En un país tan aficionado a la caza como es España, era previsible que hubiese cientos de miles de opinadores con la escopeta preparada para disparar al nuevo papa ya desde su primera aparición en el balcón de la basílica vaticana. No conviene demorar mucho los primeros tiros, no vaya a ser que la victima elegida empiece a hacerlo bien muy pronto, y ya cueste más justificar la cacería ante la siempre sabía y docta opinión pública.
Los que peinamos ya algunas canas, y hemos visto a varios papas aparecer en ese balcón tras su correspondiente elección en el cónclave, recordamos que siempre ha sido así; se establecen previamente los clichés ideológicos tradicionales (conservador, liberal, rojo, progre, facha…) y en cuanto el nuevo sucesor de Pedro asoma la nariz por el balcón, empiezan los disparos: «¡Éste es un comunista, como Francisco!», decía un pobre trastornado en X a los treinta segundos de ver la emocionada cara de Prevost ante los miles de fieles que esperaban en la piazza San Pietro.
Aunque se pueda tomar a broma, esta prisa por acuchillar —es un decir— a los papas sin esperar siquiera a que abran la boca, evidencia el tipo de sociedad en que vivimos. La crítica destructiva, caprichosa, puramente emotiva ha sustituido al juicio sosegado por una sencilla razón: la verdad ha dejado de importar. Ahora lo que cuentan son los likes en las redes sociales o las visualizaciones en Youtube. Incluso por parte de medios de comunicación antaño «rigurosos» y hoy convertidos en una chirigota que nadie en sus cabales puede tomarse en serio.
En medio de este esperpento, León XIV es conducido, ya desde poco después de la fumata blanca, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha por esos mismos que, en el día a día, igual opinan de las causas de la dana, como del apagón o de la pandemia. Si Prevost dijo en 1987 —es otro decir— algo a favor de que los trabajadores vean reconocidos sus derechos, entonces es un rojo podemita, más marxista que Lenin. Si unos años después habló en una entrevista sobre la dignidad de la vida humana y el crimen que supone el aborto, entonces es un papa neonazi. Es más, le han llamado anti-Trump y pro-Trump prácticamente a la vez, dependiendo de si atendían a unas declaraciones sobre los inmigrantes o a un supuesto listado de simpatizantes conservadores americanos donde aparece un tal Robert Prevost.
Estas elucubraciones ideológicas son tan pueriles como disparatadas, y en realidad lo único que ponen en evidencia es el cerebro —y las intenciones— de quienes las hacen. Aparte de demostrar una profunda ignorancia de lo que significa el ministerio petrino y, en general, la Fe Católica, que nunca debe ser una ideología política sino la experiencia espiritual que se deriva de la revelación obrada por Cristo como Dios hecho hombre, y crucificado para la redención del mundo. Llevar algo tan grande a un espectro tan pequeño es verdaderamente idiota.
«Pero entonces, el nuevo papa, ¿es de izquierdas o de derechas?», se pregunta un sedicente católico de cabello plateado que lleva sin pisar una iglesia desde su primera comunión. Esa parece ser la cuestión que más les importa a muchos creyentes (o no) porque los medios que leen o los influencers que siguen les han llevado a esa engañifa colosal. «¿Se parece más a Francisco o a Benedicto?», pregunta otro, como alternativa a aquella pregunta que algún merluzo nos hacía siempre de pequeños: «¿A quién quieres más, a tu padre o a tu madre?». «Es que no respondo a payasadas», tuve que decirle por fin.
Tiempo habrá para juzgar —aunque lo que se nos pide sea «no juzguéis, y no seréis juzgados»—; podremos opinar, desde luego, y diremos si las cosas que hace o dice León XIV son buenas o malas, católicas o blasfemas. Pero lo diremos cuando lleve en la silla de Pedro, al menos, los «cien días» de confianza que suelen pedirnos los gobernantes más corruptos y sinvergüenzas. Al menos, esos mismos cien días de confianza y de respeto antes de empezar a disparar al papa.