«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Biografía

María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Los golpes militares no son solución

16 de septiembre de 2023

Chile acaba de recordar el golpe militar que encabezó el General Augusto Pinochet. Hace 50 años, exactamente el 11 de septiembre de 1973, uno de los jefes del levantamiento hablaba al país y explicaba que no se trataba de un golpe de estado, sino de un «movimiento que sólo persigue el restablecimiento del estado de derecho». Tras esa declaración, las radios transmitieron la primera proclama de las Fuerzas Armadas en la que se instaba al presidente Salvador Allende a renunciar. «Las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile están unidos en iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la patria del yugo marxista y la restauración del orden y la institucionalidad». 

El presidente Allende se negó. «No voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo», dijo mientras se trasladaba desde su casa al Palacio de la Moneda, sede del gobierno.

Allende rechazó los llamados de los jefes militares y el ofrecimiento de un avión para partir al exilio. Las Fuerzas Armadas comenzaron el bombardeo del lugar. Personal de su confianza abandonó el Palacio, no así Salvador Allende que permaneció en el histórico edificio y allí tomó la decisión de suicidarse con la metralleta que le regalara Fidel Castro

Toque de queda y una Junta Militar marcaron el inicio de una nueva conducción política en la que no faltaron detenciones y gran cantidad de intervenciones a asociaciones civiles, medios de comunicación y partidos políticos. La dictadura chilena, que reconoce miles de muertos y desaparecidos, duró 17 años. La misión que se había impuesto de terminar con la deriva marxista que llevaba el país con la conducción de Salvador Allende, se cumplió

En un paralelo que no es casual, la Argentina por su parte, en marzo pasado, recordó los 47 años del golpe militar que derrocara a María Estela Martínez de Perón, que gobernaba en medio de una anarquía política absoluta y una ola de violencia extrema. Bombas callejeras, secuestros y asesinatos se multiplicaban a la vista de una ciudadanía asustada y desprotegida. La intervención de las Fuerzas Armadas argentinas se materializó con acuerdo de gran parte de la gente y de la dirigencia política en lo que se llamó un movimiento cívico militar que desplazó a las autoridades constituidas y fueron reemplazadas por una junta militar que, con cambios de caras, se mantuvo hasta 1983.

Los años siguientes no difieren demasiado de la historia de la región: atentados, asaltos a unidades militares, mucha violencia, muerte, mucho dolor, familias divididas, enfrentadas y diezmadas por el accionar de una ideología foránea que quiso alterar por la fuerza el estilo de vida de nuestras comunidades. 

América Latina fue blanco de un experimento terrorista que bañó de sangre varios países de la región casi simultáneamente. Las fuerzas leales defendieron a sus sociedades como pudieron porque, en verdad, son profesionalmente entrenadas para enfrentar al enemigo externo. Estas guerras plantearon un escenario novedoso; había que terminar con combatientes civiles entrenados en Cuba y financiados por Rusia que usaban uniformes de combate, nombres de guerra y grados militares pero que estaban mezclados dentro del entramado social y era preciso descubrir al enemigo camuflado entre amigos y parientes. Fue una guerra sucia y perversa. 

Con la perspectiva que aporta el paso del tiempo, puede entenderse que aquellas acciones defensivas y claramente inevitables si se quería rescatar a esos pueblos pacíficos de las garras del comunismo internacional, fueron efectivas porque se desalojó a ese enemigo cobarde y silencioso que se agazapó entre la población. Pero también hay que reconocer que el costo de aquellas victorias bélicas fue altísimo. Porque las guerras internas, además de sangrientas, desgarran el tejido social. 

Hoy lo vemos tanto en Chile como en la República Argentina. El paso del tiempo no mitigó los rencores. Quienes perdieron por las armas se refugiaron en organizaciones civiles para reivindicar aquellas luchas guerrilleras y denunciar los excesos de la represión; y las víctimas del terrorismo siguen reclamando el reconocimiento de las atrocidades cometidas por quienes atacaron a la sociedad civil para imponer un sistema de gobierno autoritario que nadie había elegido. 

Mientras tanto y a través de las últimas décadas, algunas administraciones políticas intentaron resolver o al menos calmar ese conflicto pero, a la vista de las reacciones, ninguna tuvo éxito y la beligerancia sigue latente. Han pasado décadas y no se ha trabajado en pacificar las almas porque la defensa de esas posiciones antagónicas y ferozmente enfrentadas sigue en manos de sendos partidarios. 

Una vez más, América Latina padece la carencia de liderazgos políticos. El paso deslucido por la función pública de una derechita escasa de convicciones impidió la resolución de estas crisis que calan en el tejido social y se heredan de generación en generación. Esas fuerzas tímidas pretendidamente moderadas permitieron la vuelta de la izquierda en Chile con Gabriel Boric y en Argentina con el kirchnerismo. Ambos, embanderados con una facción, azuzan los ánimos y profundizan la brecha. Mientras los anteriores, cuando estuvieron, no tuvieron las agallas de enfrentar la cuestión impulsando una auténtica e imprescindible conciliación. Porque no es posible seguir adelante cargando heridas abiertas. Hay que aprender a vivir con el pasado.

Europa lo hizo. Estados Unidos y Japón también lograron superar las tragedias que los tuvieron como protagonistas con esfuerzo, buena voluntad de ambas partes, patriotismo y una enorme dosis madurez. 

La Iberosfera parece empeñada en caminar en círculos. Repite fracasos y no cura sus heridas. Es una sociedad adolescente varada en el pasado que se niega a continuar. Pero los odios no construyen; por el contrario, oscurecen las almas por eso es imperioso desencallar y, con el esfuerzo colectivo, entendernos, perdonarnos y seguir, cada uno con sus dolores a cuestas. 

Winston Churchill siempre es una referencia de política y lucidez. Al respecto de las conductas valientes dijo: «El miedo es una reacción. El coraje, una decisió». América Hispana sigue esperando el liderazgo. Y el coraje. 

.
Fondo newsletter