«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Nadal contra corriente

19 de octubre de 2020

Mi admirado amigo el catedrático de filosofía Javier Hernández-Pacheco me da ánimos para esta nueva aventura iberosférica con un sabio consejo (los filósofos no lo pueden evitar: va con el puesto). Tras leer mi primer artículo, «Democracia saludable», me pide que mis textos no resulten tan previsibles que se sepa qué vamos a defender nada más leer el título. Los consejos de los filósofos son como los conejos de los magos: están escondidos en la chistera. Deduzco que no se refiere a que yo haya defendido una democracia sana tras el título salutífero, o no sólo. Quiere dejarme caer, con socrática discreción, que existe el peligro de que en un periódico ideológicamente uniforme la opinión devenga monolítica.

No será el caso, porque, en el excelente plantel de columnistas que se ha desplegado durante esta primera semana de La Gaceta, hay un amplio abanico no sólo de estilos, sino también de sensibilidades, intereses, edades, nacionalidades y trayectorias. Pero yo, por mi parte, voy a restar de revés con el título de hoy. No es que Rafa Nadal vaya contra corriente, sino que voy a irlo yo, criticándole.

Nuestro deportista ha hecho, tras pasar a la final de Roland Garros, un discurso que ha gustado muchísimo transversalmente por su humildad y sencillez. Ha declarado: «Nuestro deporte tiene una importancia mínima […] queda hasta feo hablar más de la cuenta de un torneo […] si de algo al final tenemos que servir entiendo es de entretener a la gente y de distraerla […] crear el mejor espectáculo posible para que la gente al menos se pueda distraer de tantos problemas como tenemos a día de hoy».

Del mismo modo que una bandera no es un trapo de colores, sino un símbolo; un deportista no es un señor que suda la camiseta, sino un mito.

El problema de tan aplaudidas palabras es que no son verdad y que, encima, la humildad, como decía Santa Teresa, es andar en verdad. El deporte no tiene una importancia mínima. Como también nos enseñaron los griegos más olímpicos, hay, aparejado a las victorias deportivas, un orgullo ciudadano, que, en realidad, es casi sacro, aunque por el rollo laicista de la postmodernidad, nos contentamos con decir que fomenta la autoestima colectiva. Por eso, el marquesado a Del Bosque cuando ganó el mundial de fútbol: por sus servicios a la patria. No por el trofeo en sí, que entonces sólo hubiese sido una redundancia retardada. Por cierto, Nadal se merece un ducado urgente, no se nos vaya a perder por los derroteros de la humildad.

Él hace mucho más que entretener, distraer, divertir y dar un buen espectáculo. Del mismo modo que una bandera no es un trapo de colores, sino un símbolo; un deportista no es un señor que suda la camiseta, sino un mito. Nos presenta un modelo de esfuerzo, garra, entrega y sacrificio (y de éxito) que a estas alturas y en nuestras circunstancias nos resulta imprescindible. Despliega sobre la pista y fuera de ella una serie de valores, principios y virtudes que incluso los que no ejercemos el deporte nos sentimos llamados a emular. Con algunas accidentales diferencias, mis alumnos de FP, aunque no me leen (o tal vez por eso), muestran un enorme orgullo de que un profesor de ellos escriba en los diarios (y a mí, naturalmente, me parece excelente). Yo también exulto cuanto me cuentan que sueldan o remachan de maravilla, aunque no me veré en ésas.

Urge traer a nuestros trabajos y nuestros días, cuando se imponen el desaliento y la desmoralización, el esfuerzo al contraataque, la pasión y la competitividad de un Nadal. Estamos, como explicó Esquilo en Los persas, ante «la lucha por todo». Se tambalea nuestro mundo entero; y, por tanto, esa lucha se da en todas partes (en la política, claro; en la cultura, por supuesto; y en los trabajos más corrientes, incluidos los talleres de calderería) y se gana haciéndolo todo poderosamente bien y con valor, con orgullo. Nadal, como ejemplo y como ánimo, deviene indispensable. Por eso me atrevo a contradecirle y, encima, aquí, que somos tan partidarios, en mitad de la pista. Filosofía obliga. Nadal no nos distrae, nos concentra.

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