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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La marcha sobre Madrid

2 de febrero de 2015

En cuanto saltó la noticia me acordé de Mussolini. No, como otros, por la intención de echar sobre Pablo Iglesias y su banda montones de estiércol, sino porque sinceramente creía que ellos conocían perfectamente el antecedente de la marcha sobre Roma del líder fascista. 

Hay una clave para entender a Pablo Iglesias. Sin ella, es imposible conocerle. Con ella, no se necesita mucho más para interpretar lo que hace y cómo lo hace: es el poder absoluto. Pablo Iglesias et al. buscan el poder absoluto. El resto de las consideraciones son puramente instrumentales.

Él lo ha explicado en numerosas ocasiones, sin revelar su último objetivo. Le ha afeado a Miguel Urban su pasotismo marxista, esa fe ortodoxa en que la revolución llegará cuando se den las condiciones materiales necesarias. Ha explicado cómo no han tenido más remedio que aceptar la democracia, desde presupuestos puramente prácticos, como el instrumento más idóneo hacia el poder. Ha recalcado la necesidad de ser leninista en el sentido de tener la combinación de audacia, sentido político y renuncia ideológica necesarias para alcanzar el poder. Ha señalado al éxito de Marine Le Pen como ejemplo de lo que deben hacer. Ha recogido del Orinoco que lloraba Monedero las contribuciones del chavismo a la construcción de la dictadura revestida de democracia, como la mención permanente al patriotismo. ¿Por qué no iba a fijarse, en su eclecticismo, en su teleología, en el antecedente de Mussolini?

Lenin. Dijo Pablo Iglesias: “Un viejo amigo comunista, que conoce América Latina muy bien, decía: la audacia comunista, el momento leninista, si queréis, supone identificar esos pequeñitos momentos excepcionales en los que la diferencia entre un dirigente audaz y un dirigente mediocre es la capacidad de señalar a los culpables, señalar a los enemigos, y decirles ‘¿veis? Estos son los enemigos del pueblo’”. Y añade: “Es la diferencia entre la audacia”, es decir el valor para romper con los corsés de la izquierda “y ser un conservador que sigue utilizando los mismos métodos”. Al fin, señala: “La crisis tiene culpables muy claros, tiene nombres y apellidos. Y les podemos poner un nombre. Les podemos llamar ‘casta’”.

En esa casta ha metido a los enemigos públicos de esta crisis, y a los políticos que aceptan los recortes que “vienen de Bruselas”. Luego han dejado de hablar de los bancos, porque sólo les valen como señuelo. Cuando hablan de “casta”, cuando hablan de “bipartidismo”, se refieren a una única realidad, a la clase política española. En esta manifestación, en su marcha sobre Madrid, se han propuesto “echar a la casta”. Y es exactamente lo que quieren hacer. Sustituir el bipartidismo por el monopartidismo. Subvertir la democracia e imponerse sobre el resto de fuerzas políticas y sociales. Y cambiar España de arriba abajo. Desactivar las áreas de resistencia: los medios de comunicación, las instituciones, las bases económicas de la sociedad… todo lo que se les ponga por delante. A no ser que antes les desenmascaren.

 

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