Hace unos días, el Financial Times publicó algo relevante sobre la generación Z, quienes están entre 22 y 34 años. La creencia extendida es que a estos jóvenes, por lo general, les va mal en todo Occidente. Pero el reportaje explicaba una importante diferencia. Los Gen-Z estadounidenses disfrutan de un nivel de vida no solo sensiblemente superior al de sus coetáneos europeos sino además creciente. Su nivel de vida (consumo individual medio per cápita) crece a ritmo sostenido, más que en generaciones anteriores. Incluso superan a los milenials (antecedentes generacionales) en el acceso a la vivienda.
Los jóvenes en Estados Unidos prosperan y disfrutan, como es propio de la juventud, de «movilidad ascendente».
Lo normal cuando se está en un mundo progresista es que las cosas ‘progresen’; si no lo hacen, si hay progresismo sin progreso, entonces se produce una falta de armonía entre visiones del mundo y realidades.
Los jóvenes estadounidenses dejan atrás a los europeos y sin embargo, son ellos los que reaccionan políticamente. Lo acaban de hacer. ¿Por qué? Puede que sea la libertad política. Los norteamericanos la tienen, nosotros no. Podríamos definirla por las diferencias entre la democracia americana y la europea, pero bastaría con pararse en algo observable, en una evidencia: en los sucesivos gobiernos norteamericanos hay cambios políticos, narrativos, filosóficos que responden a visiones del mundo distintas que evolucionan. El mundo de Obama no es el de Trump, su lenguaje tampoco. En Europa hay algo inalterable. Un estado de marasmo (¡del Erasmus al Marasmus!). Todo se mantiene bajo una estructura que parece un viejo decorado que alguien colocó alguna vez y es imposible retirar.
A los jóvenes americanos las cosas les van. Si no son más ricos que los viejos boomers de la edad de oro, sí mejoran a sus hermanos mayores y encuentran que aun así han de reaccionar ante un nuevo mundo que llega con China.
Cuando empecé este artículo mi intención era escribir de los mayores, de los boomers, pero quería mirarlos como mirarían los jóvenes, desde su lugar, y me quedé atrapado en ese dato, al que ahora añado otro reciente: España lidera junto a Rumania con 25’3% el desempleo juvenil en Europa.
La situación de los jóvenes españoles es muy seria. Algunos, entre los más preparados, se marcharán al extranjero. Más de cien mil el último año. Esto se manifiesta de extrañas maneras: los separatistas catalanes hostigan a los médicos hispanoparlantes porque preguntan ¿le duele? en lugar de li fa mal, y echan la culpa a España, cuando son sus chicos, los médicos catalanes, los que prefieren ganar más fuera. España forma capital humano en inglés para el extranjero.
La situación generacional es de ruptura. La natalidad explica casi todo. Cuando hay más viejos que jóvenes, los últimos tienen demasiado sobre sus hombros. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, la España que te precede ha de helarte el porvenir. Al invertirse la pirámide (apuntando a la forma del hongo nuclear) se invierte lo demás.
Los jóvenes más sensibles políticamente reaccionan; unos contra los pensionistas (más a la derecha), otros contra los caseros o propietarios de pisos (más en la izquierda). Esa fractura generacional es la última que nos faltaba. Jóvenes y viejos afrontan problemas distintos, pero puede que el problema de los dos tenga un origen común.