«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Los límites del humor

14 de mayo de 2024

No soy de espectáculos humorísticos, pero en estos últimos días he visto dos: un debate sobre «bulos» y noticias falsas en el que participaban varios expertos y un monólogo de Jimmy Carr. Éste, descrito como irreverente y contrario a la cultura de la cancelación, no era más que un juego de trileros. Una zalema frente al poder que desviaba la atención; que cargaba el fardo del emotivismo y la hipersensibilidad sobre colectivos inofensivos o políticamente irrelevantes. Hablamos, entre otros, de los católicos, los antiabortistas o los mal llamados «antivacunas». Para ellos el británico reserva lo mejor de su descarnado repertorio. Aunque, en un ejercicio de incorrección política admirable, el bueno de Jimmy también se chotea de los veganos. Empate. Una hora de actuación y la irreverencia consiste en hacer chistes de suegras y meter el dedo en el ojo a los de (casi) siempre. Para ese viaje no hacían falta alforjas.

Sin embargo, reconozcámoslo, hacer reír a los demás no es tarea fácil. La profesión de cómico molesto está llena de sinsabores e incluso riesgos. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Guillaume Meurice. Humorista oficial de la emisora pública de radio France Inter, ha sido suspendido de empleo recientemente y está a la espera de una sanción que podría costarle el despido. El pasado 29 de octubre hizo una broma sobre Benjamín Netanyahu, al que describió en antena como «una suerte de nazi, pero sin prepucio», y la ha liado parda. Llegó, además, a ser requerido por la policía. Alguien interpuso una denuncia «por incitación al odio» que ha quedado en agua de borrajas.

Oí la befa de Meurice en su momento. Se había hecho viral, como suele decirse. Reconozco que no esbocé ni una sonrisa. Creí estar ante una delicatessen humorística, un homenaje verbal a Charlie Hebdo —aunque Charlie prefiere trabajar el catolicismo— que debía degustarse como la manifestación más prístina de la libertad de expresión y, por ende, de los valores de la République —y del orbe democrático todo—. Mea culpa. Luego llegó Alain Finkielkraut, tito Finky, y me abrió los ojos. Para algo es filósofo. Dijo muy serio que la broma sobre Netanyahu no tenía gracia —estamos de acuerdo—, que era «brutalmente antisemita» y que a él, el humorista de France Inter le trata de gagá al que le sale el cerebro por la nariz. Una vez más, la emoción: volví a reconocer el espíritu del irreverente semanario satírico en la refinada imagen propuesta por Meurice de la que se quejaba el filósofo. Pero es lo de menos. Don Alain remató la polémica sobre el cómico declarando que no tenía «ningún límite, ningún escrúpulo» y que era «un vocero de la izquierda radical».

Lo último es algo que no escapa a nadie. Guillaume Meurice forma parte de la izquierda más sistémica, como Charlie, y mientras sus chanzas se dirigían contra los votantes del extinto Frente Nacional, los asistentes a la Manif pour tous o sus creencias, no había nada que decir, nada que cancelar. No había autor reaccionario —aguanten la risa— en el horizonte. Algo ha ocurrido, sin embargo, con su gracieta del 29 de octubre. Algo que actúa como la kriptonita sobre los superhéroes de la anti cancel culture, feroces opositores al Me Too y a toda maniobra del «marxismo cultural» que, como por ensalmo, se han transformado en canceladores.

¡Tanto Richard Malka y su derecho a ciscarse en lo divino!, ¡tanto día internacional de la blasfemia!, tanto «podemos reírnos de todo» pero, fundamentalmente, tanto discurso de «Luz»  en el homenaje a «Charb», asesinado en enero de 2015, para que llegue Rachida Dati, ministra de Cultura, y diga que la radio pública «no podía permitirse no reaccionar» frente a la broma de Meurice. Una se pregunta si en un medio estatal francés se puede ser Charlie. Pues depende. Según Dati, este asunto puede «cuestionar el derecho a la libertad de expresión». Je suis presque Charlie. Átenme esa mosca por el rabo.

Fondo newsletter