«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

Biografía

Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

Libres

16 de junio de 2023

Cuando hace un par de semanas salí de la sala de cine donde terminaba de proyectarse Libres, el documental acerca de la vida monástica dirigido por Santos Blasco y producido por Bosco film, estaba seguro de dos cosas: de haber asistido a un acontecimiento de la máxima categoría artística y de que cualquier comentario que yo pudiera dedicarle a propósito de las excelencias que se contienen en sus ciento siete minutos de metraje se quedaría muy lejos de hacer justicia a lo que acababa de ver. Por otra parte, uno asume, hasta donde se lo permiten sus circunstancias, el deber de difundir lo sublime. Silenciarlo, guardárselo para el disfrue exclusivo de la propia intimidad y de la de unos pocos allegados equivale a situarse en un plano de connivencia con todo lo que conspira contra la belleza del mundo.

De modo que me limité a publicar un tuit donde expresaba mi gratitud por el hecho de que se hubiera rodado un documento que por su contenido y formato no dejaba de representar un fenómeno excepcional en el contexto de nuestro panorama cinematográfico, al tiempo que expresaba mi temor de que cualquier comentario por mi parte pudiera disminuir su alcance. Para mi sorpresa, ese escueto mensaje empezó a recabar un eco notable. Es imposible saber si quienes manifestaban su sintonía lo hacían porque ya habían visto el documental o porque sencillamente se acababa de despertar en ellos el interés por sumarse a la nutrida nómina de espectadores que con anterioridad habían desfilado por las salas donde se proyecta. El caso es que con el paso de los días ha ido madurando en mí la idea de escribir unas líneas que testimonien mi agradecimiento y levanten acta de una experiencia que nos interpela en lo más profundo.

No obstante, el peligro continúa ahí; quiero decir, el riesgo de no ser capaz de trascender el lugar común y, en consecuencia, empequeñecer a base de palabrería inane la magnitud de una obra que sitúa al espectador a las puertas de un misterio inabordable. Inabordable en términos exclusivamente lingüísticos. Y sin embargo, si bien tanto las imágenes como la música que las envuelve subrayan el altísimo rango estético hasta el que se eleva el conjunto de la producción, la esencia de Libres es la palabra. Lo que sostiene el documental y engarza cada una de las secuencias que componen la totalidad de este mosaico es el testimonio de unos hombres y mujeres que han abrazado una vocación que a los ojos del mundo resulta escandalosa. Pero hay un límite. El espectador lo intuye. Sabe que la palabra conduce sólo hasta un umbral más allá del cual se abre un abismo. Y en el borde de ese abismo la palabra claudica frente a un silencio que rebosa de significados y colma de una alegría hecha de mansedumbre y esperanza el vacío estremecedor sobre el que siempre pende la existencia.

Es en el ir y venir de ese suave balanceo entre lo que se puede expresar y lo que no donde discurre la trama de Libres. Es en ese contraste entre lo obvio y lo oculto donde acontece el prodigio de este documental insólito. Entretanto, nos sentimos cautivados por la palabra sencilla y clara de sus protagonistas; la síntesis extraordinaria con que resumen en unas pocas frases la totalidad de sus vidas pasadas; el relato de las vicisitudes que les condujeron hasta donde se hallan ahora; las evidencias de la plenitud de quien ha aprendido a vivir en el desasimiento; y también las dificultades que comporta la sujeción a una disciplina de perfeccionamiento diario, a una ascesis indesmayable de trabajo, obediencia y oración.  

En el marco de esta naturalidad íntima, de este dulce deslizamiento sobre la superficie del misterio, el monje queda retratado como la suprema expresión de la radicalidad en un tiempo que, por contraste, no se cansa de exaltar revoluciones fraudulentas e insípidas rebeldías de escaparatismo. Último aristócrata quizá de una Europa que agoniza, él encarna el aparente contrasentido de quien se aparta del mundo para sostenerlo. Acomete el desafío del que renuncia a su yo para alcanzar, mediante la intercesión de la gracia, el pleno dominio de sí mismo. Personaliza el gesto desconcertante y eximio de aquél que se entrega a la vida en comunidad con el fin de sumergirse en las profundidades incandescentes de su propia conciencia. En Libres, sin embargo, todo este cúmulo de paradojas no cristaliza en la aparatosidad de ningún postulado teológico. Asume, por el contrario, la autenticidad inmediata y carnal de unas vidas a ras de tierra, laboriosas y ensimismadas, en permanente vigilancia de sí mismas, inmersas en el trance de una tensión espiritual únicamente soportable si la mirada se dirige hacia lo alto. 

En la medida en que uno haya sido capaz de desembarazarse de los burdos prejuicios al uso, se sale de Libres bendecido con las propiedades regeneradoras de una palabra en la que alienta una verdad que se ubica en el extremo opuesto a la perorata del iluminado o a las imposturas habituales del político embaucador. La clausura –nueva paradoja- resulta entonces el ámbito propicio a la libertad más genuina. Con una exactitud pasmosa, un monje define en qué consistió su conversión: «En soltar el miedo», afirma. Otra monja, dueña de una lucidez y una humildad que conmueven, declara que ellas son las personas más inútiles del mundo. «Pero somos como las zonas verdes de las ciudades –agrega-; las ciudades necesitan las zonas verdes para poder respirar».

«Poder respirar», eso es. Para nosotros, la inmensa mayoría que habita extramuros, Libres es una limpia corriente de aire que disipa las inmundicias de la época. Como un bálsamo que alivia y tonifica, la destilación de su esencia se derrama generosamente sobre la profunda herida del mundo.

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