«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Meigas fóra!

8 de noviembre de 2021

La ecología, el ecologismo y los ecologistas nos están volviendo locos. Dos reuniones recientes al más bajo nivel: la de Roma el G 20  o algo así y la de Glasgow ‒el cambio climático o algo así‒, y otra, encima, por las calles de la ciudad escocesa, con decenas o quizá centenares de miles de jovencitos ignaros procedentes de todos los rincones de la tierra y capitaneados por una psicópata que debería ser capturada en un campo de brujas y trasladada a una clínica de demonios. Basta con ver su rostro, con observar sus muecas, con escuchar sus exabruptos, con mirar sus ojos, para creer que Pateta existe, contratar los servicios de un exorcista y salir zumbando. Sí, sí, hablo de Greta, amazona de la yeguada del Apocalipsis y flautista del jolín de los adolescentes. El otro día bosquejé en mi cuenta de Twitter el argumento de una película de terror: imaginen que tienen una hija y les sale como Greta. Puro gore. 

Poco después, cuando nadie lo esperaba, llegó la sorprendente noticia de que la Unión Europea, siempre tan blanducha y dada al pasteleo, incluía las centrales nucleares entre las opciones verdes. Verdes se les debieron de poner las caras a nuestros progres y a su ecogobierno. ¿Reabrirán ahora las que cerraron? ¿Reanimarán con chutes de dopamina, anfetas, fusión y fisión las que están in artículo mortis? ¿Financiarán otras nuevas? ¿Seguirán erre que erre? 

Acababan de celebrarse poco antes las elecciones generales en Japón y el ganador de las mismas por mayoría absoluta ya había anunciado que su país, pese a la catástrofe de Fukushima ‒yo la viví y la recorrí‒, cuyas consecuencias están lejos de extinguirse, reanudará la construcción e instalación de reactores nucleares. No hay otra salida. La sensatez se impone a la demagogia.

Hoy abomino del ecologismo, que ha sido colonizado por las tropas de choque de la progresía y se ha convertido en un negocio que acabará en la ruina

¿Excepciones? Sólo una: la de siempre. Spain sigue siendo different. Fraga, con aquel eslogan, fue un augur. Se equivocó sólo al pensar que la calle era suya. ¡Oh, témpora! Pero se me ha ido el teclado por los cerros de las cumbres sobre el clima. Con tanto barullo, con tanta denuncia, con tanto aspaviento, con tantísimos dosieres, mediciones y estadísticas, ya no hay forma de saber si el mundo se enfría, se calienta o se queda, Virgencita, Virgencita, como estaba. Y como estábamos: tan ricamente.

Yo, durante muchas décadas, cinco por lo menos, fui uno de los primeros y más aguerridos  valedores de la cruzada ambientalista cuyo pistoletazo de arranque fue la aparición del libro Primavera silenciosa, de Rachel Carson, en 1962. Perdonen que me ponga esa condecoración, que hoy es de herrumbrosa chatarra. Se me propuso, inclusive, que encabezase el partido ecologista español, que a la postre se quedó en nada. Me consta que mi nombre sonó, tras la victoria de Aznar en 1996, como posible ministro de Medio Ambiente y figuró en algunas quinielas de ésas que los medios de información lanzan al tuntún cuando llega la bakunata de las urnas y, con ellas, la pascua florida de la teocracia democrática. Era sólo un rumor, además de un disparate manifiesto, porque si hay algo para lo que yo no sirva ni poco, ni mucho, ni nada, es para cacarear en un cargo público y vivir del saqueo del contribuyente. Hoy abomino del ecologismo, que ha sido colonizado por las tropas de choque de la progresía y se ha convertido en un negocio que acabará en la ruina. Cuando escucho esa palabra, me da dentera.

Escribo todo esto en una aldea de las Tierras Altas de Soria y en el desván de una vieja casona calentada por gasoil. Aún más dañino para el ecosistema sería hacerlo con leña o con electricidad. Otras opciones no están a mi alcance. Fuera sopla el cierzo y el termómetro raya en cinco grados bajo cero. ¡Brrrr! ¡Quién diría que el mundo se está calentando! Yo, desde luego, no lo digo ni tampoco digo lo contrario. Seré un irresponsable, pero me inquieta y me irrita, a la corta, mucho más que una bruja australiana ande suelta por el mundo y lo sobrevuele. Espero que nunca llegue a este numantino enclave de la España Vaciada. ¡Meigas fóra, porque haberlas, haylas! Pongan la tele y las verán.

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