«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Las viejas de las moneditas

30 de agosto de 2024

Es bien sabido que la intención de los globalistas es acabar con el dinero en metálico, el dinero físico. Será el fin de otra libertad, y más control.

Por supuesto, mientras la gente se queja de esta posibilidad abandona el metálico y lo sustituye por nuevos métodos de pago. La gente paga con bizum, con el reloj, con el móvil… hasta la tarjeta parece ya una cosa antigua y por antigua sospechosa.

La única resistencia la están planteando las viejas, las viejas de las moneditas (internamente esto sonará como ‘La fiesta de los maniquíes’ de Golpes Bajos), las señoras mayores que aparecen en los supermercados cuando toca el momento de pagar y en la caja hay una larga cola de gente esperando.

La causa explicativa del atasco siempre es la misma: una señora mayor pagando, no solo en efectivo, sino con el importe exacto. «Te voy a dar los sesenta y cuatro céntimos»

La expresión vieja de las moneditas engloba también a los viejos, pues a partir de cierta edad las diferencias son mínimas.

Las viejas de las moneditas, cuando ya han pasado por la caja todas sus compras, se toman su tiempo para pagar. Se encorvan sobre su monedero, que parece de repente profundísimo y oscuro, y empiezan a sacar de él monedas de todos los tipos, monedas que no ven porque están cegatas; sacan euros, céntimos, quizás saquen reales, antiguaspesetas… y van extendiendo las monedas sobre la superficie. La cajera las mira resignada, a veces con dulzura, según la hora, pero no le queda más remedio que implicarse en la resolución de la operación de pago que no solo es aritmética sino numismática.

Las viejas de las moneditas siempre dan el dinero exacto, quizás con la intención de colaborar con la cajera, pero como al final es la cajera la que tiene que obtener las monedas, el ahorro de tiempo es nulo. Entonces… ¿lo hacen realmente por ese motivo? Las viejas de las moneditas están animadas por un prurito mayor de exactitud. Dar la cifra exacta del precio se constituye en reto. Ni conciben pagar con algo que no sea dinero contante y sonante, ni conciben redondear hacia arriba el pago. ¿Para qué servirían entonces las moneditas? ¿Cuál sería su sentido?

Los clientes que esperan en la cola, mientras tanto, miran todo esto con sentimientos variables. Yo he descubierto ahí que soy mala persona, muy mala persona, porque lo miro todo con ira, una ira creciente, aunque con el tiempo, en mis períodos de espera iracunda, a punto de la combustión, he terminado por comprender que en esas mujeres está la salvación del dinero efectivo y, con ello, de una de las últimas libertades.

¿Y si las viejas de las moneditas estuvieran haciendo algo más que pagar? ¿Y si eso, esa dilación insoportable, ese espectáculo de conteo premioso fuera su manera de protestar? Su forma de pago tan característica es, en realidad, una salvación de la forma de pago. La forma de pago en sí misma se manifiesta ahí.

En cada cola del supermercado hay, al final (o al principio), como si fuera la cabeza de un cometa, una vieja de las moneditas y esa viejecita lo que está haciendo es defender el sentido de la moneda, de la pieza acuñada, de la institución milenaria de la moneda puesta en peligro.

Cuando ella busca su centimito (¡su irritante centimito!) está rescatando un dracma, un denario, un maravedí…

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