«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Mujer, ecografía

24 de junio de 2025

La noticia de la despenalización (y para la mujer, no los médicos) del aborto hasta el parto en Inglaterra deja pensativo.

Estas cosas pasan y seguirán pasando por la pérdida de lugar de la religión, algo así escribió en un tuit, hablo de memoria, el historiador Alejandro Rodríguez de la Peña, y tenía razón. La consideración como sagrada de toda vida humana es propia del cristianismo, que se preocupó por el feto antes que nadie en la historia. Podríamos decir entonces que estamos en niveles precristianos, o poscristianos, pero tampoco.

Porque antes ya había una preocupación por la vida y el aborto, en la tradición hebraica, por ejemplo, y en los griegos. La licitud o ilicitud del aborto en función del momento. que Aristóteles consideraba estaba alrededor de los 40 días. Esto se debatió durante siglos: cuándo se infundía el alma en la criatura.

La Iglesia extendió su influjo moral sobre las legislaciones europeas pero después, cuando surgen los Estados-nación, la política toma el relevo. Se preocupó por el feto como ciudadano, trabajador, soldado… (la única vía de protección que le vemos ahora es salvar al contribuyente). Perseguir el aborto fue una preocupación seria de los Estados después de la Revolución Francesa porque la población era la riqueza de un país. También llega el desarrollo científico y en los partos y embarazos aparece el hombre (el médico). La preocupación por la natalidad llega al máximo con el Estado totalitario: contra el aborto (Italia), a favor del aborto (China) y a favor o en contra según la raza (Alemania).

La Iglesia deja de ser escuchada, y el Estado cambia. Algunos dirían que su totalitarismo se hace de otro signo. En el globalismo, la natalidad se incorpora por inmigración y el Estado legisla para la mujer, ya en el sufragio. El embarazo es una cosa femenina. No sólo se protege a la madre, se le reconoce un derecho. Se va configurando un espacio de autonomía. Sin tutela de la Iglesia, el Estado se aparta también o va dejando hacer.

Es curioso que el feminismo y las ecografías llegaran casi a la vez. Esos aparatos para ver al bebé en el vientre de la madre se inventan a finales de los años 50 y se desarrollan, más o menos, con la liberación sexual y de la mujer. La píldora anticonceptiva, por ejemplo, es de 1960.

La ciencia nos asoma a una vida: vemos su formación, su realidad humana, sus rasgos, sus gestos, sus movimientos… ¿Cómo han hecho para no verlo?

La ciencia coincide con la religión: la vida existe desde el principio. Y la técnica nos enseña sus rasgos humanísimos: no hace falta que el niño salga para saberlo. Ni por lo intelectual, ni por lo emocional se puede negar.

Y sin embargo, se niega. O se deja en suspenso la cuestión. Y se manejan unos plazos que, si bien la vida actual compatible con unos ciertos límites, no tienen, en realidad, sentido científico ni moral. Son los 40 días de Aristóteles. Son atavismos, o nociones primitivas, arcaicas, previas al desarrollo moral de nuestra religión y de la ciencia. Y aun eso les estorba. Entrevemos una especie de barbarie. Asoma un estado, en cierto modo, previo a la cultura.

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