Nadie lo ve nunca, pero ahí están las audiencias de La Isla de las Tentaciones (Telecinco). Esta edición está siendo el éxito de Montoya, concursante sevillano de reacciones desgarradas.
Montoya hablaba de sí mismo en tercera persona como Cristiano Ronaldo, y probablemente diga también «obvio» en sentido afirmativo, pero pronto cayó bien. Como se diría antes: ha ido conquistando a la audiencia.
Hubo de primeras un choque de machos alfa de la gracia. Su novia se fijó inmediatamente en un «tentador» gaditano, de nombre Manué, que le hizo dudar de sí mismo. Porque Montoya, hasta ese momento, era el dueño total de la conversación con su torrente de sevillanía, pero llegó el gaditano, retador («ere un papafrita») y quiso imponer su chispa más salada. La gracia contra la guasa. Fue como un cruce de miradas en el Oeste y se notó que la novia dudaba…
Lo que se presentía, sucedió. Ella, pretextando no sé qué (los engañados siempre se merecen lo que les ocurre) se dejó llevar, empezó a «fluir», y cayó como el Imperio Romano. A Montoya no le quedó más que verlo todo, torturado, y fue ahí que se reveló su potencial.
Porque Montoya lleva el dolor de los cuernos a un patetismo casi de cómic. Se desmorona en el suelo, grita como si estuviera de parto, se rasga flamenco la camisa, o empieza a hablar sin fin. Lo que vemos es terrible: su novia en brazos de otro hombre, una tortura que él lleva al extremo gestual, como un paso de Semana Santa de los cuernos, para luego, en el apogeo en que su furia pudiera ser sospechosa de otra cosa, desmoronarse en efectos cómicos: tirarse roto en la orilla, lanzar un peluche al infinito, correr por la playa como Rocky gritando «¡Me has reventado por dentro!» o pedir más detalle «cámara once, cámara once»… Su palique sevillano se extrema, se acelera su locuacidad, se pone a un nivel de rapero, toca las palmas, «salta la gamba» y habla en todas direcciones, «un beso, Sandra, gracias por venir»… Al lado de la Barneda, hierática junto al fuego como una vestal, Montoya parece uno de esos personajes del teatro clásico español que representaban la cómica figura del cornudo. El cornudo contento, el cornudo en las nubes… Hay algo de nuevo cornudo cómico en Montoya. Su humor nos invita a tomarnos estas cosas (que estadísticamente son una certeza per cápita) de otra forma. Del amor al dolor hay un paso, y del dolor a la carcajada, también.