«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Las lágrimas de don Cristóbal y el mundo de ayer

18 de febrero de 2025

El discurso de Vance en la cumbre de seguridad de Múnich significa, sin duda, un cambio de ciclo. Aún no sabemos exactamente qué va a venir ahora, pero es evidente que algo ha terminado. Y si hay una estampa que expresa con fuerza insuperable esa despedida, ese adiós a un mundo que se va, es la del presidente de la mentada conferencia, el alemán Christoph Heusgen (en lo sucesivo, don Cristóbal), llorando a lágrima viva en la clausura de la que ha sido su última conferencia. «Europa y los Estados Unidos ya no comparten valores comunes —vino a decir—-. Trump está en otro planeta. Esto es difícil…». Y ya no dijo más porque las lágrimas le ahogaban. La emoción de la despedida, nos han dicho. Sí, sin duda, pero no la despedida del ya veterano don Cristóbal, acostumbrado a despedidas y bienvenidas en su larguísima carrera diplomática, sino la despedida de un mundo, de su mundo, que se acaba de extinguir entre llantos de perplejidad.     

Todo se entiende mejor si sabemos quién es Heusgen, o sea, don Cristóbal. Perfil: alemán de 1955, es decir, criado ya en el insuperable complejo histórico germano; educado en los Estados Unidos, Suiza y París; en la carrera diplomática desde los 25 años, eficaz funcionario en puestos de responsabilidad desde muy temprano; habitualmente vinculado al cogollo político de la democracia cristiana; fontanero en el Tratado de Maastricht, especialista en asuntos de la UE, asesor de Javier Solana cuando fue responsable de la política exterior europea, promotor —junto al británico Robert Cooper— de la Estrategia de Seguridad Europea… Poca gente, en fin, más identificada que él con lo que hasta hoy ha venido siendo la deriva de la Unión Europea.

Pero, sobre todo, don Cristóbal fue el alfil de la política exterior de Angela Merkel, el cerebro imprescindible en la sala de máquinas, el tipo con el que siempre había que contar. De hecho, permaneció en el puesto nada menos que doce años, desde 2005 hasta 2017. Heusgen es uno de los principales responsables de la catastrófica política de puertas abiertas consecutiva a la crisis de Siria en 2015. Más de un millón de personas procedentes de Siria, Afganistán, etc., entraron en el país. Cuando dejó el cargo, fue para ocupar puestos en la cumbre de las Naciones Unidas. Desde allí se manifestó abiertamente don Cristóbal contra Trump cuando el primer mandato del norteamericano. Y después, ya como presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, se mostró abiertamente beligerante, llamó «payaso» al ex primer ministro ruso Medvedev y no paró hasta que Alemania envió a Ucrania sus primeras remesas de carros Leopard. En definitiva, don Cristóbal es la imagen viva de lo que ha venido siendo «Occidente» en el último cuarto de siglo. Y ahora todo eso desaparece, se esfuma, se desvanece, se evapora. Pobre don Cristóbal…

Pero hay otras lágrimas. Lágrimas que quizá don Cristóbal no vio. Lágrimas que, sin embargo, han sido provocadas por la política de don Cristóbal y de todos esos otros cristóbales que le reconfortaron, cariñosos, en su despedida. El sábado, un día antes de la llantina de Heusgen, un sirio de 23 años apuñalaba a un chaval de catorce en Viena. El jueves, en vísperas de la Conferencia de Múnich, un afgano de 24 años embestía con su vehículo a la multitud hiriendo a cuarenta personas, dos de las cuales (una madre y su hija de dos años) resultaban muertas. Días antes, el 22 de enero, otro afgano de 28 años acuchillaba a varias personas en Aschaffenburgo, matando a dos de ellas. Y en plena Navidad, un saudí arremetía con su vehículo contra un mercado navideño en Magdeburgo dejando seis muertos y numerosos heridos. No hubo lágrimas en las altas esferas para todos esos muertos. No hubo homenajes de la elite occidental. Menos aún, un don Cristóbal cualquiera que dijera «cometimos un error al dejar entrar a esta gente aquí». Nada. Al revés. Así que hay en Europa dos manantiales dolientes: unos que lloran porque su mundo se acaba; otros que lloran a los muertos que aquéllos han provocado.

Llora, Cristóbal, llora. Llorad mucho todos, porque no merecéis otra cosa. Habéis construido un mundo que ha terminado siendo invivible. Lo más importante que os dijo Vance fue esto: «Ningún votante de este continente acudió a las urnas para abrir las puertas a millones de inmigrantes sin control». Y el cierre: «No debemos tener miedo de nuestro pueblo». Con razón lloró Christoph Heusgen. Vuestro tiempo ha terminado. Echaros de ahí es ya cuestión de supervivencia colectiva.

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