«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Liberales del made in China

9 de abril de 2025

Trump proporciona momentos inolvidables como ver a la embajada china tuitear un discurso de Reagan. Coinciden así en Reagan el Partido Comunista  chino y los liberales (el comando laissez faire).

Hemos visto estos días a los socialistas defender a Wall Street y el sistema financiero internacional y a los liberales  defender el made in China. Y a los dos, por supuesto, anunciar el gran crack, el lunes negro, la crisis que confirme sus deseos…

Tendrán que esperar un poco. A Trump le han echado un Covid, el deep state, tiradores con estancia en Kiev, jueces de partido, todos los medios tradicionales arruinados posibles… incluso le han dedicado libros los liberalios españoles, que más horror ya no cabe, y a todo se ha sobrepuesto.

Hay que detenerse aquí en dos coincidencias. Una es la de liberales y progresistas, indistinguibles ya en la defensa de lo mismo, de lo establecido. Otra es la coincidencia (maravillosa) entre comunistas chinos y los liberales occidentales, coincidencia que tiene todo el sentido.

La globalización de las últimas décadas los ha unido como aliados. Son, además, los beneficiarios claros del proceso. Es una globalización triunfal para los países asiáticos y para los ricos occidentales. Por un lado, China, con sus altísimas tasas de crecimiento; por otro, las élites occidentales (en nombre de las que hablan los doctores de una pseudociencia económica ad hoc). Son los ganadores de la globalización y socios declarados: el capital occidental deslocaliza la producción en Asia. Así gana Asia y ganan ellos, pero no gana todo el mundo porque la clase media occidental pierde. La clase media ha perdido estas décadas respecto a la china y también, sobre todo, respecto a las elites de su propio país.

Esto por lo que respecta a EE.UU. Qué decir de España, donde el salario del español se quedó en los años 90. Al comando laissez faire la necesidad de un tejido industrial nacional (que inventen ellos ¡y que fabriquen ellos también!) y el nivel de vida del español le suenan a falangismo.

Pero en EEUU, volvemos a incidir en ese pequeño asunto, hay una democracia. Y es posible aún que surja un Trump que si algo es (y por fin llegamos a ello), es una propuesta económica. Su populismo (palabra bellísima) es, sobre todo, populismo económico. Lo dijo Bannon: es en este punto donde se separa el grano de la paja. O se hace política para la clase media, o se va uno. Porque… ¿es posible una democracia sin clase media fuerte?

Trump convirtió el Partido Republicano, mucho tiempo lleno de petimetres al estilo de los que por aquí florean, en un «partido de trabajadores de todas las razas» (Bannon).

La globalización de las últimas décadas puede haber sido buena para la humanidad en su conjunto. Puede ser, sin duda lo es, muy beneficiosa para algunos individuos. pero no lo ha sido para las clase media y los trabajadores occidentales. La desigualdad dentro de estos países se ha disparado.

El verano de 2024 viajaron a Europa más norteamericanos que nunca en la historia. Nunca hubo tantos turistas de EEUU. Y nunca hubo tantos norteamericanos recurriendo a los bancos de alimentos en su país. La desigualdad es galopante.

En décadas de globalización, el mundo financiero se ha enriquecido, pero el salario de los norteamericanos no ha crecido como indicaría su productividad (je).

Y ese es el objetivo de Trump: incrementar el salario real del 50% de las rentas inferiores de EEUU. Hacer efectiva una mejora en su nivel de vida. Como verán, un propósito del mayor fascismo imaginable.

La riqueza y bienestar de un país no se miden solo por los índices bursátiles, también por cosas como la esperanza de vida. No puede medir tanto la bolsa cuando el 90% de sus valores está en manos de un 10% de la población.

Para lograr sus objetivos, Trump no está en ninguna radicalidad, como pregonan los muy deshonestos medios españoles y el comando presupuestario laissez faire. Para empezar, el uso estratégico del arancel no es nuevo en EEUU. Trump está con Hamilton y hasta con Lincoln. Incluso, y es un especial placer para mí repetirlo, con Reagan, que se encontró un declinante imperio soviético y no la pujanza china.

El neomercantilismo de Trump (profundamente americano) está acompañado de otras cosas. No es neomercantilismo con planificación estatal interna. Es un uso exterior del arancel que se complementa en el interior con una reducción de tipos, una bajada de impuestos, una política de energía barata y abundante y una fuerte desregulación. Trump busca cambiar el sistema internacional político y económico y revolucionar su Estado con el DOGE hacia una mayor eficiencia. Su neomercantilismo se combina con medidas de tipo libertario. Y esto es una dificultad añadida: su pretendida reindustrialización parte de una seducción de las empresas y de un marco de incentivos, no de una planificación central clásica.

Igual que refuerza su frontera física, EE.UU refuerza su «frontera económica», un sistema de aranceles que protegería una economía libre, un hegemon diríase tecnolibertario frente al hegemon de comunismo capitalista chino (mundo de hibridaciones, de mezcolanzas, de síntesis).

Ese tipo de libertad concreta, desaparecida en todo el mundo, o más bien inexistente, o se protege con una frontera-membrana fuerte o desaparece. ¡Los liberales extractivos ibéricos no se enteran pero ya nos lo contarán!

Cuando uno comercia con un producto, compra el producto, pero también el sistema político-social-cultural que lo produce. Al extenderse por el mundo, extiende también las condiciones de su producción. Pero a los liberalios esto no les importa  porque son insensibles al nivel de vida del currito y ya les va bien que seamos todos un poco chinos mientras ellos, nunca deslocalizados, liban y liban. Hay división del trabajo en el globalismo: el progresista pone el grito moral en el cielo al defender la inmigración masiva; el liberal hace de guardián de la racionalidad económica para defender la deslocalización.

El trumpismo, única rebeldía occidental, muestra su cara económica: el populismo económico, neomercantilismo libertario o nacionalismo económico. Llámenlo equis. Por un lado, fortalecer estratégicamente su industria, liberarla por seguridad nacional de las cadenas de suministro chinas. Por otro, reequilibrar la globalización para que ganen también los de abajo (que le votan) fortaleciendo así su clase media, fundamento de la república constitucional mayor que la propia Constitución.

Entendemos que a los liberales del made in china (portagráficas de la élites) y a los comunistas chinos esto les moleste. Pero los trabajadores estadounidenses parece que ya han decidido. Ahora hace falta que lo puedan hacer los europeos.

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