Por supuesto, es lamentable la pérdida de su empleo por parte de muchos profesionales de la comunicación, periodistas y técnicos, por el cierre de su lugar de trabajo. Siempre lamentamos que personas que han tenido acceso a una tarea que beneficia al conjunto de la sociedad sean despedidas de sus trabajos, por mucho que perciban una compensación o que pasen a un paro subsidiado. Dejar de trabajar es una tragedia en todos los casos. También es entendible que cuando se llega a una empresa elefantiásica en la que se contratan a más personas de las necesarias, lo que debiera haberse producido no es la liquidación del medio televisivo que nos afecta, sino la regulación de su empleo para convertirlo en algo útil que, si no genera beneficios, al menos tampoco produzca pérdidas.
¿Por qué no se ha llegado a ese acuerdo que hubiera sido razonable entre ambas partes? Creo que eso no ha sucedido debido a un doble pulso de carácter político y sindical. En un primer lugar estaría la actitud del Gobierno valenciano queriendo desprenderse de una televisión que no controlaba íntegramente, pues había nacido durante un Gobierno socialista y estaba marcada por una línea ideológica nacionalista no compartida por la Generalitat. Por otro lado, el esfuerzo de los sindicatos para poner barreras a cualquier acuerdo, con la esperanza de que no se aligerase la plantilla ha jugado en contra finalmente de los trabajadores, que en lugar de proponer soluciones al necesario ERE cercano al millar de personas, prefirieron un órdago grande para quedarse los más de 1.600 que componían la plantilla.
A partir de entonces hemos asistido a un hecho curioso, la toma de la iniciativa televisiva por parte de los sectores del llamado tripartito: periodistas socialistas, comunistas y nacionalistas. Durante estos días, en una televisión pública se critica sin ningún pudor al Gobierno que les pagaba, acusándolo de haber tergiversado la verdad a lo largo de todos estos años, desde la entrada de Eduardo Zaplana hasta hoy.
Proclaman estos nuevos amos de la televisión, que son reyes por un día, el servilismo al que se vieron sometidos por las consignas que recibían y por las censuras que se realizaban sobre tales y cuales programas, y solicitan que se mantenga una televisión pública, de calidad e independiente. Las dos primeras cosas suenan bien, pero lo cierto es que la palabra “independiente” hace sonreír a cualquiera que conozca el mundo en que vivimos.
En los medios públicos la opinión sustituye siempre a la información. No se trata de contar las noticias, ni mucho menos todas las noticias, sino únicamente las que interesan al Gobierno que paga al medio para el que se trabaja. Sobre todo lo demás, la desinformación es lo único que impera.
En buena lógica, cuando los ciudadanos dejan de escuchar lo que les interesa porque los diversos gobiernos sólo hablan de lo que les beneficia, la audiencia baja, y esa sería la tercera clave de lo que está ocurriendo en Canal 9. Una programación que se inició con un 14% de audiencia, tenía en estos momentos menos de un 6% de televidentes, lo que implica el desprestigio al que se había llegado sobre la veracidad e interés de sus informativos.
En esas circunstancias lo que cabe desear es que el cierre de la televisión valenciana sea sólo un mascarón de proa que embista sobre otras televisiones similares que de bien poco sirven a los ciudadanos, porque no hacen otra cosa que ponerse de rodillas ante los que mandan.
Si triste es el servilismo de los periodistas que han aceptado censuras y comunicado consignas, no menos triste es ver que ahora se amparan en una hipócrita dignidad para lograr una televisión pluralista en la que quepan todas las opiniones.
Eso es como pedir que los gallos, las alondras y los ruiseñores canten todos a la misma vez. Cada uno a su hora, como manda la democracia que nos hemos dado: unos ganan y los otros pierden. Una vez perdido su control y arruinado como está el Gobierno valenciano, la única decisión posible para él era dejar la misericordia para otra ocasión y llenar de silencio las oficinas de Canal 9.
*Pedro J. de la Peña es escritor y profesor titular de la Universidad de Valencia.