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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Melones de censura

15 de marzo de 2021

El título de esta columna no es metáfora de poema surrealista ni greguería de Ramón ni viñeta de Ibáñez en el Pulgarcito ni retruécano fácil de plumilla jubilado. ¡Qué va! Me ha salido del alma, pues hace cinco minutos he creído leer en un titular de periódico, con tipografía de a puño, esa curiosa expresión: melones de censura. Pestañeé, claro, antes de bizquear y pellizcarme, y no tardé en descubrir lo que de verdad decía. Sobra aclararlo… Mociones, no melones, de censura.

El espejismo óptico no era, sin embargo, baladí. Demostraba que todos, y yo el primero, nos estamos volviendo locos. Tal es la impresión que día tras día me produce echar un vistazo al mundo. ¿Seré como el protagonista de ese chiste, recientemente citado por Chimo Puig, que conduce en sentido contrario por una autopista y llega a la conclusión de que han enloquecido los demás automovilistas? La verdad es que transformar mociones en melones resulta, en vista de lo que sucede, una metamorfosis bastante lógica, pues esas cucurbitáceas se vendían a cala y cata antes de que el mundo enloqueciera y a cala y cata van ahora como locos por su carril todos los politilocuelos incapaces de ganar elecciones que optan por ganar mociones no tanto de censura ni menos aún de mesura cuanto de defenestración.

 ¡Ay, Isabel, Isabel, para sacarme de dudas bastaría con que hicieras algo que Esperanza Aguirre no se atrevió a hacer en su día y que tú, a corto plazo, tampoco harás!

Lo único que en la concerniente a la política, siempre tan monótona y repetitiva, no me aburre, es el agonismo. El ordenador me subraya la palabra, así que recurro a Wikipedia para que los lectores la entiendan: «El agonismo (del griego agón, «conflicto» o «disputa») es una teoría política que enfatiza los aspectos potencialmente positivos de ciertas formas de conflicto político y difiere así de la descripción de la democracia como mera búsqueda de consensos».

O sea: moción de censura o, en su defecto, llamada a las urnas. En ello andamos

El agonismo exige antagonismo y, a la postre, protagonismo. Curioso es que el ordenador no subraye las dos últimas palabras.

Me aburre, decía, la política, pero me divierte en grado sumo hacer porras antes de que llegue la noche electoral y seguir ésta con el interés y la atención que las carreras de caballos despiertan en Fernando Savater. El 4 de mayo, si los jueces no me dejan sin función (y parece ser que no lo harán a juzgar por su primer dictamen), me plantaré en cuanto las sedes electorales cierren frente al televisor con una botella de champán ‒champán, champán, de cava no, así sea de Requena, pues no lo digo por anticatalanismo, sino por razones de paladar‒ y revisaré mi quiniela a ver si la voz del pueblo la avala.

Después de la traición perpetrada por Casado en la moción de censura al gobierno jamás podría yo votar a un partido capitaneado por él

Tengo en este instante el corazón partío. Si la convocatoria fuese de alcance nacional no lo tendría: mi voto sería para Vox o, mejor dicho, para Santi Abascal, porque yo siempre voto a personas y no a partidos. Pero siendo lo del 4 de mayo ‒¿por qué no lo han puesto el Dos, que se escribe con letras y con mayúscula?‒ elecciones restringidas al ámbito de mi Comunidad no sé si seguir el consejo de acogerme al subterfugio del voto útil, cuya única utilidad sería la de afianzar algo que de todos modos sucederá: la derrota de ese panecillo sin corteza ni sal que es el candidato del gobierno. 

No sé, no sé… Tengo muy buena opinión de las dos mujeres fuertes ‒Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio‒ que librarán amistosa batalla en el vientre de las urnas y se cogerán del brazo después de que éstas dicten su veredicto. Mi problema se deriva de lo que antes dije: mi decisión, que de antiguo viene, de no votar nunca a partidos, sino a personas. De no ser así, mi dilema no existiría, puesto que después de la traición perpetrada por Casado en la moción de censura al gobierno jamás podría yo votar a un partido capitaneado por él y por los de su colla. No es cuestión de ideología, por más que yo no sea socialdemócrata, como lo es el PP, sino de ética y de estética.

Madrid volverá a salvarse de la ruina […] Ésa es mi porra. Se admiten apuestas. Mañana mismo voy a comprar la botella de champán

 ¡Ay, Isabel, Isabel, para sacarme de dudas bastaría con que hicieras algo que Esperanza Aguirre no se atrevió a hacer en su día y que tú, a corto plazo, tampoco harás! Romper las amarras al partido que virtual y momentáneamente, espero, representas y ponerte a navegar por tu cuenta o unirte a Vox, que es tu destino natural. Sueños, bien lo sé, pero sueño parecía hasta el miércoles lo que ese día sucedió. Imposible era prever antes de tan memorable fecha el monumental y triple tropezón dado por el gobierno, siempre tan astuto, y por los ciudadanitas, siempre tan precavidos, en Murcia, en Valladolid y en Madrid.

De todos modos, da igual… Votar a Rocío es votar por Isabel y hacerlo por Isabel es hacerlo por Rocío. No hay corazón que no sea bipolar. Madrid volverá a salvarse de la ruina y a mantener su libertad dos días después de la fecha de la efemérides más importante de su historia. Ésa es mi porra. Se admiten apuestas. Mañana mismo voy a comprar la botella de champán. Será francés y de Reims. Otro no hay.

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