«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Los que se fueron

20 de febrero de 2022

En julio de 2000, el comando Buruntza asesinó en un bar de Tolosa al exgobernador civil de Guipúzcoa, Juan María Jáuregui, descerrajándole dos tiros por la espalda. Las balas etarras terminaron de este modo con quien se había manifestado contra el proceso de Burgos, hasta el punto de dar con sus huesos en la cárcel de Basauri durante año y medio. Once años después, Luis María Carrasco, integrante del comando criminal, se reunió con Maixabel Lasa, viuda de Jáuregui, en el contexto de los llamados «encuentros restaurativos» entre terroristas y víctimas de ETA. Tres años más tarde, en mayo de 2014, otro de los integrantes del comando, Ibon Etxezarreta, pidió conocer a doña Maixabel para para pedirle perdón después de un intercambio epistolar. Finalmente, el 24 de julio de 2021 se estrenó en Madrid la película Maixabel, dirigida por Icíar Bollaín y rodada sobre un guion de la propia exalumna del instituto Santamarca y de Isabel Campo. Hace apenas una semana, Blanca Portillo ha obtenido el premio a la mejor actriz protagonista por su papel, el de la propia Maixabel, en dicho filme.

En contraste con lo ocurrido en 2003, durante la gala de los premios Goya de este año, no hubo protestas acerca de la alta tensión bélica a la que España contribuye con la movilización de la fragata Blas de Lezo. Evitado cualquier conato de protesta pacifista, la ceremonia contó con la presencia del doctor Pedro Sánchez y de la gran esperanza blanca de la izquierda plurinacional, Yolanda Díaz, que pudieron escuchar el emocionado discurso pronunciado por la goyizada Portillo, en el cual declaró su «amor incondicional» a Juan María Jáuregui por ser «el verdadero protagonista de todo esto». «Él y todas las personas que se fueron de forma absolutamente injusta», añadió, sin entrar en más detalles.

Aquellos españoles, y la premiada lo sabe perfectamente, no «se fueron», sino que fueron expulsadas, en gran número, de la vida, por las balas o las bombas lapa de la banda del hacha y la serpiente

Marcadas por la habitual ambigüedad propia de su gremio, las palabras de la Portillo no pueden sorprender a nadie. Al cabo, el sector cinematográfico español depende enteramente de las ayudas gubernamentales, y el Gobierno debe su estabilidad, entre otros, a EHBildu. Conviene, pues, a los que se ganan algo más que el chusco en el mundo del celuloide, no morder la mano que se lo da, razón por la cual los cómicos, peyorativamente llamados «titiriteros», han desarrollado una cuidada jerga que no incomode a un poder al que pertenece, de un modo decisivo, la grey oteguiana. El resultado es el que todos pudimos escuchar en la intervención de la actriz madrileña, fiel exponente del colectivo al que pertenece. Un colectivo que, como es bien sabido, exige una serie de compromisos cuya inobservancia conduce directamente al ostracismo profesional. Por ello, no es de extrañar que doña Blanca escogiera el término «personas», en lugar del más ajustado, «españoles», atributo que poseían, y que fue la causa de su asesinato, quienes como Jáuregui fueron víctimas de la acción criminal, que no de la injusticia, etarra. Aquellos españoles, y la premiada lo sabe perfectamente, no «se fueron», sino que fueron expulsadas, en gran número, de la vida, por las balas o las bombas lapa de la banda del hacha y la serpiente, que mataba españoles con el único objetivo de segregar, privatizar, si se quiere, parte del territorio nacional. Siempre circunspectos en la defensa de «lo público», para el colectivo de subvencionados corifeos habituales, la segregación de algo tan público como la capa basal de nuestra sociedad, carece de importancia. En la tentativa de consumar tan enorme robo, ETA acabó con la vida de al menos 829 compatriotas, cifra que posiblemente sea muy superior, habida cuenta de las muchas muertes que siguen sin esclarecerse. 

Mientras el tiempo corre en contra de tales indagaciones, las obras cinematográficas cultivadoras de una eticista equidistancia entre víctimas y verdugos, se suceden paralelamente a los recibimientos a etarras en los así llamados ongi etorris que Sánchez se ha negado a prohibir hasta en cinco ocasiones, en las cuales ha protegido unas ceremonias capitalizadas por los bildutarras a los que tanto debe. Entregadas al secesionismo por un PSOE abismado ante el supremacismo que él mismo ha contribuido a consolidar durante décadas, las Vascongadas ven volver únicamente a aquellos que, con sus manos manchadas de sangre española, el Gobierno acerca.

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