Artur Mas, en el colmo de sus delirios de grandeza y para su autoconsumo y el consumo de sus seguidores, ha concedido el privilegio a la señora Teresa Pous de hacer un libro panegírico en el que nos cuenta su importantísima historia personal. Sólo tengo unos cuantos retazos de ese libro pues, al igual que me sucede con el de Zapatero, ni pienso comprarlo ni pienso perder tiempo en leerlo. Se preguntará, entonces, el lector por qué escribo sobre él; desde luego no es por hacerle publicidad sino porque alguna de las cosas que he oído de las que dice Mas me resultan particularmente singulares. Por ejemplo, dice que admira a un tiempo a Gandhi y a Churchill, dos personajes que, efectivamente, han pasado a la Historia pero no precisamente porque se llevaran bien entre sí sino, sobre todo, por lo contrario. Churchill no podía ver ni en pintura a Gandhi; para Churchill, Gandhi era un separatista infecto, quasi escoria, y para Gandhi, Churchill no era sino la viva representación del imperialismo. Gandhi, efectivamente, pretendía la independencia de la India, pero toda entera, incluido lo que ahora es Pakistán y aún más si hubiera podido, y no creo que esa pretensión de tan “divino pacifista” sea muy compatible en puridad con los ánimos secesionistas que Artur Mas tiene.
En cualquier caso, ya se ve que Mas tiene unas ínfulas de grandeza poco acordes, pienso yo, con su real trascendencia histórica. Me parece a mí que la Historia no le va a deparar a otra consideración que no sea la de haber metido a su tierra en un problemón importante y de haber llevado a su gente a una especie de callejón sin salida para que, al final, la salida consista estrictamente en que el Gobierno español siga aportando ingentes cantidades de dinero para impedir la bancarrota de una tierra y de un pueblo – los que me honro en pertenecer– cuya ruina económica (y esperemos que no política), desde luego, no la han provocado el resto de españoles, sino catalanes que la han gobernado con una especial dedicación, en bastantes casos, más hacia sus propios patrimonios que hacia el bien general de Cataluña y de los catalanes.
Es hora ya, Sr. Mas, de que volvamos a poner los pies en el suelo y la cabeza en lo razonable. Sin animadversión, sin descalificaciones, pero sí con la firmeza de un ciudadano que no quiere ver a la Cataluña que ama presa de la incertidumbre y de la inestabilidad, le indico que lo único que va a cosechar por el camino que sigue es frustración política tanto de su partido como de muchos catalanes de buena fe, retraso económico y –Dios no lo quiera– generación de traumas sociales de difícil reconducción posterior (amén de la destrucción política probable de su propio partido y de lo que éste ha representado) en provecho, exclusivamente, de Esquerra Republicana, que cada día es más feliz en el abrazo del oso que se le deja practicar.