Ayer me dejé caer por Ferraz porque me dio la gana, que es la razón más sobrenatural. Seguí con envidia las manifestaciones de la semana pasada. Las del domingo me pillaron jugando al tenis y las del lunes en clase, que es una de cal y otra de arena. Pero estos últimos días he estado en Ferraz. Desde pequeño me han educado en la cultura de la protesta, que es la cultura de la responsabilidad. Frente a lo que se piensa, protestar no es un acto irresponsable o pueril; y si no me creen, lean la resignación y rebeldía de Dani de Fernando, muy protestón él.
En Ferraz encontré gente normal. Acostumbrado yo a acudir a las manifestaciones provida —aquello tiende a ser el arca de Noé—, en Ferraz todos estamos cortados por el mismo patrón: el del hartazgo. No creo que lo peor de la derecha se junte allí, sino todo lo contrario: frente a la sede del PSOE se reúnen miles de españoles ejemplares que renuncian a un rato de sí mismos para protestar contra la ilegalidad. Encontré familias, profesores universitarios, obreros, señoras jubiladas, familias enteras, alcaldes periféricos y hasta pelderics.
Estos días, sin embargo, se ha difundido entre los medios de comunicación conservadores la idea de que las concentraciones en Ferraz son pacíficas salvo por una docena de radicales, estupendamente orquestados y —por qué no— alentados desde el Gobierno, que han logrado embarrar las protestas contra la amnistía. Nada más lejos de la realidad, decir que unos neonazis están reventando las manifestaciones es una idea preocupante porque responde a una realidad falsa. Y el que ha estado frente a la sede del PSOE lo sabe.
Más preocupante que la idea de ciertos colectivos es la realidad de la calle. Esta semana en Ferraz yo no he encontrado neonazis con actitudes extremas, sino gente normal y corriente que está sencillamente hasta los huevos. En aquel cruce reconocí con pasamontañas a un amigo de ICADE que jamás ha alzado la voz; encontré a un íntimo amigo, pacífico e hipocondríaco como Woody Allen en cualquiera de sus películas, con bolas de golf compradas en un chino; me crucé con el tipo más sensato que pensaba conocer ataviado con toallas húmedas en la cara y dispuesto a respirar el veneno policial; me manifesté junto a un seminarista que gritaba ferozmente contra Pedro Sánchez y su estirpe genealógica.
Todo esto está pasando en Ferraz y no son sólo los neonazis o los enviados del Gobierno los que revientan las manifestaciones. Claro que siempre, es una cuestión de estadística, se cuelan determinados imbéciles que buscan en los antecedentes el afecto del que carecen. Claro que Peralta y la compañía de Desokupa emponzoñan las cotizadas primeras líneas. Pero la violencia no viene de sectores radicales sino de gente normalísima que no aguanta más. De neonazis, como usted dice, que habitan en su salón y cenan en su mesa.
Y esa es la idea verdaderamente preocupante: no que Ferraz esté lleno de fachosos radicales, sino que los que siempre han sido mejores que los socialistas y comunistas han descubierto la sencillez de bajar al barro. De tanta actividad al otro lado de la verja, los de este lado han terminado por descubrir las bondades de una bengala. Esto nos lleva a un lodazal de violencia que nos convierte casi en piara. Pero no deja de ser la consecuencia natural de habernos tratado como cerdos camino al matadero.