«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Los aranceles de Trump

4 de abril de 2025

Querer parar la globalización, o al menos redefinirla, parece algo pensado por personas muy listas. Pero no. Estamos, según nuestros informadores, ante otro caso de estúpida locura de Trump.

Los aranceles, que amurallan a Europa, y sobre los que se cimentó el crecimiento industrial de EEUU, son una cosa que se saca él de la manga. Ya no volvemos a lo peor de los años 30 sino «a lo peor del XIX», aunque pensábamos que entonces había liberalismo.

Tampoco pidamos maravillas.

Trump se enfrenta a la globalización, que como enemigo parece temible. Tiene que ser como querer cambiar la rotación de la Tierra o su velocidad.

¿Cómo se hará eso?

El relato oficial ya sabemos cuál es: Trump se inventa unos aranceles absurdos por una regla de tres digna de un niño y pone barreras comerciales hasta a los pingüinos. Esto subirá los precios  y provocará una enorme crisis en EEUU y luego en el planeta. No moriremos de intolerancia ultraderechista, como pensábamos, sino de hambre mientras Trump se carcajea en Mar-a-Lago porque el fascismo es así, gratuito, operístico, malvado y surrealista.

También podríamos intentar, desde nuestra insignificancia personal,  dentro de la más amplia insignificancia periférica, comprender lo que parece, solo parece, estar planteando.

LA GLOBALIZACIÓN HA SALIDO RANA

EEUU inventó esta globalización, pero pueden no estar del todo contentos con ella. Tienen un gran déficit comercial y han sufrido una deslocalización de la producción que no resulta divertida para todos; las empresas americanas se fueron al extranjero y con ellas se llevaron el trabajo. Millones de empleos desaparecen y el ajuste posterior no termina de producirse. El parado no se hace analista de datos. EEUU pierde músculo industrial, tejido laboral y social. Y la figura del trabajador es un poco más compleja que la del consumidor. La impresión es que los liberales cuando hablan del individuo lo hacen más como consumidor que como trabajador: el trabajador, integrado en una fábrica-comunidad, alimenta a una familia. Cuando pensamos en el trabajador industrial o manufacturero, productor de cosas materiales, asibles, pensamos en algo así, quizás irrecuperable.

Se suponía que al externalizar parte de la producción, en EEUU quedaría la parte valiosa de la cadena y que los países extranjeros no aprenderían. Unos competirán por precio, otros con calidad e innovación, se decía.

Pero China compite ya de muchas maneras. Está aprendiendo. El que no corre vuela… Se encaminan hacia el domino de las cadenas de producción y la creación de valor; producen más ingenieros y son capaces de plantar cara en Inteligencia Artificial.

Así que la industria no responde como debería y tampoco la moneda. No se produce el ajuste natural, al déficit no sigue una depreciación compensatoria del dólar.

No sucede por la especial, privilegiada y envidiable naturaleza de la divisa. La que, y no se dice, ha llevado a sus gobiernos a producir dinero de manera incansable y con ello una inflación que, por lo que fuera, no molestaba. No era inflación ultra (¿y no es la inflación otro impuesto al pobre?). A ese mecanismo, sin embargo, se le adivina el límite y la debilidad.

Algo, por tanto, en la globalización no termina de ajustarse y los norteamericanos perciben la erosión de su posición. Su posición personal (los que votan a Trump) y su posición nacional (ya que los americanos no pueden dejar de serlo e integrarse en Europa).

Que las leyes económicas no funcionen según lo anunciado tampoco puede extrañarnos mucho. Nosotros íbamos a converger con Alemania en algún momento de la década anterior y recuerden lo que iba a pasarle a Rusia con las sanciones. Su economía seria estrangulada, pero se ha reforzado. La han obligado a volar sola (de nuevo: el que no corre, vuela)

La globalización no es exactamente lo que podía ser. Y en Estados Unidos, donde aun eligen a su gobierno, esto ha provocado un descontento que la posibilidad de cortarse el pene o de ponérselo no ha terminado de compensar. Como nacionalistas o patriotas, no admiten su pérdida de peso ante China; como trabajadores, la desaparición de su sustento y forma de vida.

Hay aquí una lucha que no es solo ideológica. Hay una lucha de grupos, de sectores, de partes de la población. Porque el déficit comercial sí tiene una cara amable: la afluencia de mucho dinero al sector inmobiliario y financiero norteamericano. Wall Street no sufre con la situación como sufre una ciudad posindustrial. Tampoco la globalización reparte sus efectos por igual.

Trump es elite, claro, pero una que entra y desplaza a la de siempre. Su apuesta es ser el líder del americano medio. Su desafío a la globalización podría consistir en reequilibrar lo industrial sobre lo financiero. Para empezar, en The Economist, la biblia liberal, no están muy contentos.

LAS POSIBLES PRETENSIONES DE TRUMP

Entonces, ¿qué puede pretender Trump? Los aranceles están planteados como representación, como forma de negociación. Ya los ha usado antes como elemento disuasorio en políticas de frontera.

Si suben los aranceles, suben los precios, por supuesto. Aunque es verdad que para compensarlo Trump ofrecerá una energía más barata y rebajas fiscales y regulatorias. Esto puede bastar o no. pero otro efecto para su país serán más ingresos fiscales. Más dinero. El dinero de los aranceles. Sumen a eso el dinero que se ahorrarán por obligar a los europeos a sostener su defensa con mayores aportaciones a la OTAN.

Otro efecto deseado y posible puede ser el industrial: manufacturas que vuelvan a EEUU porque lo hagan sus empresas o porque empresas extranjeras decidan invertir allí. Sumemos: dinero de aranceles, dinero de la OTAN, empleos industriales…

Pero esto ni siquiera acaba aquí. De fondo está la moneda y la deuda. Los aranceles son una amenaza o un incentivo para que otros países revalúen su moneda o refinancien la deuda americana de forma más ventajosa. Una forma de presión. Propiciar el ajuste que naturalmente no se daba. Los liberales deberían de conocerlo, pues algo similar planteó Reagan, su héroe, en los acuerdos Plaza de los años 80. Ahí negoció la depreciación del dólar con el G7. Trump, al fin y al cabo actor autoparódico, tiene el humor de incluir a los pingüinos y a las Islas McDonald.

El resultado sería: o más manufacturas e ingresos para los norteamericanos o un déficit comercial corregido con un ajuste indirecto vía monedas o deuda. Lo bueno del dólar sin lo malo del dólar. Aprovechar las posibilidades totales de su último y gran privilegio.

Esto no es el plan de un idiota ni de alguien que no trabaje para su votante.

Al fondo de todo, también hay algo digamos geopolítico. Estados Unidos no puede ya mandar únicamente en el mundo. Esto debe de ser cierto porque es algo que calla el establishment (actitud que aflora en Ucrania, con Rusia), pero que reconocen los llamados nationalists, que en este punto crucial prefieren no engañarse.

E igual que Trump recoge la derrota en Ucrania, trata de salir con «grandeza» (y eso presupone pequeñez previa) de la nueva situación comercial con China y de la debilidad vislumbrada del dólar. Como ya no domina el mundo entero a placer, acota su dominio a una parte, una esfera propia, y sobre esa reajusta sus condiciones. Mandan sobre menos, pero sobre los que mandan, con condiciones nuevas.

(No exprimo todos los limones, exprimo una tercera parte, así que los exprimo más o al menos mejor)

Y en eso está EEUU, en reajustar su dominio de potencia hegemónica a un mundo más pequeño, a nuevas estrecheces para ella. A corregir su hibris, su locura. O sea, la supuesta locura de Trump es en realidad correctora del locurón anterior y general. Desearía reajustar la relación industria-finanzas y corregir los efectos de la globalización, su reparto de beneficios y cargas, desde una perspectiva (y esto es lo exportable, lo interesante al menos) nacional, democrática, y orientada al trabajador. Trump se enfrenta a la monstruosidad epocal de la Globalización, desencadenada y divinizada, con sus dioses propios y su ideología.

En caso de ser esto lo que pretenden, ¿les saldrá? Desde la ignorancia de este plumilla, se antoja dificilísimo. Lo tiene todo en contra: las elites furibundas, la izquierda histérica, tan cerca la una de la otra, y el resto de países que van aprendiendo… Se entiende así su pacto con la nueva tecno-élite y el mantenimiento de viejos apoyos. La sensación es que no tienen mucho tiempo.

EL PSIQUIÁTRICO ESPAÑOL

Luego está el psiquiátrico asunto de cómo llega la cuestión a España…

Trump ha conseguido ya algo bueno aquí. Que Feijoo se preocupe por los agricultores españoles, Sánchez por nuestro automóvil y Von der Leyen por «la factura del supermercado del europeo».

La llamada guerra arancelaria será utilizada por Feijoo y los liberales encopetados como una forma de atacar a Vox de un modo ya caricaturesco, losantiano y desesperado (por cada «enemigo del comercio» que escuchen, chupito o flexión, según temperamento)  y por Sánchez para relanzar sus políticas de crisis: Covid, Clima, Ucrania… y ahora la guerra arancelaria. La Unión Europea y la Comisión aprovecharán esta otra corneta de belicismo, en este caso comercial, para correr, para blindarse, para «europeizarnos», para acelerar su golpe al baño maría.

Sánchez, capataz aventajado tras Macron, ya hizo un acto institucional, le faltó tiempo; dio su discurso, emitieron un vídeo de esos con una científica mirando una probeta y un señor curando jamones. Sonaba de fondo una guitarra española y Sánchez dijo las palabras «desafío», «paquete» y «desplegar»…

Venimos de sufrir a los expertos geomilitares y ahora vamos a sufrir a los económicos. Si hay algo peor que un periodista gubernamental es un economista gubernamental.  Todo lo malo que pase será desde ahora por los aranceles de Trump. Si su empresa perdió, pongamos por caso, 100 millones de euros el último año, ya sabemos de quién es la culpa.

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