«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Libertad, igualdad, fraternidad…

10 de agosto de 2015

Este principio literal repetido hasta la saciedad desde la revolución francesa es el ejemplo típico de un discurso ideal, manifestación de un deseo más que fruto de un análisis racional de la realidad alcanzable a nivel humano. Con permanente frecuencia pasamos por alto cuestiones obvias, porque a unos y otros, dependiendo de nuestras particulares posiciones e intereses, nos resultan incómodas para encajar nuestras respectivas ideologías.

Estadísticamente habrá personas que de buena fe están dispuestas a renunciar a una importante parte del fruto de su esfuerzo y trabajo a favor de los demás, como prueba de su sentido de la solidaridad o fraternidad, o porque esperan una recompensa espiritual de otra naturaleza. Este es un sentimiento que tiene su origen en una específica forma de entender al ser humano y su engarce en la continuidad de la especie o su relación con la divinidad. Aunque, si somos sinceros, no dejan de ser una minoría muy exigua los que acceden a este ideal voluntaria y sinceramente. Es evidente que un sistema político social realista no puede tomar este ideal como base absoluta para organizar la vida en comunidad, si bien habrá que tenerlo en cuenta y favorecer lo más posible esa generosidad que tales personas muestran ante el desafío de la convivencia pacífica.

A lo largo de la historia, el segundo ideal-concepto en cuestión, la igualdad, ha sido esgrimido con bastante más fuerza dentro de los sistemas políticos, pues refleja con bastante más amplitud un sentimiento compartido por un gran número de personas ya que entraña un reparto de beneficios o bienes más asequible para un mayor número de individuos y que desde un punto de vista de atracción electoral resulta muy rentable en los sistemas políticos basados exclusivamente en el sufragio universal. Siempre habrá muchas personas que piensen que en un reparto igualitario de la riqueza  les tocará una parte mayor de la riqueza que la que podrían conseguir por sus propios medios.

Como bandera política, hay que reconocer que la igualdad tiene “gancho”, aunque resulte un medio, como mínimo, muy sospechoso en manos de políticos que desean alcanzar el poder para dirigir la sociedad conforme a sus intereses ideológicos o personales. El propio Engels, entre otros muchos, defendía ardientemente esta idea: alcanzar el poder dictatorial mediante las urnas. Evidentemente este criterio no tiene en cuenta que la riqueza no es un bien estanco y mostrenco que existe por si, sino que es una realidad dinámica que hay que generar permanentemente para que no se agote, pero esa evidencia  no importa cuando ya se ha conseguido el poder y se tiene el control de la sociedad en cuestión.

 

La libertad es claramente una condición deseable y prioritaria para la evolución del ser humano.  Tiene dos dimensiones: libertad para hacer aquello que creemos que es lo mejor para nosotros o nuestro entorno y libertad para que no nos hagan aquello que no deseamos que nos hagan: en una palabra la libertad positiva y la libertad defensiva. Aunque nos equivoquemos.  

En realidad, y esta es la contradicción del ideal revolucionario, la libertad puede y con frecuencia es contraria a la igualdad. Puesto que los hombres no son iguales y necesariamente evolucionan de distinta manera, el resultado de sus actuaciones difieren, y según esos resultados así variará la posición de cada uno en su entorno. Cuando se pretende igualar no hay más remedio que establecer una dictadura, prometiendo un futuro mundo feliz, que es el sueño de toda utopía.  Que como toda utopía es una idea atractiva, sobre todo para unas jóvenes generaciones sin experiencia o para soñadores irredentos.

 

¿Y a qué vienen estas reflexiones en este momento? Pues a recordarnos que si bien el sistema de sufragio universal es sagrado para nuestras instituciones políticas, y en este sistema cada voto tiene el mismo peso que el siguiente, en el mundo real, el de creación de riqueza, el del bienestar, el trabajo, la capacidad de desarrollo y la voluntad de los miembros de esa sociedad no da igual. No nos confundamos hay muchas maneras de votar, y una decisiva a la hora de mantener el bienestar colectivo es que grupos importantes se abstengan de participar e invertir en un proyecto colectivo contrario a sus intereses. Si se pretende electoralmente castigar a un grupo o a unas personas, téngase cuidado con acabar haciéndose daño a uno mismo, dejándose llevar por sentimientos de rechazo emotivo. Si se retira el valor del esfuerzo, la capacidad de iniciativa, abortando la ambición o las inversiones de personas que sin ser mayoría son los motores que mueven a esa sociedad se puede acabar repartiendo miseria como en tantos países que en “el mundo han sido y son…”.

Fondo newsletter