«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Madrid se va

29 de marzo de 2023

No nos habíamos repuesto de ver a la plana mayor del PP de Madrid bailando El tiburón cuando apareció Begoña Villacís como Camila Cabello con una camiseta de algo que parecía béisbol en la inauguración de un campo de sóftbol llamando a la hermandad de españoles y «latinos». Es una línea de distinción entre un partido, declinante ya, y el otro, el PP, que sí admite decir hispanos (en la gestión del traspaso: votos, nombres y remilgos).

«Hispanolandia» es una expresión que Pascual Maragall usó para referirse a Madrid en un artículo de 2001, «Madrid se va», donde comentaba —¿lamentaba?— el crecimiento de la capital, una ciudad ya en la liga de grandes urbes mundiales. 

Usaba Maragall, para enganchar al lector, el caso Figo, recién fichado por Florentino. Era un golpe que alejaba al Real Madrid del viejo equilibrio: el dinero el Barça, el Madrid la «competitividad», lo que pretendía simbolizar otra cosa: Madrid como capital política, Barcelona y Bilbao como capitales económicas, aunque eso, advertía, estaba cambiando. Madrid se elevaba a la capitalidad económica, mientras Bilbao y Barcelona desarrollaban el poder político en sus comunidades. La impresión es que eso tampoco acababa de gustar por Barcelona, y que la idea era sumar poder político y supremacía económica, las dos.

Pero era fácil recordar estos días aquel célebre artículo al ver la innegable «americanización» de Madrid. Ayuso volvió a demostrar su talento para el falso populismo atrayendo a los evangelistas. Esto es el colmo: los días impares se presume de centrismo semperista, los días pares imitamos a la derecha evangélica trumpiana… Si está previsto que en los próximos años haya un incremento neto de 250.000 inmigrantes anuales en España, estas cosas adquieren importancia. O el evangelismo americano o algunas formas de espiritualidad africana o, directamente, el victimismo Black Lives Matter instilado, y apetece imaginar el efecto que tendrán, para empezar, en el catolicismo español. ¿No se merece la Conferencia Episcopal, su COPE, la competencia de una nueva telepredicación? ¿No se animaría la derecha con esta nueva derecha locuaz, milagrera, espectacular, sonora y no concordada?

Es este recién descubierto voto evangélico y es el sóftbol; es Jorge Juan lleno de dinero venezolano y bolichico, y es el Toni2 mexicanizado que canta rancheras y por Luis Miguel o son las peleas de bandas en el metro, los machetazos crepusculares con los que dirimen su territorialidad en «nuestros/sus barrios»… es un Madrid, también, abierto al ir y venir de flujos americanos, dinero y gentes, costumbres, también al turismo del gran lujo y a una economía global, competitiva («traeremos la City») que transforma la urbe en otra cosa y convierte su tipismo en un escenario en trance de desaparición.

La misma Villacís que pedía, como si le hubieran dado un Grammy Latino, la hermandad boricua, publicitó estos días una iniciativa: «Madrid DC», lo que llamó Distrito Capital, en línea con las reivindicaciones del propio Almeida de una nueva Ley de Capitalidad. ¿Qué piden? Lo de todos: competencias. Un periodista llegó a hablar sin ironía de Madrid como «ciudad-Estado». El DC es el DF estadounidense, siguiendo con esa visión socioliberal de lo «latino» como lo hispano pasado por el tamiz anglosajón. El Distrito Federal es la capital de un Estado Federal, implica federación, solo que en Estados Unidos a Washington lo llaman DC, Distrito de Columbia y mejor, más chic, sonar norteamericano, pensará Villacís.

Esa idea de Madrid como DF ya la frecuentó Ayuso cuando su pulso con el Gobierno de Sánchez. Es la aportación de la —llamémosla— derecha liberal al momento federalizante: un «Madrid DF», lo que podría ser hasta un punto de acuerdo y consenso entre los federalizantes de izquierdas y nacionalistas y la derecha centro-liberal (con alcances de simpatía y hegemonía en toda la derecha): un Madrid, a cambio de eso, potentísimo, economiquísimo, próspero, globalizante y «miamizado». 

Madrid ya no tanto «rompeolas de las Españas» como ciudad hispanoamericana, su antesala o primer contacto. Un Madrid que no se parecería tanto a España como a otra cosa. Ya no suma de «Españas» sino ciudad posespañola, donde España sea algo que llega por Atocha, pero se transforma para lo global. Una España alternativa, quizás, como una retórica tumefacción cosmoliberal que funcionara como relato alternativo del «78 bueno». 

Si Maragall describía la potencia del Madrid de inicios de siglo con Figo, sería aún más fácil describir la actual con el nuevo estadio Bernabéu, que apenas cabe ya en la Liga Española, tan grande y planetario que necesita, sobre la española y la europea, una nueva Liga, una nueva «planta» internacional, un nuevo acomodo hacia lo global. En 2001 era Figo, en 2023 es el Nuevo Bernabéu. Madrid se va, pero ¿cómo? ¿adónde? ¿en qué condiciones?

Entregado el poder político-lingüístico en las Comunidades Autónomas estatificadas, y planteada la voluntad política de vascos y catalanes de refrenar el crecimiento de Madrid, podría haber un punto de acuerdo (pax de la Nueva Transición) en un Madrid DF coartada hidrocefálica de lo federal, potentísimo, inhibido políticamente sobre España, crisol de Hispanolandia y lanzado a una globalidad en lengua española o, más bien, a una gestión angloliberalizante (ciertamente sumisa, sóftbol Villacís) de lo español, entendido lo español y el español como un potencial económico-técnico-cultural. Lo español (ya acabo) permitido y permisible entre las oligarquías vascocatalanas (hasta Galicia, Navarra, Valencia y Baleares) y los poderes angloimperiales: ¿cuánto español cabe ahí? Pues lo que cupiese, se explotaría en un Madrid DF.

.
Fondo newsletter