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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los presupuestos de Defensa y una reflexión quizás pesimista

7 de junio de 2016

Por Emilio Abad Ripoll

La constante disminución porcentual en los Presupuestos Generales del Estado de los fondos destinados a la Defensa está llevando a que muchos expertos se pregunten inquietos si no están ya nuestros Ejércitos, especialmente el de Tierra, por debajo del límite de operatividad que es necesario mantener ante los riesgos y amenazas presentes y futuros que afectan o pueden afectar a España.

De esa inquietud proviene la proliferación de llamadas a la conciencia de los políticos que se vienen produciendo para que se atienda con urgencia a la recuperación de la senda que nos lleve no sólo a elevar nuestro nivel de seguridad a un punto aceptable, sino también a cumplir con los compromisos de gastos defensivos adquiridos con la OTAN. Buena muestra de ello son los artículos que semanalmente aparecen en esta Tribuna Militar, en los que se destacan las principales deficiencias que ya son ostensibles en nuestra Defensa y a los que quiero contribuir con estos párrafos, en los que señalaré algunas especificidades particulares de Canarias y una reflexión sobre el que considero el origen del problema de la desatención a las FAS.

Parece una perogrullada decir que las Canarias, con su enorme importancia estratégica, están muy lejos de la Península, y que, por ello mismo, refuerzos y apoyos hechos con urgencia en un caso necesario, siempre acarrearían dificultades y retrasos temporales. Pero es que, además, y esto no aparece tan diáfano cuando el Archipiélago se contempla desde las tierras peninsulares, aquí se padece lo que se llama “la doble insularidad”; es decir, que aparte de la citada lejanía del resto de España, las islas están también separadas entre sí más de lo que pudiera parecer a un descuidado observador. Pensemos que aunque si se juntaran todas las islas el territorio resultante sería equivalente en extensión a la provincia de Málaga, la distancia entre el faro de Orchilla en la isla de El Hierro (la más occidental) y y Órzola, en el Norte de Lanzarote, es aproximadamente la existente entre Huelva y Murcia. Obvio es que esa gran distancia supone muchos problemas no solo en la vida diaria de los canarios, sino también, en el tema que nos ocupa, para muchas actividades relacionadas con la Defensa.

Por ello es importante, además de las necesidades generales del Ejército de Tierra español, llevar al ánimo de los dirigentes políticos de Defensa que el Mando de Canarias necesita más medios de los normales para establecer un Sistema de Mando y Control fiable; más Artillería antiaérea (existen dos puertos de enorme importancia económica y estratégica, y 8 aeropuertos, uno de ellos sede también de una Base Aérea; más Unidades de Maniobra (al menos contar con otro Batallón de Infantería) para poder cubrir puntos sensibles en todo el Archipiélago y, naturalmente, más medios de proyección, pues las disponibilidades actuales del Batallón de Helicópteros no permiten transportar, como sería deseable, al menos un Subgrupo Táctico en un máximo de dos rotaciones.

Estamos en plena campaña para las elecciones del próximo 26 de junio y es el momento, una vez más, de constatar el escaso interés que se presta a los Ejércitos en los programas de los principales partidos políticos que a ellas concurren. Y a mí me parece evidente que ese desinterés que, gobierne luego quien gobierne, desembocará en el mantenimiento de la línea descendente en los presupuestos para gastos militares, tiene una raíz muy profunda y muy perniciosa: la falta de Conciencia de Defensa en España.

Podríamos preguntarnos si hoy vive el pueblo español tan cerca -anímica y físicamente- de su Ejército como para palpar cuál es su situación, sus estados de moral, adiestramiento y equipamiento, y poder así enorgullecerse o por el contrario demandar de las autoridades políticas una mejora de esas circunstancias; Por desgracia, la respuesta es un NO rotundo.

Es muy significativo constatar que en una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas en 2007 -y no creo que la situación haya variado mucho desde entonces- mientras que por una parte la Institución Militar resultaba bien valorada (tan sólo menos del 15% de los encuestados la consideraba mala o muy mala), por otra, al indagar sobre las preferencias laborales de la población, en una lista de 10 profesiones las de “Soldado profesional” y “Militar de carrera” ocupaban los puestos 9º y 10º respectivamente. Y lo que era más preocupante: casi un 51% no parecía dispuesto, en el supuesto de que España fuese atacada militarmente, a defenderse de igual manera.

Algunos atribuyen esas contradicciones a que en la mente colectiva de los españoles cuando se contempla la perspectiva histórica de la Fuerzas Armadas existe un alto grado de politización. Es más que posible que en quienes se hayan interesado en mayor o menor medida por la Historia (en absoluto una mayoría de españoles dada la escasa importancia que a la materia se presta en los planes de estudio desde hace muchos años) haya quedado grabada con tintes negativos buena parte del siglo XIX, la época conocida como de “los pronunciamientos militares”. Pero la verdad, como ya han demostrado numerosos estudios históricos, es que fueron los políticos de entonces, liberales, conservadores, monárquicos o republicanos, e incluso la propia Corona, quienes manejaron en beneficio propio, de los partidos políticos o de la Institución (Monarquía o República) a los generales de mayor prestigio de cada momento. De aquello, además, resultó seriamente dañado el mismo Ejército, perjudicado por la inclinación política de sus cuadros dirigentes y la consiguiente desunión en sus filas.

Pero cuando parecía que los militares volvían a sus cuarteles, como pedía el Capitán General Weyler, vinieron las guerras de Cuba y Filipinas y el “desastre del 98”, con el sacrificio impagable de miles de vidas de soldados españoles, muchas de ellas sacrificadas por causa de la incompetencia política. Posteriormente se sufrió la interminable sangría de Marruecos, motivada también en gran manera por la carencia de medios y de una clara politica al respecto. Y, como trágico broche, nuestra guerra civil (1936-39) que devino no por las ambiciones bastardas de algunos generales, como estamos cansados de oír, sino por la tremenda incapacidad de unos gobiernos republicanos desbordados por la anarquía y la revolución.

El resumen de este largo período de siglo y medio puede condensarse en una frase de un ilustre periodista, don Emilio Romero, quien en 1984 escribió que “el rigor histórico obligaba a reconocer, gustase o no, que las soluciones militares habían sido en buena parte el remedio a los fracasos civiles”. Pero, por desgracia, para el pueblo español no es esa la percepción de lo que realmente sucedió.

Y además, aquellas guerras de Cuba, Filipinas y Marruecos “caían lejos”, aunque las sintieran muy cercanas las madres que tenían a sus hijos luchando por allá. Aquellos conflictos no se sentían directamente aquí, no destrozaban tierras o propiedades vecinas. Y en las I y II Guerras Mundiales fuimos neutrales, por lo que las gentes no vieron a sus hombres partir para los frentes, ni los lloraron al caer, ni los recibieron como héroes al regresar. La conciencia nacional no se aglutinó alrededor de sus muchachos de uniforme, cosa muy distinta a lo que sucedió en el resto del mundo.

Esos antecedentes de tergiversación de la realidad (la inestabilidad política del XIX y parte del XX se debió a los militares; la miles de vidas perdidas había que cargarlas en el debe de los generales y almirantes, etc. etc) y las circunstancias relacionadas con el alejamiento físico de otras guerras, han facilitado la creación de un excelente caldo de cultivo para el virus antimilitarista, que propala una enfermiza obsesión de rechazo de todo lo que huela a castrense (incluyendo símbolos y ceremonias). Muy recientes están los ejemplos de las ausencias de representaciones políticas en los actos del Dos de Mayo (Madrid y Sevilla, especialmente). Y por eso hoy, en muchos ámbitos, se presenta a las FAS, con palabras de Ortega y Gasset, “como una cosa infrahumana y torpe residuo de la animalidad persistente en el hombre”.

El resultado está claro. El pueblo no siente la necesidad de unas FAS, pues nadie -la que llaman táctica del avestruz- habla a las gentes de riesgos o amenazas que están bien presentes en la actualidad. La opinión pública, y la publicada, aceptan que nuestros militares sean enviados a otros países “distintos y distantes” -eso sí, sin percatarse que también allí están defendiendo a España-, pero sin importarles un pimiento su equipamiento (del que sólo si ocurre una tragedia se hablará, pero para criticar al Gobierno de turno).

Y si el pueblo no siente esa necesidad de potenciar sus FAS, no va a exigir a los partidos políticos una mayor atención en ese vital aspecto. Y claro, en su inmensa mayoría los políticos, gobernantes o en la oposición, siguiendo las directrices de su formación y, como no, los dictados de lo políticamente correcto, ni se plantean insinuar un aumento (que insisto es absolutamente necesario ya) en los presupuestos militares, mientras que un año y otro, y por uno u otro motivo, vemos que se conceden generosas subvenciones, en algunos casos más que millonarias, a entidades u organizaciones para dedicarlas a fines de dudosa utilidad pública.

Hace ya 96 años, en 1920, don José Ortega y Gasset dejaba escrito en su España Invertebrada lo siguiente: “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales… Raza que no se siente ante sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero es que se halla profundamente enferma”.

¿Tendría razón el gran filósofo y ensayista, y ese desinterés, cuando no indiferencia o menosprecio, de una parte de los españoles y de una mayoría de sus políticos por mejorar el “grado de perfección de su Ejército” no será más que un reflejo de lo “profundamente enferma” que está la sociedad española? Si es así, que Dios nos proteja, pues en el horizonte próximo no aparecen figuras capaces de sanarla.

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