Hasta Antonio Alcántara ha caído en la infidelidad, que es tan antigua como el mundo, pero que está de moda, gana premios, lidera audiencias y arrasa en las redes sociales. Siete mil comentarios en Twitter, tres millones de espectadores y un 15,4 por ciento de cuota de pantalla. Ariadna Gil (la periodista Paz en ‘Cuéntame’ con la que pasa la noche el ejemplar marido y padre de familia al que da vida Imanol Arias) está especialmente guapa y sugerente, pero con todo, no es Julie Gayet, la amante del presidente francés que ha puesto patas arriba la vida política francesa. Lo ha conseguido en la realidad y en la ficción. Tan bien interpretó su papel en “Quai d’Orsay», de Bertrand Tavernier, que fue nominada como mejor actriz secundaria en los Premios César de la Academia del Cine de Francia. Y tan bien hizo de amante de Francois Hollande que rompió la relación entre el presidente de la República y la segunda dama francesa, Valérie Trierweiler, y ya es la pareja aún no oficial del socialista que se divorció de la también socialista Segolene Royal, madre de sus hijos. Es más, el escándalo ha sido de tal envergadura que la actriz decidió no acudir a la ceremonia de los Premios César pese a que su interpretación de asesora estupenda de un ministro de Asuntos Exteriores algo torpe le hacía merecedora de galardón.
En ocasiones, ni siquiera es necesario que la infidelidad se consume en la vida real o en la ficción y basta la posibilidad de que un personaje sea infiel para disparar el interés social por la trama. Ha pasado hace pocas semanas con el falso romance entre el presidente de los Estados Unidos y la cantante Beyoncé. Unas cuantas fotos bien calculadas de varios encuentros entre Obama y la cantante estrechándose las manos o saludándose con un beso casto fueron suficientes para que todo el mundo quisiera saber más de la historia.
La diferencia entre estos recientes fenómenos es que al presidente de Francia se le consiente la infidelidad (Obama, de haber sido cierta, lo habría tenido más complicado como Bill Clinton puede explicarle con detalle), pero al pobre Antonio Alcántara le van a moler a palos porque su mujer, Merche (Ana Duato), y sus hijos son como de la familia para millones de españoles que llevan quince temporadas metiéndolos en el salón de casa, y porque oficinista en Madrid y luego empresario del vino puede serlo cualquiera. Como infiel, que cualquiera fantasea con serlo mientras confía en que no le sean infiel. Antonio es como cualquiera de nosotros, por eso no va a gustar que engañe a Merche. Es una cuestión de empatía, no de guerra de sexos. ¿Pero qué divertido es ver la infidelidad en la televisión o leerla en los periódicos o comentarla en las redes sociales, verdad? Es morboso porque es ficción, o porque la comete el presidente del país vecino, o el famoso ajeno y lejano… Si es el primo o el cuñado ya tiene menos gracia y si es tu pareja deja definitivamente de ser divertido verlo en pantalla, leerlo en la prensa o que lo comenten en Twitter y en Facebook. Que le pregunten si no a Merche o a Valérie. Para ponerse en sus zapatos y no por ser mujeres, que eso es casualidad. Porque Paz (Ariadna Gil) también tiene en la serie un marido que, claro, no es Antonio Alcántara.