir al partido liberal o al partido conservador que se vaya». La militancia le aplaudió a rabiar. Los tertulianos no deberían llamarle partido conservador, sino partido merkeliano o sarkozista. 

En España, el partido que pertenece al Grupo de los Conservadores en el Parlamento Europeo es Vox, aunque yo, que sí soy conservador, tampoco se lo llamaría a Vox

Pensé que vivíamos en una sociedad que mostraba más respeto a la autopercepción de las personas. Sería muy raro que yo me considerase del Cádiz C.F., pero que todos los que se refiriesen a mí dijesen: «el columnista colchonero» o «el poeta del Barça». Chocaría bastante. O que un comentarista de golf motejase de «cuero» a la bola que golpea Jon Rahm.

En España, el partido que pertenece al Grupo de los Conservadores en el Parlamento Europeo es Vox, aunque yo, que sí soy conservador, tampoco se lo llamaría a Vox. No porque no lo sea, sino porque el partido de Abascal es más cosas. Acoge a personas de muy diversas sensibilidades y aspira a la transversalidad ideológica tanto como a la social. Tampoco el conservadurismo, por otra parte, es un partido. Es más bien una actitud o una sensibilidad, como dice Michael Oakeshott. Sin duda, no es una ideología, como explicaba Russell Kirk.

Pero ya sea como actitud, como sentimiento, como talante, como instalación en el mundo o como tradición, el conservadurismo es un elemento básico de la tabla periódica de la política. Por eso, tanto abuso del término por periodistas y opinadores produce una adulteración muy venenosa. Tanto, que me pregunto si no lo harán queriendo, para sofocar o, al menos, desprestigiar cualquier atisbo de pensamiento conservador serio en nuestro país. Porque llamando «conservadores» a los populares, se identifica al conservadurismo no sólo con lo que no es, sino incluso con quienes lo rechazan explícitamente; y, todavía más, atribuyen al conservadurismo algunas de sus caricaturas.

Contra el conservadurismo se ha dicho que consiste en preservar las medidas políticas del progresismo, convirtiéndose en su colaborador necesario y en su imprescindible legitimador. Desde luego, el PP lo ha hecho con la ley de la memoria histórica, las diversas ampliaciones del aborto y la presión fiscal. Pero eso no es el conservadurismo, que en verdad consiste en preservar exclusivamente lo bueno y lo bello. Hay que aplaudir, por tanto, a los líderes del PP, que se han negado, con coherencia, a ser llamados conservadores.

Suplico que se respete la voluntad del PP, y no se les llame ni de derechas ni conservadores

Otra crítica al conservadurismo es la que los moteja de «conservaduros», por considerar que nada es más importante que la economía, siempre lo primero. Aquí también el PP cumple al pie de la letra de cambio. Y otra crítica: los «cuckservatives», que en inglés viene a ser como los corniservadores. Esto es, ésos que se presentan a las elecciones contra la izquierda, sí, pero dejan que las ideas de la izquierda les pongan a sus espaldas los cuernos con sus mujeres, hijas e hijos, porque han abandonado la batalla cultural y permiten que en sus familias penetre la cosmovisión progresista. Para el conservadurismo, sin embargo, como explican T. S. Eliot, Roger Scruton y, mucho antes Balmes y Donoso Cortés, la cultura es su principal campo de acción política, más que la economía (que importa, claro, pero después).

En resumidas cuentas, el PP cumple escrupulosamente con todos los requisitos de la caricatura del conservadurismo; y no con sus elementos realmente constitutivos. Por eso es loable que el partido haya rechazado siempre esa etiqueta (¡gracias, de corazón!) y también es lógico que los periodistas y columnistas que tienen una idea distorsionada del conservadurismo lo asocien con el Partido Popular.

Suplico que se respete la voluntad del PP y no se les llame ni de derechas ni conservadores. Se mostrará delicadeza con sus deseos y, sobre todo, no se enturbiará, por inercia o por intención maquiavélica, un concepto político de vital importancia. Y que cada vez la tendrá más.

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