Para Lenin, arrancarse de su cuello una medalla devota y tirarla al suelo tras escupir en ella significaba, mĆ”s que un empeƱo prometeico, todo un programa contra Dios y cualquier idea de trascendencia. Todo lo religioso es una indescriptible abominación, y el marxismo serĆ” el perfecto sustitutivo de la religión. Poco antes, el padre de Karl Marx -un tipo de arrogancia hiriente y creador de polĆticas agresivas- veĆa en los delirios malĆ©ficos de su hijo el espĆritu de una naturaleza fĆ”ustica, fruto de la flaqueza humana, el orgullo, el egoĆsmo y la vanidad. Mientras que Marx motejaba a la religión como āel opio del puebloā, Lenin la calificarĆa como āopio para el puebloā, un aguardiente moral con el que los esclavos del capital pierden su aspecto humano y ahogan sus deseos de una vida digna de seres humanos.
El 10 de marzo de 2011, la caterva marxista indignada, heredera de quienes preferĆan partir cabezas de manera despiadada a la posibilidad de acariciarlas, irrumpió en la capilla de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid, coreando eslóganes como āvamos a quemar la Conferencia Episcopalā, āmenos rosarios y mĆ”s bolas chinasā, āfrente al Vaticano poder clitorianoā, āel Papa no nos deja comernos las almejasā o āarderĆ©is como en el 36ā. Entre los participantes de semejante agresión fĆsica y de incitación execrable a la violencia, fundada en la estĆŗpida coartada de la libertad de expresión, se encontraba Rita Maestre, concejal del ayuntamiento de Madrid, leyendo un manifiesto en el que con saƱa se proferĆan dicterios ofensivos contra la Iglesia.
Hasta aquĆ los hechos. Sin embargo, este siniestro suceso le parece a Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal EspaƱola, un acto de ignorancia, porque quien asĆ actuaba no sabĆa lo que hacĆa, āno sabe quiĆ©n estĆ” en el Sagrarioā. SegĆŗn MonseƱor -cuyas palabras sólo pueden producir una enojosa dispepsia-, Maestre causaba ofensas a los sentimientos religiosos, mostrando con alborozo sus tetas, sin advertir el ātrĆ”ficoā entre Dios y el hombre que allĆ ocurrĆa; profanaba exultante un lugar de culto como quien devora sus hijos contra razón y justicia, desconociendo la verdad de sus actos; blasfemaba con impiedad sacrĆlega y homicida con la inocencia de un niƱo que juega a plena luz del dĆa, ajeno a mĆ”s normas que la sorda espontaneidad y el capricho brutal. Si supiera Maestre quiĆ©n se encuentra en la EucaristĆa, sin duda habrĆa comprendido cómo es capaz, a pesar de su odio, de alojarse la misericordia mĆ”s infinita en el enfermo corazón del hombre, en la ridĆcula miseria y absurda desvergüenza con que imposibilitamos el pleno desenvolvimiento religioso.
El vicio mĆ”s grave de la Iglesia es la venalidad de gran parte de su jerarquĆa, una dolencia ajena a la santidad por cuanto no sirve a Cristo sino a los fines de quienes sólo buscan silenciarlo. Cuando Manuela Carmena, nueva alcaldesa de Madrid, ha manifestado ya su deseo de identificar en rango la fiesta del Orgullo Gay con San Isidro (grosera versión indolora de una analogĆa mĆ”s pertinaz que llevó a Zapatero hace diez aƱos a la legalización del āmatrimonio homosexualā), propongo que el dĆa 1 de julio monseƱor Osoro deje claro a sus feligreses si es Dios quien anda por las calles de Madrid sirviĆ©ndose del oprobio con sórdidas y muy costosas reivindicaciones, o es el hombre quien, creyendo encontrase al fin en la sociedad mĆ”s perfecta anhelada por Kavafis, oscurece Su presencia inoculando su ideologĆa en ella y obstinĆ”ndose en el rechazo de la Creación. Una propuesta coherente despuĆ©s de soportar el deleznable espectĆ”culo de utilizar un templo en Madrid con fines espurios, ofreciendo en Ć©l un homenaje al fallecido lĆder polĆtico Pedro Zerolo.Ā
Frente al peligro de las ideologĆas secularizadas y anticristianas, identificadas en algunos partidos polĆticos, que buscan imponer y hacer bueno un fin por cualquier medio posible, se encuentra la misión de resistir desde el esfuerzo Ć©tico que potencie la libertad al mismo tiempo que la limite. Frente a una Iglesia complaciente, timorata y acomplejada, que se hace a la medida de este mundo, conviene trascender la hipocresĆa de designar al mal como ignorancia, la falsedad oportunista y la impostura de verse ahora sorprendido, en un inopinado extraƱamiento, por las dolorosas consecuencias causadas por el mismo arzobispo al ceder negligente un templo a quien podrĆa prever harĆa mal uso de Ć©l.