El cirujano santanderino José Manuel Rebolledo MD, médico especialista de la Clínica Mayo, en Rochester, llegó muy cansado a Barajas. El vuelo desde Chicago había sido una paliza y el jet-lag de oeste a este le dejaba ahigochao, una palabra heredada de una tata que tuvo de niño y que era tan sonora como indefinida y por ello, perfecta. Durante los últimos cuarenta y dos años, desde que abandonó Santander en 1971 para apenas volver de visita breve a una España que ya no reconocía, Rebolledo encontró un placer enorme en enseñar a los colegas de la Rochester a usar aquel término jamás recogido por la Academia. El empeño de Rebolledo tuvo su momento de gloria cuando en 1996 el presidente de la Sociedad Americana de Cirugía Reconstructiva, P. A. McFoster, pronunció en Hawai, en la ponencia final del XXV Congreso de la Sociedad, la frase: “The patients develop pelvic discomfort or pain that is poorly localised and described as ahigochao”.
Rebolledo, que después de cuarenta y dos años ya se había acostumbrado a que le llamaran Reboledou y que llevaba cuarenta y un años soñando en inglés, salió de la terminal y se dio de bruces con dos tipos de traje oscuro y un pinganillo en la oreja que llevaban un cartel con su nombre. El doctor Rebolledo carraspeó: “Yep, it’s me; el doctor Reboledou soy yo”. Los dos hombres sacudieron la cabeza a modo de saludo, montaron al médico en un coche con los cristales tintados y salieron deprisa en dirección a la carretera de La Coruña.
Media hora después, el doctor Rebolledo MD, médico especialista de la Clínica Mayo, entró en el despacho de Su Majestad el Rey, que le recibió con una sonrisa ancha y un notable apretón de manos. “Me alegro de volver a verle, doctor” –dijo el Rey, mientras se sentaba con un gesto de dolor. Rebolledo sonrió y respondió: “Gracias, señor, ¿cómo va eso?”. El Rey hizo un gesto displicente y susurró: “Ahigochao”. El doctor Rebolledo sonrió. El Rey suspiró una vez, hizo una seña a su ayudante de campo, que le ofreció una carpeta abierta, y dijo: “Cuadremos las agendas, doctor: ¿qué fecha es la mejor para la segunda operación?”.
Rebolledo sacó su iPad, pasó el dedo dieciséis veces por la pantalla y al final, dijo: “El 20 de noviembre es perfecto”. Su Majestad sonrió de costadillo, cerró la carpeta y dijo: “Que sea el 21”.