Antes de que nos prohíban contar los recuerdos más cotidianos de nuestra infancia, adolescencia y juventud, aprovecho para escribir hoy sobre mi memoria, sobre los felices ochenta, esa década que todo el mundo asocia con la divertidísima movida madrileña, en la que unos caían como chinches víctimas de la heroína y el sida y otros recibían un disparo en la cabeza o volaban por los aires partidos en dos porque la banda terrorista ETA así lo había decidido.
Mi memoria no es ni democrática, ni predemocrática ni posdemocrática. Es la que es. Y seguirá siéndolo (…). No podrán evitar que piense, que recuerde y que sepa lo que viví
Tengo maravillosos recuerdos de mi juventud, fui una afortunada, pero el contexto -palabra ahora tan de moda- en el que viví esa etapa feliz fue el que fue: los años de plomo. Mi memoria no es ni democrática, ni predemocrática ni posdemocrática. Es la que es. Y seguirá siéndolo. Me podrán prohibir hablar o expresar ciertas cosas, sobre todo, si no tengo dinero para atender las multas con las que nos quieren brear por disentir, pero no podrán evitar que piense, que recuerde y que sepa lo que viví.
En mi memoria privada y particular abundan policías nacionales, guardias civiles y militares muertos. Muertos de tercera para mucha gente. Muertos enterrados por la puerta de atrás allá en las Vascongadas
En mi memoria privada y particular abundan policías nacionales, guardias civiles y militares muertos. Muertos de tercera para mucha gente. Muertos sin funeral y sin un simple responso. Muertos enterrados por la puerta de atrás allá en las Vascongadas. Muertos molestos. Muertos cotidianos que ocupaban una parte mínima del telediario por rutinarios.
Desde pequeña mis padres me enseñaron a respetar y admirar a todas las Fuerzas de Seguridad. Por eso me sorprendía no percibir la indignación que yo sentía por esta sangría diaria. Eran militares, policías y guardias civiles, para muchos la posibilidad de un atentado les iba en el sueldo. Pero si te pillaba un autobús lleno de guardias civiles al lado en un semáforo te alejabas de la manera más rápida posible. República Dominicana. Un furgón del Ejército: la plaza de la Cruz Verde. Barcelona: Hipercor. Zaragoza, Vic… En aquellos tiempos, escuchar un fuerte ruido en la calle podía ser sinónimo de atentado. Se te encogía el corazón. Hacías un recorrido mental de tu familia, dónde estaban, por dónde tenían que pasar. Todos localizados y bien, menos mal. Hasta el susto siguiente.
Los únicos que no pararon en todos esos años de terror y muerte fueron las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Inteligencia, valor y respeto a la ley
Y esto era en Madrid. En el País Vasco, si te mataban un familiar eras víctima de la pena y del deshonor que de forma inmediata te atribuían: “algo habrá hecho”. Silencio. Ahora que tanto se habla de bullying, cuánto podrían contarnos aquellos hijos de policías y de guardias civiles de lo que sufrían en el colegio o en la calle, donde los demás jugaban. Ellos no. Las tiendas donde no despachaban la compra a sus madres. Bonita democracia teníamos.
Fue cuando empezaron a matar políticos y periodistas cuando muchos empezaron a pronunciarse de forma contundente. Ojo, que nos puede tocar a nosotros.
Pero siempre han existido héroes:
Cada vez que ETA asesinaba, Gesto por la Paz convocaba una concentración de repulsa en cada pueblo del País Vasco.
— Louella Parsons (@Louella_Parsons) July 9, 2022
En el mío era en una calle concreta.
¿Saben cuántos íbamos?
¿10-15 personas?
La sociedad vasca, salvo con MABlanco, apenas se movilizó contra ETA.
Cada minuto que esos valientes se plantaban delante de los matones en una calle del País Vasco tenía más valor que las mil palabras y las mil frases repetidas con las que los políticos acompañaban cada atentado: “expresamos nuestra más enérgica condena”. Qué vacío resultaba todo.
Y llegó Miguel Ángel Blanco. La aberración que significó el secuestro de un joven con la sentencia de muerte dictada levantó a España. En mi ingenuidad, y en la de muchos, creímos que esta reacción sería irreversible. Qué tristeza infinita. Un año más tarde, el PNV suscribía con ETA el pacto de Estella.
¿Dónde nos quiso llevar Zapatero dándole oxígeno al brazo político de la banda? ¿Por qué ese repugnante entendimiento entre Sánchez y Bildu?
Los únicos que no pararon en todos esos años de terror y muerte fueron las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Inteligencia, valor y respeto a la ley. Se infiltraron en la banda hasta que ésta quedó inmovilizada. En lo político, el aislamiento propiciado por la Ley 6/2002 de Partidos Políticos. Así se ganó a ETA. Así tuvo que rendirse ETA.
¿Por qué, entonces, tenemos que soportar ahora verlos en el Congreso condicionando la actuación del Gobierno? ¿Dónde nos quiso llevar Zapatero dándole oxígeno al brazo político de la banda? ¿Por qué ese repugnante entendimiento entre Sánchez y Bildu?
Sólo me queda recordar la afirmación varias veces repetida por “el hombre de paz”, Otegui: “nos conviene que Sánchez esté en el Gobierno”.
Mi memoria me dice que tanto sufrimiento fue para nada, que se podrían haber evitado cientos de muertes, que la traición a la víctimas directas del terrorismo e indirectas, que somos todos, no puede perdonarse, que la tolerancia con los malos te hace cómplice de sus actos.
No encuentro otra forma de dar sentido a toda esta desgracia que no sea la determinación de luchar contra este Gobierno traidor. No rendir nuestra memoria, no someter nuestro cerebro al mal, no permitir que nos dicten una realidad inventada. Ahora más que nunca: luchar contra la corriente de podredumbre que nos quiere ahogar.