Más allá de la euforia de Javier Milei y sus seguidores y de la decepción de las otras fuerzas políticas con los resultados que el pasado domingo arrojaron las llamadas PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) en Argentina, es tiempo de los análisis y las proyecciones.
El libertario ganó en 16 de los 24 distritos del país, resultado que algunos medios describieron como «epopeya». Sin embargo, cabe una lectura política profunda de los hechos y la consideración de algunas variables que pueden dar explicación a lo que pasó y marco a lo que vendrá.
La pregunta de por qué tanta sorpresa responde al hecho de que La Libertad Avanza empieza y termina en Milei, o era lo que se creía. Veamos.
Pero Javier Milei se impuso por amplio margen en algunos de los principales distritos del país como Córdoba, Santa Fe y Mendoza. En Córdoba le ganó al actual gobernador, el peronista Juan Schiaretti; también triunfó en Santa Fe, un distrito que hace apenas semanas había ganado Juntos por el Cambio en las internas abiertas provinciales. Y otro tanto ocurrió en Mendoza, con más de 20 puntos de ventaja.
Los gobernadores habían decidido hace unos meses, desdoblar las elecciones provinciales de la presidencial para evitar una influencia nacional sobre sus distritos que calculaban negativa. Fue el Operativo «despegarse del kirchnerismo» e, inclusive, del candidato del partido, Sergio Massa. Hablamos de provincias peronistas, que lograron revalidar títulos y retener sus distritos, salvo alguna excepción aislada. Para no resultar tediosos, vamos a mencionar solo algunos ejemplos: La Pampa, Misiones, La Rioja, Tucumán, Jujuy y Chubut, cubriendo el país de sur a norte tanto como para validar la muestra.
En las elecciones provinciales, llevadas a cabo hace uno o dos meses según cada caso, se eligieron gobernador y legisladores nacionales para el próximo mandato (2023-2027). En Las primeras cuatro provincias mencionadas ganó el peronismo por el 50 o el 60% de los votos, lo que les asegura otro período en la gobernación y una abrumadora cantidad de diputados y senadores. Distinto es el caso de Chubut, donde Juntos por el Cambio logró imponerse al peronismo con un margen ajustado, lo que no implica la desaparición del peronismo sino, muy probablemente, un traspié coyuntural que lo priva de la gestión ejecutiva de la provincia pero que aún le asegura una fuerte representación legislativa en el distrito y en el Congreso Nacional. Y luego está el caso de Jujuy, donde un miembro de la coalición de Juntos por el Cambio logró retener la gobernación.
Ahora bien. El misterio es por qué tantos territorios que hace días revalidaron su preferencia por el peronismo votaron masivamente a un anarcocapitalista para presidente. Porque no es que se llevó un voto marginal y escaso sino que obtuvo 30% o más en la mayoría de esos distritos.
Para entender la estrategia política del peronismo, una fuerza cuya mayor virtud sino la única, es la supervivencia, es preciso volver sobre el desdoblamiento mencionado. Con esa maniobra los señores feudales del interior del país se independizaron de Cristina Kirchner, (hoy un personaje absolutamente desprestigiado en lo personal y devaluado políticamente) pero también del ministro-candidato Sergio Massa.
Simultáneamente, el slogan del candidato libertario es «nosotros somos quienes podemos garantizar el fin del kirchnerismo». Los perspicaces reparan en que no dice «peronismo»; dice «kirchnerismo», un detalle no menor. Rápido de reflejos, el peronismo que aún conserva importantes cuotas de poder en casi todos los distritos del país, captó la consigna en el aire, se deshizo de las caras emblemáticas del kirchnerismo afrontando solos sus reelecciones, no le deben nada del flamante poder obtenido a la conducción nacional y entre aquella elección y las PASO dieron por concluida la lealtad K. Están listos para una nueva conducción. Dada vuelta la página de Cristina y la catástrofe de la que fueron cómplices durante las últimas dos décadas, se abre el siguiente capítulo: «A la espera de un nuevo liderazgo».
Claro que siguen siendo la misma banda de siempre, al frente de territorios arrasados, llenos de pobres, sin la más mínima infraestructura, con poblaciones que viven del clientelismo, la dádiva oficial y el empleo público. ¿Qué necesitaban esos caudillos locales? Una figura prolija, una cara nueva detrás de la cual esconderse para seguir subsistiendo. Y, de pronto, apareció Javier Milei, un personaje atípico, que se hizo popular en los medios de comunicación como economista, diciéndole en la cara a los políticos todo lo que la gente común quisiera decirles. Su expertiz en materia económica es comparable con su desinterés por la arena política, a la que juró no acercarse nunca hasta no hace mucho tiempo.
Paralelamente, declara su admiración irrestricta por Carlos Menem, el presidente peronista que reformó la magistral Constitución Nacional para permitirse su propia reelección. Ampulosas como suelen ser sus declaraciones, Milei no escatima elogios al mencionarlo como “el mejor presidente de la historia argentina”. La misma admiración manifiesta por Domingo Cavallo, ministro de economía de aquel jefe de estado. Los elogios cruzados entre todos ellos y el asesoramiento que Milei recibe actualmente de quienes fueran los principales funcionarios del equipo económico del gobierno peronista de Carlos Menem, son un significativo puente que lo comunica con el peronismo en funciones que, casi como una liana, se aferra a esta nueva estrella tras haber descartado al kirchnerismo.
El sistema asegura al sistema. Por eso la cándida y exclusiva explicación del masivo apoyo a Javier Milei como «voto bronca» de gente cansada de los políticos y de la decadencia es propia de una señora de su casa, pero insuficiente para el análisis político profesional. El hartazgo existe pero un entramado político-económico magistralmente diseñado, también. El interior del país que un día vota peronismo y al día siguiente, anarcocapitalismo exige más interpretaciones que el enfado. Un país que padeció los estragos de una devaluación ruinosa que solo benefició a grandes empresas endeudadas que vieron licuar mágicamente sus pasivos, ahora se entusiasma con la dolarización, de la mano de los mismos referentes de la banca internacional.
Dicho esto, si el resultado de las primarias del pasado 13 de agosto se repitiera en octubre, o sea, de mantenerse la misma proporción de votos entre tres: La Libertad Avanza de Javier Milei, el kirchnerista Sergio Massa (Unión por la Patria) y Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio), la Argentina estaría frente a un triángulo de gobernabilidad complicada porque, mientras el outsider Milei ocuparía la presidencia, un macrista puro (Jorge Macri) gobernaría la capital del país y un cristinista duro (Axel Kicillof) lo haría en la provincia de Buenos Aires.
Es importante agregar dos datos relevantes: ambas Buenos Aires (capital y provincia) albergan casi un 50% de los argentinos. Y acá lo interesante: en ambas, La Libertad Avanza resultó tercera fuerza. El otro dato es que ese Milei poderoso individualmente se traduce en una contundente debilidad legislativa; deberá gobernar con un puñado de diputados y senadores «propios», muy lejos hasta del quorum mínimo necesario para sesionar. Si a eso se le suma su escasa simpatía para los acuerdos, el panorama luce complejo y la gobernabilidad se vería afectada.
La hipótesis Milei Presidente, tal vez la más probable de no mediar alteraciones significativas que hasta ahora no se vislumbran, está fundamentada en que el peronismo prefiere al libertario antes que a Bullrich por lo cual, en un eventual ballotage, recibiría ese apoyo clave para ganar la contienda. Este dato explicaría el aluvión de votos que obtuvo en distritos peronistas o con gran caudal peronista, en los que carece de estructura y, a veces, hasta de candidatos propios. Tal es el caso de la provincia de Misiones, donde ganó la elección primaria para presidente y, sin opciones de su partido para el Congreso, perdió la oportunidad de sumar dos senadores que ahora responderán a la oposición.
En síntesis y más allá de los nombres, Argentina parece no lograr despojarse del síndrome peronista. Mientras la variante kirchnerista está en retirada, la gente, consciente o no, por estas horas festeja el retorno del menemismo como si se tratase de “lo nuevo”.