Si nuestros abuelos viesen a la Policía Nacional repartiendo palos a pacíficos ciudadanos españoles, con sus banderas rojigualdas y su dignísima indignación, mientras dejan libres de todo castigo a los ilegales que nos invaden, con toda seguridad no creerían que esa es su España, la que defendieron (unos con sus vidas, otras con sus desvelos) durante décadas. Pero, en efecto, ni ésta es ya aquella España con conciencia nacional y deudora de su glorioso pasado, ni la Policía Nacional, con Marlaska de jefe, se parece mucho a la que conocimos hace años.
Por supuesto (pensarán ustedes), sigue habiendo muchos, ¡miles!, de agentes policiales que dignifican su profesión cada día, sirviendo al bien común y a la nación. Pero por desgracia, la historia nos demuestra que es casi imposible que un colectivo que depende de un ser abyecto y sin escrúpulos morales pueda librarse de ese lastre; y lo ocurrido en Ferraz, en el «noviembre nacional» donde se gaseó y apalizó a ancianos por llevar una bandera, o estos días en Alcalá de Henares, así lo demuestra de nuevo. De un árbol con las raíces podridas es muy dificil conseguir buenos frutos.
Lo cierto es que España, esa nación con tendencia a dormirse en los laureles pero que puntualmente se levanta para sacudirse parte de la inmundicia que se le va adhiriendo, ha dado en la ciudad cervantina un puñetazo en la mesa a través de una juventud que empieza a no tragarse las mentiras del sistema. Que ve cómo los violadores de chicas españolas son siempre, invariablemente, africanos que entran ilegalmente y que encima reciben un techo gratis y dinero «para ir pasando». Y que, mientras, sus padres trabajadores las pasan canutas para poder llenar la nevera un par de veces al mes. Esos jóvenes empiezan a perder el miedo a decir la verdad; en las redes sociales o ante un micrófono de Televisión Española.
El maliense detenido por haber violado a una chica de Alcalá cerca del centro de menas donde probablemente le daban comida halal y un smartphone 5G pagado por ustedes y por mí, jamás tendría que haber entrado en España. Ni él, ni miles como él. Debería estar en Mali con sus padres, si realmente es menor de edad; y si es mayor, trabajando para que su país sea mejor, o cometiendo delitos, si es que se lo permiten. Pero allí. España no tiene por qué repartir menas por todo el territorio nacional; no, al menos mientras haya una sola familia española que viva míseramente, como viven decenas de miles de ellas por culpa del bipartidismo empobrecedor.
En todos los países europeos con gobiernos decentes (o sea, patriotas), la inmigración ilegal ha sido uno de los elementos clave para que una mayoría social haya apoyado en las urnas a los partidos ideológicamente parecidos a VOX. Aquí no va a ser diferente. España, es verdad que despacio, con unos años de retraso respecto a lo que ya ha ocurrido en naciones como Hungría, Italia, Holanda o Polonia, despertará también del letargo y pondrá en el poder a quienes la defiendan de las mafias criminales que controlan la invasión migratoria, verdadero caballo de Troya del islam en nuestro tiempo. El proceso ya está en marcha y es sólo cuestión de tiempo que tenga consecuencias políticas relevantes.
Cuando eso suceda, cuando haya una mayoría de españoles decidida a que estén en el Gobierno personas decentes y no los criminales que hoy pululan entre la basura que ellos mismos han traído, entonces dejaremos de ver a agentes de la Policía Nacional golpeando con saña y disparando pelotas de goma contra los ciudadanos a los que un día juraron servir con honor. La culpa, obviamente, no es sólo de ellos. Es necesario sanear las raíces para volver a tener abundantes frutos.