Irene Montero fue defenestrada. Podemos se reunió para darle un homenaje y terminar de vender su cabellera. Las caras eran de enfado allí. El gesto muy torcido todas ellas. Porque una de las cosas que trajo Irene Montero al feminismo español fue esa: la cara de cabreo, la institucionalización de la señora que riñe. No es que antes no hubiera mujeres así, pero ella lo llevó al cargo.
Esta vez, sin embargo, el enfado no era hacia el hombre. Esta vez el culpable no era el patriarcado sino una mujer, aunque la cara fuera la misma.
El techo de cristal se lo pone Yolanda. El patriarcado la aupó, en realidad, y la que se la carga es una mujer ayudada por otras mujeres que aceptan el veto.
Bill Burr retrató el funcionamiento real de las feministas con el ejemplo del baloncesto: «La NBA femenina ha estado jugando frente a 300 o 400 personas durante 25 años. ¡Es una Liga subsidiada por hombres y ninguna apareció! ¿Dónde están todas las feministas? ¡Ese lugar debería estar repleto de feministas! Pero ninguna fue. Fallaron a las mujeres. Yo no tenía que ir ¡ellas sí! ¡Y no fueron!. Las mujeres fallaron a su liga. Señoras, nombren a sus cinco mejores jugadoras de baloncesto. No, mejor: nombren el equipo de baloncesto femenino de su ciudad. No pueden hacerlo ¡porque les importa una mierda!».
Irene Montero sería buena o mala, pero era su líder, la líder del feminismo, importante aunque sólo fuera por la ‘leña’ que movía y… ¿qué han hecho? ¿Dónde están las masas moradas? ¿Alguna se ha movido? Ninguna. Es más: sus compañeras del metal la han vendido.
Montero ha sido la Jomeini del último feminismo español y el feminismo español la ha abandonado. ¿Qué valor tiene ya ese colectivo? Es una especie de nuevo sindicato que paga el Estado. En lugar de señores caducos con fular o jersey de bolitas aparecen las mujeres, y en lugar de empleo hablan de brechas. Pero sirven para lo mismo: son el corchopán de los partidos.
Lo peor de todo no es la defección feminista, es el aire de superioridad de las otras, las feministas correctas. Detestan a Montero, pero ¿qué serían ellas sin Irene? Por simple contraste, Irene Montero las ha normalizado y acercado a la sensatez, cuando lo que dicen es una sandez de enorme calibre. Montero al menos es coherente en su corrosión progresista, pero ¿de qué van las otras? Al final, el feminismo es un momio del que se están aprovechando todas y todos, como se ve estos días con el uso que el PP hace de la «violencia de género», concepto absurdo con el que no se puede discrepar como tampoco podría hablarse de ciertas violencias «de raza».
El feminismo español ha sido una de las mayores timos del planeta, rivalizando sólo con alguna primavera otaniana. La proporción de dinero, tiempo y recursos utilizados no tiene igual. La mujer española quizás sea la minoría oprimida que más dinero ha recibido en el mundo en términos per cápita. Mucho dinero. Por no hablar de las victorias simbólicas y la indulgencia psicocultural. Se puede hablar claramente de una burbuja feminista en España.
Pero de eso, al final, hace un uso los partitocracia, que se encastilla en la falacia de que hay un terrorismo machista o de que los hombres matan por ser hombres a mujeres por ser mujeres. Negar eso (que no es negar la violencia) sirve para ser sacado del consenso. Es una religión de Estado y ahí tenemos a los del PP yendo de feministas cuando hace cinco minutos decían lo de «aquí, mi señora». El feminismo es un dentro-fuera y lo curioso es que la que se lo trabajó estos últimos años también se queda fuera.
Irene Montero era una ministra terrible, pero era la que se merecía el feminismo. Vox hace muy bien pidiendo la desarticulación de los chiringuitos, pero debería pedir además que devuelvan el dinero. ¡Que pidan perdón! Y que las que han trepado, destrepen.
Al poderoso, que suele ser hombre, el feminismo ni le tose, ni le ha tosido, ni le va a toser jamás. Ni en las empresas ni en la política. Y a Montero, que les abrió un ministerio a todas, la han dejado vendida. Sororidad no ha habido, pero es que ni un poquito de gratitud. Ni dos cacerolas han sacado (las estará fregando Manolo después de haber hecho las lentejas). El feminismo español está al escaño, el chupe, el trinque y la paguita. Como el resto, vamos.