En escasas dos semanas la Argentina elige la persona que presidirá el país por los próximos cuatro años. El nombre se dirimirá entre el oficialista Sergio Massa y el anarcocapitalista Javier Milei en un original ballotage cuyo formato fue moldeado por el expresidente Carlos Menem, se intuye, para beneficiar al peronismo: se gana con el 45% de los votos, no con el 50% convencional.
En agosto pasado, las elecciones primarias repartieron las preferencias en tres tercios prácticamente idénticos. Redondeando números, Javier Milei obtuvo el 30%, Patricia Bullrich, representante de la alianza opositora de centro, el 29 y Sergio Massa, el 28. Pero la primera vuelta electoral sorprendió con un modesto triunfo del oficialismo con el 37% de los votos contra el 30 de La Libertad Avanza. Este resultado expone varias novedades: Juntos por el Cambio quedó fuera de la carrera; el oficialismo se recompuso y mejoró su performance en casi diez puntos y los libertarios, que veían posible una victoria en la primera vuelta, fueron sorprendidos con un inesperado baño de realismo.
Las lecturas que se pueden hacer de los hechos son infinitas. Las certezas, muchas menos. Los dos candidatos que quedaron en carrera están obligados a reperfilar sus discursos. Si bien es cierto que el oficialista Sergio Massa aduce independencia ideológica y política ya que en 2013 formó su propio partido, el Frente Renovador, y desde ahí participa desde entonces, aún necesita deskirchnerizarse porque acompañó la presente gestión desde su inicio y es el actual ministro de Economía. También es cierto que, al lograr este triunfo parcial sin el apoyo de Cristina Kirchner, ambos saben que no se deben nada. Esto inclina la balanza a favor de la independencia del candidato y sella un alejamiento definitivo de la vicepresidente de la esfera política. Sin herederos reales, también se estrecha el horizonte de su hijo Máximo y el hecho cierto de que, de todo ese lote de dirigentes sólo sobrevive el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, recientemente reelegido por el 45% de los votos.
El campamento que alguna vez liderara Mauricio Macri quedó arrasado. La derrota electoral sumada a un profundo desacuerdo entre sus principales referentes que se venía arrastrando desde hace tiempo hizo temblar las raíces de esa alianza que terminó de romperse cuando Patricia Bullrich y el propio Macri apuraron un apoyo explícito e inconsulto al candidato Milei sin siquiera consensuar la decisión con la tropa propia. La posibilidad de ganar y el rechazo al kirchnerismo habían sido la amalgama que mantuvo la unidad de Juntos por el Cambio y, tras el magro resultado electoral, ese pegamento se esfumó.
De lo poco que se pudo conocer, el respaldo del expresidente al candidato anarcocapitalista, en los hechos, significa una intervención de la campaña que implica un severo involucramiento por lo menos de ahora al 19 de noviembre, día del comicio, en áreas clave: comunicación, fiscalización (el punto débil de La Libertad Avanza) y asesoramiento político para lo cual ya hay un nutrido grupo de sus principales alfiles para respaldar la gestión política, otra de las debilidades del libertario. La militancia de Patricia Bullrich, en tanto, está prestando apoyo en el interior del país, intentando cubrir la supervisión de las mesas de votación, el gran faltante de la elección anterior.
Si se hace un plano largo, ambos candidatos deberán moderar sus discursos para captar el voto de Juntos por el Cambio. Desde los extremos en los que iniciaron la contienda, ambos intentarán un corrimiento hacia el centro. Massa tiene menos complicaciones dado que su discurso siempre apeló al diálogo y la apertura. Javier Milei, en cambio, tendrá que suspender la diatriba que tanto rédito le dio contra la casta política para adoptar el discurso macrista, centrado exclusivamente en el antikirchnerismo. Milei, que prácticamente ha desaparecido de los medios de comunicación desde el domingo de la elección, tiene que reemplazar su traje de candidato anti casta por el de candidato anti kirchnerista. Es un giro tan riesgoso como inevitable. Él, que fue un crítico implacable de Juntos por el Cambio, inclusive más duro con ellos que con el propio kirchnerismo, deberá abandonar uno de los principales ejes de su discurso.
Sin embargo, no luce probable que esta novedad desencante a su público hasta el extremo de retirarle el apoyo pero sí desdibuja una de los fundamentos de su éxito. El objetivo es retener el voto propio y convencer al de Juntos por el Cambio. De todas maneras, representar el antikirchnerismo es suficiente para quedarse con gran parte de los votantes de Mauricio Macri.
Sin embargo, para los observadores más detallistas, la irrupción del expresidente desdibuja al candidato porque surge, inevitable, el recuerdo fresco aún de su mala performance electoral, por lo que la duda es si el protagonismo que tomó la figura de Macri durante la semana posterior a la primera vuelta ayuda o embarra. ¿Puede ser el estratega de la derrota del kirchnerismo quien lo trajo de vuelta? Está claro que si la administración Macri 2015-2019 no hubiese sido tan deficiente, Alberto Fernández y Cristina Kirchner hoy no estarían gobernando.
Mientras tanto, los nuevos apoyos a Javier Milei intentan peinarlo, moderarlo y edulcorarlo. Macri barniza de realismo sus ideas más excéntricas y dice que sus coincidencias filosóficas son plenas. Algunos se preguntan, entonces, por qué no las llevó a cabo durante su gestión presidencial ni selló un acuerdo preelectoral para no llegar a esta instancia. Esta difícil situación que entraña la posibilidad de que el peronismo continúe gobernando el país se deprende de haber enfrentado separados la reciente elección. Sin embargo, Milei llegó hasta aquí, nada menos que a las puertas de la presidencia de la Nación, solo y gracias a su particular estilo. De repente el equipo de Macri viene a hacer ajustes y le cambió hasta la maquilladora. Literalmente. Porque el expresidente conoce a sus votantes y sabe que los modos y algunas propuestas del candidato producen recelo entre los simpatizantes de Juntos por el Cambio.
Pero Milei ¿sigue siendo Milei si deja de insultar a los políticos, si abandona su look rockero, si modera su lenguaje y sus propuestas? Porque en el fondo, Javier Milei es todo eso y nada más. No lo respalda una sólida estructura partidaria, una trayectoria política, no cuenta con un solo gobernador y su fuerza política en el Congreso es minoritaria y bastante anárquica. Los peronistas que llevó en sus listas están volviendo de a poco a sus orígenes, abandonando el sello partidario con el que ganaron las bancas. La oposición le enrostra que ha pactado con la casta a la que se cansó de descalificar.
Cada uno tiene su proyecto de poder. El de Sergio Massa es difuso; se supone que intentará alejarse de la propuesta kirchnerista y virar al centro porque sus mismos orígenes ideológicos lo ubican en el partido liberal de Alvaro Alsogaray, pero hace décadas que recorre el espinel de la política saltando de un lugar a otro y, aunque ahora intente barrer con un medio mundo el fondo del río a la pesca de votantes, todos tienen una opinión formada de él, por lo general, mala. El proyecto de Javier Milei es una bocanada de aire puro tras tantas décadas de decadencia, pero su falta de equipo, estructura partidaria, apoyo parlamentario y experiencia hacen dudar a sus propios votantes de la posibilidad real de llevarlos a la práctica.
Hay otro tema que no es menor. Los candidatos se exponen como opuestos pero comparten una inocultable y peligrosa fascinación por el culto a la personalidad. Ambas son figuras de enorme presencia alrededor de quienes se gesta todo. La Argentina ya ha pasado por ese experimento y nunca terminó bien; tampoco en el resto del mundo.
La habilidad política de Massa está probada y es su mayor activo; sin mayorías y con escasas simpatías entre la dirigencia y la población, ha llegado hasta aquí. De un solo golpe, terminó con el kirchnerismo, con Juntos por el Cambio y en poco tiempo se va a ver que también con La Libertad Avanza tal como fue creada. Forzó el reordenamiento de los liderazgos empezando por el del peronismo y se erige como el máximo sobreviviente del peor gobierno de la historia del que, paradójicamente, es parte.
El hartazgo generalizado y la disposición para una profunda reforma que saque al país del estancamiento se respiran en el ambiente y fue lo que detectó tempranamente Javier Milei. La necesidad de cambios profundos es imperativa y sólo comparable con la complejidad para llevarlos a cabo, para lo que se necesita gobernabilidad.
Es aquí donde los enigmas se apilan. Milei garantiza esa vocación de reforma pero ¿cuenta con gobernabilidad y fortaleza políticas para hacerla realidad? En la otra vereda, ¿cuál es la medida de la vocación de cambio de Sergio Massa? ¿Va a modificar la estructura clientelar de la que se sirvió todos estos años o será el garante de la continuidad? ¿La debilidad política de Milei se solucionará si resultara triunfante en el ballotage o se profundizará? La súbita alianza de anarcocapitalista con la moderación macrista ¿tiene sobrevida o llega hasta el ballotage? ¿El libertario cederá cargos a cambio de apoyo? ¿El público lo percibirá como un co-gobierno con el derrotado? ¿Macri suma a un Javier Milei que llegó solo o desdibuja su genuina versión de rebelde?
La moneda está en el aire y la definición no será por la positiva; el triunfo estará definido por el mayor rechazo a uno de los candidatos. En un rincón, la oferta es el antikirchnerismo y todo lo que eso significa; en el otro, el temor al cambio y a quien lo representa. Quien asuste menos se llevará la victoria.