Un día después de la multitudinaria concentración que tuvo lugar en Cibeles, Pedro Sánchez se personó ante su público. Sobre un fondo de jóvenes figurantes, el presidente, que esta semana fingió un encuentro casual con unos jugadores de petanca que resultaron ser cargos del PSOE, aprovechó el acto de presentación de los candidatos socialistas a las alcaldías de Castilla y León para arremeter contra los congregados en Madrid. Antes, la prensa afín ya se había ocupado, primero de silenciar el acto y, más tarde, de arrojar una cifra de asistentes que se contradecía con los ofrecidos para ocupaciones viarias similares pero más acordes ideológicamente. Enardecido por esos aplausos tan caros para él, quien durante un lustro, coincidente con la época de Miguel Blesa, fue consejero de la Asamblea General de Caja Madrid, se refirió a lo ocurrido alrededor de la estatua de la diosa griega como a la movilización de «los excluyentes».
Experto en el arte de la manipulación, el antiguo alumno del Ramiro de Maeztu retorció la polémica desatada en Castilla y León a propósito del latido fetal, para alertar de las, al parecer, catastróficas consecuencias que para la mujer tendría un hipotético gobierno compuesto por una coalición entre el Partido Popular, cuyos máximos dirigentes no aparecieron por la movilización madrileña, y Vox. En pleno éxtasis propagandístico, Sánchez, siempre de uñas con la verdad, dijo que tal posibilidad daría lugar a la restricción de los derechos de la mujer. Frente a semejante tigre de papel, el Presidente sacó pecho y se erigió en defensor de las mujeres. Inmerso en una campaña electoral que probablemente termine en diciembre dejando a su paso un reguero de subvenciones que garanticen el voto de quienes llama «la gente», Sánchez fantasea con enfrentarse a los poderes fácticos que, en realidad, le sustentan. En su interesada ensoñación, el doctor alude a un supuesto futuro apocalíptico dominado por la «derecha» y la «extrema derecha» que desembocaría en una España desigual.
Sin embargo, lejos de su zona de confort, allí donde el madrileño, incapaz de pasearse por las calles de España sin que su gigantesca autoestima se resienta, la realidad es muy otra, pues es él, precisamente, quien se sustenta en un conjunto de facciones excluyentes. En efecto: ¿cabe mayor exclusión que pretender llevar a cabo un referéndum unilateral en el que se decida sobre la expropiación de parte del territorio nacional?, ¿cabe concebir mayor exclusión que la marginación del idioma español en las administraciones públicas y en la enseñanza pública?, ¿cabe mayor exclusión que la existencia de cupos sexistas?
Quien aparece en la cubierta del Manual de resistencia, quien protagoniza la aún inédita Las cuatro estaciones que alguna televisión acabará por emitir, sabe mejor que nadie que su presidencia se asienta sobre una serie de exclusiones que él mismo coordina con la habilidad de un trilero que conoce mejor que nadie a su clientela.