Fue un discurso institucional donde dijo lo procedente en estos casos; difícilmente se pueden decir otras cosas que lo que le escriben para felicitar la Navidad. Pero hay algo que no me pareció correcto cuando se refirió al problema catalán. Cualquiera de nosotros podemos referirnos a esa circunstancia llamándola así, el problema catalán, pero no el Rey, porque, de forma general habla de un problema que no ha creado la mayoría del pueblo catalán, ni comulga con la idea de la independencia, aunque el problema, igualmente, exista. Es más, no sólo la mayoría del pueblo, sino que dentro del partido gobernante, CIU, la mayoría no quiere la separación. Es, por tanto, una minoría la que ha creado el problema al resto de los ciudadanos, y a todo el mundo. Y aunque exista el problema catalán, es justo dejar claro desde las altas instancias, que no ha sido creado por los catalanes en la expresión de su respetable mayoría. El Rey debió referirse al problema catalán creado por una minoría, respetando así el sentimiento de una mayor parte del pueblo ajeno al descerebrado intento. Tampoco el Presidente del Gobierno respeta a esa mayoría cuando habla del problema catalán, mayoría que también desea la celebración de un referendum para expresar su sentimiento de unidad con España. También es evidente que los líderes de esa minoría, en realidad, no quieren la independencia, pues saben, mejor que nadie, que jamás conseguirán desde la separación los grandes ingresos que consiguen de nuestro débil Gobierno, y a costa del resto de las comunidades; lo han demostrado las encuestas, como lo demostraron en Quebek y en Escocia, que tuvieron la autorización de sus Gobiernos para hacer los referendums que, luego, perdieron, y se acabó el problema para siempre. Aquí, por falta de visión y gestión política, el problema será eterno,ya que la amenaza constante de independencia les da más dinero que el que conseguirían desde la separación. Es preciso autorizar un referendum en Cataluña para terminar definitivamente con el problema. No nos engañemos; el problema es idéntico a los dos casos señalados, y si hay que perfeccionar la Constitución alterándola, se cambia, y basta.
El Rey, como supremo representante del Estado, debe involucrarse con habilidad para garantizar la unidad de España, y, por otra parte, en sus alocuciones públicas, debe tener en cuenta y respetar la existencia de una gran mayoría social que sufre los deseos separatistas de una minoría causante del conflicto. La histórica frase de “el rey reina, pero no gobierna”, fue respondida con lógica contundencia: “el trono no es un sillón vacío”.