Fue Mario Vargas Llosa quien popularizó el atributo alegre de los “escribidores” para etiquetar a los escritores incontinentes, los que necesitan el público lector para sobrevivir. Es una tribu muy hispánica, lo mismo que los “intelectuales” o los “pensadores”. Son términos de difícil equivalencia en inglés. En esta página o pantalla tiene usted, señora, un elenco fijo de escribidores, con sus efigies, un tanto retocadas al afecto. Se trata de causar una buena impresión. Es una ventaja de la fotografía, que no envejece, como coronación del mito de Dorian Grey.
La norma es que, a diferencia de las novelas policíacas, la identificación del asesino figure al principio del escrito
El escribidor no suele ser de oficio. Es decir, no lo ejerce para llevar el sustento a la prole. Escribe… porque no sabe hacer otra cosa con la misma naturalidad. En el fondo, sin percatarse de ello, el escribidor necesita juntar palabras por una especie de impulso biológico. Es como si fuera una adicción, bien que innocua. No se pueden ustedes imaginar qué satisfacción me produce que estos artículos míos los utilicen los alumnos, en un instituto de bachillerato de Varsovia, para aprender español. Tendré que esmerarme, un poco más, para que mi lenguaje pueda cumplir ese propósito de ayudar al profesor polaco de español. Yo lo considero como el segundo Copérnico.
No descarto que pueda haber un punto de vanidad en esto de escribir para que se publique, ahora, en las pantallas de una forma, doblemente, efímera. La prueba es la conveniencia de la fotografía del autor, que suele acompañar a muchos artículos. Pero, tiene que haber algo más, aparte de la escondida función adictiva. El escribidor pretende ser testigo de la parte de la historia que le toca vivir; nada menos. Recuérdese la tradición de los conquistadores castellanos de las Indias. Los capitanes solían llevar con ellos una especie de secretarios o cronistas, con la misión de levantar acta, dejar constancia de sus hazañas. Era una tarea jurídica, como la de los notarios o escribanos. Pues bien, este es el menester de los escribidores actuales, muchos con experiencia de tertulianos. Me refiero al rito del comentario periodístico a través de la radio o la tele.
Hay que escribir para una heteróclita variedad de consumidores de pantalla. El escribidor nunca los conocerá bien
La gracia y el éxito de una pieza del escribidor es que la lectora exclame al leerlo: “¡Esto mismo es lo que yo pensaba!”. Claro que también cabe el riesgo de que la pieza escrita provoque rechazo. Es imposible que el contenido de un artículo satisfaga a todo el mundo. La norma es que, a diferencia de las novelas policíacas, la identificación del asesino figure al principio del escrito. Entre otras razones, porque lo usual es que se lea solo el principio de la colaboración.
Como ya estamos en el final, diré lo que menos importa. El escribidor se repite mucho, no lleva un registro de lo que escribió hace meses o años. Lo hace así porque confía mucho en su función pedagógica. Ocurre lo mismo con los profesores, siempre a vueltas con el mismo programa de la asignatura. Sucede que los alumnos, cada año, son diferentes. Por lo mismo, los desconocidos lectores de esta página son de su padre y de su madre; no solo los de Varsovia. Hay que escribir para una heteróclita variedad de consumidores de pantalla. El escribidor nunca los conocerá bien. Es imposible satisfacer a todos de la misma manera.