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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La mentira del PCE

2 de mayo de 2017

Fue en uno de esos programas culturales que emitían en televisión, hará unos diez años.

Sánchez Dragó, don Fernando, se encerró durante casi dos horas con Santiago Carrillo. La entrevista se desarrolló como en una montaña rusa, amable y eléctrica, y Carrillo mintió con el conocido aplomo sobre casi todo, excepto en que había nacido en Gijón y en alguna otra menudencia. Supongo que, a estas alturas, no es necesario decir mucho más sobre el personaje. 

La mayor parte de sus trolas fueron admitidas por Dragó con la deferencia caballeresca que gasta cuando no quiere hacer sangre, que es casi siempre. Pero no pudo evitar parecer condescendiente cuando Carrillo, engolfado en su revisión biográfica, pretendió que el PCE había sido la vanguardia de la democracia en España por su lucha antifranquista, sobre todo después de poner en circulación la consigna de «Reconciliación Nacional» en 1956. 

Con la paternal condescendencia de quien coge al hijo en falta, Dragó se vio precisado de evocar los días de Carabanchel, allá por los cincuenta, en los que tanto él como sus ilustres camaradas de fechorías (Pradera, Semprún…) se mofaban de la democracia, a la que motejaban de “burguesa”, con el desprecio que esa palabra destilaba en boca de todo comunista que se preciase. 

Carrillo insistió en que el partido –o sea, El Partido- había “decidido que el sistema correcto era la democracia y que había que trabajar por la instauración de una democracia de tipo occidental”, pero Dragó sonreía: «Hombre, Santiago, que aquello era una consigna; los camaradas que estábamos en la cárcel teníamos claro que luchábamos por la dictadura del proletariado, no por la democracia a la que llamábamos «democracia burguesa». Las invocaciones democráticas –continuaba Dragó- no eran más que una celada para incautos.

A Carrillo se le congeló la expresión facial. Arqueó la comisura de los labios, despectivo:

– Entonces es que no entendiste el rumbo que adoptó El Partido.

– Santiago -insistió irreverentemente Dragó- pues entonces, ni yo la entendí, ni los treinta y tantos militantes del PCE que estábamos encerrados en Carabanchel tampoco. Lo de la democracia era sólo un señuelo, porque ya no podíamos ir con las viejas banderas…

Carrillo le miró con cara de “si te agarro en otra, te mando a Vorkutá cagando leches”, pero apenas dijo algo más. Dragó, educado como suele, le dio aire y no quiso destripar más el embuste ni al embustero. 

Por entonces, en 1956, el PCE condenaba la revuelta húngara contra la ocupación soviética y la insumisión de su política a los dictados de Moscú. Meses después de lanzar la consigna de “»Reconciliación Nacional», anunciaba que “lo esencial, en mantener la unión del campo socialista y del movimiento obrero”, apoyando la irrupción de los T-34 y los Iosif Stalin en Budapest. 

No es menos cierto que los comunistas del momento acogieron de forma desigual la decisión del Partido. Líster tachó la maniobra de “oportunista”; pero había algo más. Pues por entonces, en febrero de 1956, la URSS había condenado el estalinismo (sólo en lo que tenía de lesivo para el comunismo) en el XX Congreso del PCUS; el PCE se alineaba con la línea moscovita impuesta por Kruschev, naturalmente. Incrédula ante la condena de Satlin, en quien había encontrado un sustitutivo de la divinidad, la Pasionaria se retiró a sus labores –en Moscú, por supuesto-, abandonando la actividad política. Sus camaradas comenzaron a conocerla como La Pensionaria. 

Los años que estarían por venir verían la contorsión del PCE hacia el eurocomunismo, táctica adaptativa de la imposición del comunismo por otros medios; pero con  idéntico fin. El Partido elaboró una mística de resistencia antifranquista que, siendo cierto en lo que tuvo de oposición –con sus gotas hiperbólicas, todo hay que decirlo-, falsea la calidad de dicha oposición; la del comunismo no fue, nunca, no pudo serlo, una resistencia democrática. 

La verdad es que el PCE en la clandestinidad tuvo una conducta abyecta –como ha sido toda su historia- por más que fuera la única organización que presentara oposición al franquismo. Eso no le santifica. Utilizó las injusticias existentes en toda sociedad, los evidentes desequilibrios producto del desarrollo desbocado de aquellos años (nos convertimos en el segundo país que más crecía del mundo, tras Japón), y las consecuentes reivindicaciones sociales, para abrirse paso; jamás su finalidad fue la de instaurar una democracia sino en lo que esta tenía de estación de tránsito hacia el establecimiento de una sociedad comunista. Como es natural. 

La sinceridad del rumbo comunista la muestra bien a las claras el que el PCE mantuviese –bien que calculadamente silenciados- los estrechísimos contactos con la URSS. El eurocomunismo no fue más que una estratagema de mínimos para sumar voluntades.

Ese PCE “demócrata” y “eurocomunista” recibió subvenciones de la Unión Soviética hasta 1991 –ya semi enterrada bajo los cascotes del Muro berlinés-, cuando el PCUS no tenía ni para sellos. Eso por no hablar de sus relaciones con la ETA, o de cómo entregaba a sus agentes “quemados” a la policía española. Algo de lo que podría hablar largo y tendido el entrevistado Carrillo.

Otros partidos comunistas pueden presumir de alguna que otra rebeldía; los húngaros, los polacos, los checos, los chinos, los rumanos, los yugoslavos, incluso los italianos, que ya es decir. Pero si por algo destacó el PCE, fue por su cánida mansedumbre frente a Moscú; jamás dejó de ser “el partido del extranjero”, como llamó De Gaulle a sus comunistas. 

Otra cosa es que interese a tanta choni y a tanto chani de nuestro entorno tertulianero continuar con el cuento para mantener la mandanga. 

Traición, sumisión y crimen. 

He ahí al PCE.

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