«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Arturo García (San Vicente de la Barquera, 1991). Periodista. Me licencié en la Universidad Complutense. Aprendí de los buenos y ahora intento aplicarlo con mayor o menor acierto a otros ámbitos de la comunicación.
Arturo García (San Vicente de la Barquera, 1991). Periodista. Me licencié en la Universidad Complutense. Aprendí de los buenos y ahora intento aplicarlo con mayor o menor acierto a otros ámbitos de la comunicación.

Mariano Rajoy y la procrastinación

27 de julio de 2015

Procrastinar es diferir o dejar para más adelante las tareas que nos dan pereza o nos  desagrada afrontar. En muchas ocasiones el que procrastina tiene la secreta esperanza de que esa tarea antipática de realizar termine por ser innecesaria y, de esa forma, librarse de tan desagradable quehacer. En mayor o menor medida, todos procrastinamos. Pero hay algunas personas para las que la procrastinación se convierte en un auténtico sello de identidad. Una de ellas es Mariano Rajoy.

El art. 155 de la Constitución contempla el escenario de que una Comunidad Autónoma no cumpla las obligaciones que le imponen la Constitución y la Ley, o atente gravemente contra el interés general de España. Llegado a ese punto, el Gobierno está facultado, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y aprobación por mayoría absoluta del Senado, a tomar las medidas necesarias para obligar al cumplimiento de la Ley o para proteger el mencionado interés general. Para la ejecución de tales medidas el Gobierno podrá dar instrucciones directamente a las autoridades de las Comunidades Autónomas. 

Por ello cuando el pasado 9 de noviembre Artur Mas persistió en su desafío y celebró su Referéndum secesionista, incumpliendo la resolución del Tribunal Supremo y situándose al margen de la Legalidad, Mariano Rajoy tenía en su mano las herramientas legales para impedirlo. Con mayoría absoluta en el Senado, sólo tendría que haber dado órdenes a la policía autonómica catalana para que retirase las urnas y sellase los colegios electorales. Y los Mossos d’Esquadra hubieran obedecido, porque es difícil que funcionarios de carrera arriesguen su puesto de trabajo y su libertad por seguir los delirios del President. Más aún en una sociedad tan dividida como la catalana en la que, según las encuestas de la propia Generalidad, un 60% de los ciudadanos no ven viable la independencia.

Rajoy prefirió entonces procrastinar. Decir que no se había producido ningún referéndum y negar que se hubiera realizado una consulta que unos días antes había impugnado. Seguramente pensando que los nacionalistas catalanes se acabarían cansando y que, cuando llegase la ansiada recuperación económica a la que ya por entonces había confiado su reelección, los catalanes entrarían en razón y olvidarían el desafío soberanista para echarse en manos del Partido Popular.

Pero el desafío independentista no se ha frenado. Envalentonado con la celebración del referéndum, Artur Mas persiste en su determinación. Esta vez el desafío consiste en convertir unas elecciones autonómicas en un plebiscito. Y en la promesa de una declaración unilateral de independencia a los seis meses de haber conseguido una mayoría secesionista en el parlamento autonómico.

Esta vez Mariano Rajoy se ha puesto serio. Dice que está dispuesto a aplicar la Constitución (dice que proporcionalmente, no vaya a ser que alguien lo critique). Pero Rajoy olvida algo muy importante. Las elecciones catalanas son en septiembre y las legislativas en noviembre. La más que probable declaración de independencia de Mas se producirá en marzo de 2016. Y a fecha de hoy es difícil saber quién será para entonces el presidente del Gobierno y qué coalición de partidos será la que tendrá la mayoría en el Senado.

Si el próximo presidente del gobierno es un Pedro Sánchez sostenido por Podemos, parece complicado que el Gobierno se atreva a responder con contundencia ante el órdago soberanista. Pablo Iglesias se ha manifestado a favor del “derecho a decidir” y dice sin tapujos que la Constitución no hay que reformarla, sino sustituirla por otra. Pedro Sánchez, un político absolutamente impredecible, parece que se inclina por abrir un proceso de reforma de la Constitución para evolucionar hacia un federalismo que los nacionalistas catalanes han dicho ya que no quieren.

La confluencia del nacionalismo catalán, del leninismo amable de Podemos y la indigencia intelectual de los actuales líderes socialistas, hacen de la independencia de Cataluña un escenario factible en el medio plazo.

Después de tres años de desafío soberanista, Artur Mas sigue más vivo que nunca. Seguramente porque siempre ha tenido la iniciativa en el proceso, mientras que el procrastinador Mariano Rajoy ha evitado tomar cartas en el asunto, aplicando su conocido método de dejar que las cosas se acaben arreglando por pura podredumbre.

Nunca un Presidente del Gobierno ha desperdiciado de esta forma la confianza que el pueblo español le ha entregado mayoritariamente en las urnas. 

.
Fondo newsletter