Pedro Sánchez publicó ayer una Carta a la ciudadanía en la que pretende que Begoña Gómez y él mismo son víctimas de muchas cosas.
Sin embargo, las verdaderas víctimas son quienes carecen de los contactos y las recomendaciones, los que pierden contratos o, simplemente, no ganan concursos porque les faltan cartas o apoyos y quienes, en fin, carecen de acceso a esas ciertas redes de relaciones personales.
El español atesora una expresión triste y bella que resume, con crudeza goyesca, el fracaso de esa gente: «tener buenas aldabas» o, mejor dicho, carecer de ellas. La aldaba servía para llamar a una puerta. El Diccionario histórico de la lengua española (1960-1996) registra la acepción de «influencia, amigo o protector con que se cuenta para conseguir algo». Se emplea más frecuentemente en plural precedido del adjetivo «buenas» y con los verbos «tener» o «agarrarse». Por ejemplo, en El sombrero de tres picos, Pedro Antonio de Alarcón escribe: «―Es un ladrón, un borracho y un bestia! ―Ya lo sé… Pero tiene buenas aldabas entre los Regidores Perpetuos, y yo no puedo nombrar otro sin acuerdo del Cabildo». Así, el que tiene buenas aldabas a las que agarrarse, puede confiar en que se le abrirán ciertas puertas que a otros se les cerrarán. Las aldabas franquean el paso o lo impiden.
Las verdaderas víctimas son estos últimos a quienes se les cierran las puertas. Sin eventos que muestren un respaldo público, sin cartas de apoyo ni reuniones, hay ciertas cosas inaccesibles. Un empresario puede acabar arruinado porque nadie acude a su rescate con dinero público. Una pyme acabará cerrando porque no ganó el contrato que la hubiese salvado del concurso. Un autónomo pierde hasta la camisa porque le faltaba esa información que circula a través de circuitos informales. Por supuesto, no se trata de todos los concursos ni de todos los contratos, pero esas cartas de apoyo, esos actos públicos y esas cátedras tienen un sentido comercial evidente. Suponen una ventaja competitiva para algunos privilegiados y una desventaja para el resto.
Así, este victimismo epistolar del que hace gala Pedro Sánchez resulta no sólo una ofensa a la inteligencia, sino una obscenidad política. Él y Begoña Gómez disponen de sobrados recursos para defenderse y atacar a los opositores —deberíamos pensar qué democracia es ésa en que se ataca a los opositores, por cierto—. Para empezar, cuentan con la Fiscalía. ¿Con quién cuentan los empresarios preteridos en los concursos? ¿Los perdedores sin carta? ¿Los que ni siquiera intentaron concurrir viendo los apoyos con que otros contaban? A los perdedores, desde antiguo, los aqueja el mismo problema: les faltan buenas aldabas y, sin ellas, hay puertas siempre cerradas.
No entraré en el asunto de las responsabilidades en que se pueda haber incurrido. Begoña Gómez dispone, de nuevo, de unos recursos que la mayor parte de los ciudadanos no puede ni soñar en caso de verse investigados. Por lo pronto, un Ministerio Fiscal que actúa en su auxilio —algo poco frecuente—, un presidente del Gobierno que se sirve de su posición para defenderla y una caja de resonancia mediática para cualquiera de sus mensajes No han tardado en aparecer las críticas al juez instructor. Yo recuerdo al juez Marino Barbero (1929-2001), catedrático de Derecho Penal y magistrado del Supremo, a quien hicieron la vida imposible por instruir el caso Filesa y dirigir la investigación hacia donde era evidente que debía encaminarse. Ya sabemos lo que viene. Conocemos lo que le espera a todo aquel que se oponga a Pedro Sánchez y a su entorno.
Porque de eso se trata en el fondo. Hay un entorno de relaciones, contactos y apoyos —de aldabas, vaya— que se protege atacando. ¡Fango, fango! Parece que a Pedro Sánchez no le bastan todos los medios y recursos con que cuenta. Parece que no son suficientes las televisiones públicas, las radios públicas y el resto de medios públicos y privados que lo asisten. Además de admirarlo o temerlo, aspira a que lo compadezcan.
El victimismo epistolar es la última etapa del olvido de las verdaderas víctimas: los que carecen de aldabas.