La convención nacional de Nuevas Generaciones del PP se ha encontrado con una sorpresa. Siguiendo su tradición de hablar claro y no tener demasiado temor a herir susceptibilidades típicas de lo políticamente correcto, la presidenta del PP madrileño les ha soltado a los jóvenes un par de verdades escasamente complacientes. Esperanza Aguirre afirmó que Nuevas Generaciones no debiera ser un lugar para que los jóvenes aspiren a “carguitos y carguetes”, sino que debe servir, únicamente, como catalizador de las vocaciones políticas, pero dejó muy claro que la obligación de los jóvenes que quieran dedicarse a la política no es gastar su tiempo en hacerse los simpáticos con sus jefes para que estos les den alguna prebenda o los coloquen en alguna lista sino formarse de la manera más concienzuda posible. Claro está que los jóvenes que escogen el mal camino criticado por la señora Aguirre no tendrían la menor posibilidad de hacerlo si en la vida política rigiesen criterios distintos a los del vasallaje al líder y el premio a la adulación y el aplauso, de manera que no es exclusivamente una responsabilidad de los jóvenes dejarse llevar por el mal camino, sino de quienes los alientan a hacerlo y les enseñan prontamente el camino de la lisonja y el emplearse a fondo en el peloteo para hacer carrera.
Hay que felicitarse por la sinceridad autocrítica de esperanza Aguirre, pero habrá que preguntarse si, en el fondo, sigue teniendo sentido que los partidos promuevan esas organizaciones juveniles paralelas que se inventaron los partido totalitarios europeos, tanto los fascistas como los comunistas, y que, si bien se piensa, no tiene absolutamente ningún sentido. Solamente si se cree, como creían tanto los nazis como Mao Tse Tung, que la juventud tiene algún otro valor que el puramente biológico tiene sentido el explotar este tipo de organizaciones. Es cierto que tanto los totalitarios de un signo como los del contrario han buscado en sus organizaciones juveniles una fuerza de choque, una energía capaz de transformar sus ideas y consignas en acción, pero la juventud, como tal, no significa valor alguno ni en el orden moral ni en el orden político. Por otra parte es absurdo reprochar a los jóvenes que se dediquen a trepar en el partido cuando los partidos fundan estas organizaciones exclusivamente para eso. Tal vez sea hora de que los partidos democráticos dejen de promover estos sucedáneos de sí mismos e inviten a los ciudadanos a participar realmente en política, sin pretender encuadrarlos desde la más tierna edad en organizaciones en que puedan ser fácilmente utilizados como carne de cañón de las respectivas fuerzas, para llevar a cabo las acciones menos defendibles, como el sitio de Génova 13 en las elecciones de 2004 y hazañas similares.