Hace unos días tuve la inmensa suerte y el grandísimo honor de visitar la ganadería de Miura y son muchas las cosas que inspira este santuario de la tauromaquia. Son más de ciento cincuenta años de historia, siempre en posición preferente. La belleza del cortijo, de sus toros, sus caballos y del campo sevillano en primavera dan mucho que hablar. El trato afabilísimo de los hermanos Antonio y Eduardo Miura son también cuestiones que no lo dejan a uno indiferente.
Pero también genera una sensación que sólo se explica si nos asomamos a la conferencia «Juego y teoría del duende» de Federico García Lorca. Una conferencia en la que el poeta hace gala de su descomunal talento, sensibilidad y profundidad para diferenciar y de qué manera (lean o escuchen la conferencia, está en la web) la musa y el ángel del duende.
La musa inspira las formas y el ángel se las ofrece al artista, las derrama, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra. Pero el duende es mucho más complejo. Lorca recoge la definición de Goethe «ese poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica». El duende, seguimos con la conferencia de Lorca, es el grito degollado de la seguiriya de Silverio, la búsqueda de Dios de Santa Teresa, las pinturas de Goya… son los sonidos negros, es oscuro y estremecido, el duende es lucha y búsqueda. Tiene poco de diversión.
Lorca define la fiesta de los toros como cultísima y perfecta. Duende gitano, romano, barroco y judío personificado en distintos toreros que marcaron época y que el poeta considera los cuatro grandes caminos de la tradición española.
Culta y perfecta, también en su capacidad para representar el espíritu de la época como hizo Manolete con su verticalidad trágica tan apropiada para una postguerra, o el toreo sin reglas y desenfadado de El Cordobés en sintonía con los cambios sociales de los años sesenta. Hoy podríamos leer el toreo profundo y trágico de José Tomás como un recordatorio de que la vida no es para nada «light», pese a que nos la vendan así.
El duende está presente en el cortijo de Miura y sus toros que nos recuerdan que la Fiesta no es una diversión, como dice Lorca, sino una liturgia en la que la muerte está siempre presente. Una Fiesta zarandeada por los políticos, y por el «cafrismo» y la picaresca de un empresariado lamentable.
Los toros han vivido casi siempre en dicotomías. Podían ser dos toreros, como los célebres Joselito y Belmonte y sus dos concepciones del toreo, o de forma más reciente entre toristas y toreristas. Estos polos mantenían la fiesta y el interés. Hoy esta dicotomía esta arrumbada, el triunfo de los toreristas es total. Antes, por poner un ejemplo, una ganadería como Miura, y también Victorino Martín, eran capaces de llenar una plaza de toros. Hoy no. Y se da la paradoja de que la forma de torear de hoy, mano retrasada y compás escondido, hace menos bello y trágico el toreo pero con un toro que apenas transmite peligro. Y todo ello sin entrar en las trampas criminales de la picaresca taurina, que simplemente desvirtúan la liturgia hasta hacerla grotesca con toros mutilados y drogados.
Podemos estar viviendo la última dicotomía, la que impera hoy, entre público y aficionados. El público va a divertirse, pero el aficionado busca algo más, la fiesta perfecta de la que hablaba Lorca en la que el duende se hace presente.
Al empresario le interesa el público, y a las autoridades les debería interesar el aficionado. Al igual que existen dos géneros en el teatro muy diferenciados, el teatro público y el teatro comercial, lo mismo debería ocurrir con la fiesta de los toros.
Y en Madrid, en Las Ventas, que es la plaza más influyente del mundo, vemos cómo se va decantando hacia el público. Nos proponen una «isidrada» de corridas en fin de semana para conseguir más orejas, de ganaderías comerciales de un sólo encaste y en las que la exigencia, esencial para lograr la fiesta culta y perfecta de Lorca, se diluirá en los entusiasmos pasajeros del público, generando una enorme frustración en el aficionado y más pesimismo sobre el futuro de la Fiesta.
Siempre debemos tener muy presente que los nacionalistas acabaron con la fiesta de los toros en Cataluña, pero desde hacía muchos años los empresarios taurinos la habían convertido, para seguir con el símil del teatro, en un vodevil grotesco para turistas. Y esto no sólo ocurrió en Cataluña, sino que también desapareció y por los mismos motivos en Canarias. Usando la terminología taurina, el puntillazo a los toros se lo dieron los nacionalistas, pero el bajonazo se lo había propinado desde hace mucho tiempo los empresarios taurinos.
Lorca nos enseña que el duende no es exclusivo de España, pero sí que prima en nuestras artes, como Alemania tiene musa e Italia permanentemente ángel. El «espíritu oculto de la dolorida España» debe ser protegido o al menos no ser maltratado por quienes sólo buscan llenarse la cartera ante la mirada cómplice o despistada de nuestros gobernantes.