«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

Lo woke era esto

7 de febrero de 2025

En buena parte de los artículos que entrega periódicamente a diversos medios digitales, Jorge Soley se ha convertido en el cartógrafo del despropósito que hemos padecido durante las últimas décadas. Su labor es encomiable. Acude a las fuentes de las que fluyen las aguas mefíticas que han envenenado la vida de nuestras sociedades. Lee los libros que son el estandarte de los abanderados de la disolución. Bucea incansablemente en la prosa abtrusa con la que se ha edificado el vigente delirio. Penetra en la umbría de unas mentes de las que emana un frío insalubre. Y todo ello lo hace con un sosiego pasmoso, con una mirada paciente y analítica que nunca se permite el desahogo de un exabrupto ni la condescencia propia del que sabe de antemano que el tiempo acabará poniendo a cada cual en su sitio.

La actitud de Jorge Soley es por tanto la de un intelectual genuino, en el sentido más noble del término. Actúa como un naturalista que observara los desconcertantes comportamientos de alguna extraña especie hasta dilucidar la pauta común a todos sus individuos. A partir de ahí, y tras insertar cada nuevo descubrimiento bibliográfico en el contexto de disgregación en el que vivimos, dedica su talento de polemista a rebatir, uno por uno, los extravagantes hitos culturales que, como civilización, han ido marcando nuestro itinerario hacia la nada.

Jorge hace, en consecuencia, lo que muchos de nosotros quizá no tenemos la entereza de ánimo suficiente para hacer: mirar de frente a la criatura, calibrar su fortaleza, escrutar sus puntos débiles, predecir el alcance de su oscuro proceder. Sabe que para combatir al adversario es necesario atesorar un conocimiento exhaustivo de su naturaleza. De ahí que no se tome a la ligera su labor. No en vano, los autores a los que disecciona no son voces surgidas de alguna exótica marginalidad intempestiva; son, al contrario, figuras que ocupan un lugar prominente en algunos de los medios académicos más prestigiosos del mundo, estrellas sobrevenidas del mundo de la comunicación, acomodados cabecillas de mil y una revoluciones de opereta que han hallado el modo de dar satisfacción a la demesura de sus egos dinamitando los pilares del sentido común. Todos, claro está, al servicio de los intereses de una casta plutocrática.

De cuando en cuando, los artículos de Jorge Soley nos traen la primicia de un cambio en ciernes. Son como destellos anticipatorios de un giro que ya no se vislumbra tan lejano. Su última aportación ha consistido en darnos a conocer la metáforica caída de caballo que ha experimentado Nina Power, una destacada adalid del feminismo. En su artículo Nina Power: una posfeminista aborda la masculinidad, Jorge resume en qué ha consistido la evolución del pensamiento que la citada autora testimonia en sus últimos libros. Así, Power afirma que «la diferencia sexual es un factor esencialmente constitutivo de la vida humana» o también que «haríamos bien en revisitar viejos valores y virtudes —el honor la lealtad, la valentía— en nombre de la reconciliación».

Como el propio Jorge Soley apunta, no hay nada en lo que afirma esta autora que no resulte obvio para alguien con una mínima reserva de sensatez. Lo relevante, en todo caso, es que, considerando el público al que van dirigidos sus libros, tales aseveraciones corren el riesgo de ser acogidas con una mezcla de pasmo e indignación. Power se expone, pues, a engrosar las filas de los réprobos, con la consiguiente merma de prestigio que ello podría acarrearle. ¿Por qué lo hace entonces? Quizá por mera honestidad intelectual. Es posible que, de manera paulatina, su mente se haya abierto a ese espacio luminoso donde la verdad prevalece sobre la mentira. Pero tampoco cabe descartar que haya comprendido que eso que se conoce como lo woke está muy próximo a agotar el campo de sus posibilidades.   

Y esto último es lo que nos lleva a preguntarnos qué ha significado el fenómeno woke en el contexto de las luchas políticas de los últimos años. Abrazado por la mayor parte de los movimientos autoproclamados de izquierdas, lo woke se nos ha querido presentar como un paso más en el proceso de emancipación del sujeto individual que, desde la Revolución francesa, impulsa a las ideologías de sesgo progresista. Su intención última era fundar una nueva religión y una nueva moral —ambas auspiciadas por el Estado— sobre la base de deconstruir la religión y la moral precedentes. No solía repararse, por cierto, en el significativo paralelismo entre tal pretensión y el ímpetu iconoclasta de las revoluciones religiosas que, acometidas por el puritanismo calvinista, sacudieron la Europa del siglo XVII.

Sin embargo, al cabo de años de agitación esto lo que tenemos: unas sociedades mucho más fragmentadas, un Occidente debilitado, unos sistemas demoliberales trufados de corrupción, unas clases dirigentes que medran y se lucran a expensas del pueblo y, en definitiva, y como muy certeramente sintetiza Adriano Erriguel, «unas oligarquías de sociópatas fabulosamente ricos que predican ”diversidad” a los súbditos de su plantación global: todos esos que nada poseen, pero que son —según el Foro de Davos— felices».

Frente a este panorama que dibuja los contornos de una verdadera edad del vacío, es hasta cierto punto natural que algunas de las figuras que contribuyeron a las propagación de las ideas que han intoxicado las conciencias, acabado de arrasar los vínculos comunitarios y dejado a un sinnúmero de hombres y mujeres en la más pavorosa intemperie inicien un tímido movimiento de repligue. Tímido, digo, pues la búsqueda del sujeto revolucionario es un empeño que siempre regresa. Puede, sin embargo, que sus buenos propósitos lleguen tarde para toda una generación. En concreto, para aquélla cuyos ideales han quedado sepultados bajo una montaña de falacias. La generación de los desposeídos. Los jóvenes que empeñaron lo mejor de sus fuerzas en una lucha estéril contra su propio legado civilizatorio mientras los amos del mundo, fusionados en una lucrativa aleación de izquierdismo cultural posmoderno, totalitarismo tecnocrático y capitalismo absoluto, les robaban su futuro. 

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