El gobierno social y de progreso presentó hace poco una regulación del servicio doméstico. No se había publicado y ya había descendido la contratación, pues es un sector en el que predomina el negro y la no cotización.
Los cambios han venido siendo sobre todo nominales. Las chicas de servir ahora se llaman empleadas del hogar. Otro cambio es que las que tienen que servir antes eran españolas (en la peli de Forqué lo hacían en casa norteamericana, perfecta alegoría geopolítica) y ahora son extranjeras. Se les escapa a veces a los entusiastas de la inmigración: «¡piensa en quién cuida de tus niños!».
El anuncio de la medida por Yolanda Díaz coincidió, suponemos que por casualidad, con el estreno en Netfix de la película Calladita, sobre la peripecia en España de una chica de servicio colombiana sin papeles. Esta película, que se deja ver muy bien, es, sin querer o queriendo, una de las más críticas del reciente cine español, no tanto por su mirada a la situación del servicio como por el retrato que hace de una familia burguesa catalanísima que emplea en negro a la muchacha (catalanísima, aunque al niño pera lo llamarán Jacobo).
La definición de la trabajadora del hogar la dio el insigne jurista Manuel García-Pelayo (sentencia de Rumasa) en un trabajo de 1950, Esquema de una sociología de las chicas de servir: «aquellas mujeres que prestan servicios domésticos a una familia de clase media urbana a cambio de una remuneración precisa y periódica y que viven bajo su mismo techo», diferenciándolas de las amas de llave, del criado aristocrático, la servidumbre rural y el por entonces no infrecuente «pariente pobre».
La posición social de las «chachas» o «tatas» venía determinada por el hecho de vivir en el mismo hogar que los señores. Esto les daba una nota especial, distinta del obrero doméstico. Ellas, las «internas», son integradas hasta un cierto punto en la familia, con la que tienen una vinculación orgánica, sui generis, siendo a la vez un ser extraño a la misma. Esto se plasma especialmente en un momento, la comida en común, expresión de la unidad familiar. «Lo interesante es que de este acto capital y genuino la «chacha» está excluida como miembro activo: come aparte». Por lo general, o come distinto, o come aparte o come después. La diferenciación también se expresa y resalta con el uniforme, que ha sobrevivido.
A esta situación de vivir y a la vez no vivir con la familia el jurista la llamó «inordinación» y era lo que marcaba su especial condición laboral y sociológica. En el futuro, presagiaba, se iría ampliando esa distancia sociológica, el factor «extrañeza» entre las dos partes.
La chacha no se integra del todo, pero tampoco encuentra enfrente a un yo colectivo, una patronal. Su resentimiento y antagonismo contra la «señorumbre», latente siempre, se manifiesta «en ciertas formas elementales de lucha, como, por ejemplo, la sisa, los latrocinios, la venganza en los niños…».
El ministerio entra ahora a regular ese espacio de extrañeza aumentándola, trata de ordenar lo «inordenado» con un protocolo antiacoso (para el que se propase incluso ocularmente con la chica en uniforme-fetiche) y un examen vía app de la casa y habitación en la que viva (sinvivir) la empleada.
La distancia sociológica se amplía por los dos lados. Un rasgo definitorio de la chica de servicio es, precisamente, servir a un tipo de familia determinado. A ella la define, en cierto modo, la clase a la que sirve, la clase media española urbana, ayer democratizada y hoy agonizante. Por eso, en ocasiones, la chica puede ser una forma de afirmación, un marcador de clase terminal, lo que dará lugar a expresiones agónicas de clasismo y diferenciación. Este verano pude presenciar una escena curiosa. Dos mujeres de parecida edad paseaban por la playa un carrito de bebé. Llovía a cántaros y una, la madre (la señora), portaba para sí un paraguas. A su lado, la otra, de apariencia extranjera, custodiaba el carro y dedicaba el suyo a cubrir al bebé, mojándose sin nada que la protegiera. Había en la figura, a la vez, una unidad y una tensión que se mantuvieron a lo largo del señorial paseo.