«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

No toda España paga traidores

7 de octubre de 2024

Apenas unas horas, aunque sí muchos kilómetros de distancia han separado las pitadas con las que el público, un público muy particular, ha recibido a Fernando Grande-Marlaska y a Salvador Illa. El ministro del Interior fue abucheado por los asistentes al concierto de la Guardia Civil que abarrotaban el Teatro romano de Mérida, mientras el presidente de la Generalidad de Cataluña recibía los pitos del público que contemplaba el concurso de castells de Tarragona. El consabido grito a favor de la independencia de esa región atronó el recinto al que había accedido quien recientemente, pretextando la búsqueda de la normalidad, ha recibido al cabecilla del clan Pujol y al detector de baches en el ADN de los españoles, ese Joaquín Torra que ve en los españoles bestias con apariencia humana Illa y Marlaska, Marlaska e Illa, tanto monta. Dos caras de la misma moneda, dos marcas de la empresa con sede en Ferraz que exprime la rentabilidad del desmantelamiento de la nación en colaboración con los caciques territoriales.

El sonoro recibimiento dado al ministro no pudo encontrar un escenario mejor que el de las piedras del teatro construido en una ciudad que albergó a los soldados eméritos, a aquellos que se habían ganado un cálido retiro después de combatir en las guerras cántabras. Si Roma no pagaba a traidores, es seguro que más de un asistente al concierto trocó el nombre de aquel imperio por el de España, nación en la que, de un tiempo a esta parte, el del llamado «sanchismo», son los delincuentes, los traidores, quienes redactan unas leyes que, a diferencia de las de Atenas, son más endebles que una tapia. Parapetado tras su cohorte de escoltas, el juez fue insultado por quienes se ven directamente perjudicados por la modificación de la ley de seguridad ciudadana, cesión hecha a esa Bildu, a la que el Partido Popular, aferrado a una visión formalista de la democracia, se negó a ilegalizar, que se duele de los pelotazos de goma pero que sigue desarrollando las políticas etarras. Nada extraño, pues, a pesar de la alta dosis de cinismo que exhiben los bildutarras, varias decenas de miembros de la banda terrorista fueron incluidos en las listas a las elecciones europeas del partido acaudillado Arnaldo Otegui, ungido como hombre de paz por José Luis Rodríguez Zapatero, el venezolano.

Lejos de Mérida, pero también en una ciudad orgullosa de su pasado romano, Salvador Illa, heraldo de la convivencia que publicita Sánchez, fue increpado. Al cabo, el PSC, partido engañacharnegos dispuestos a dejarse engañar, no deja de ser una marca españolista para quienes compiten en su visceralidad contra una España sobre la que proyectan sus propios complejos. De nada sirve que Illa haya llegado al poder en Cataluña con el objetivo que impulsar la ya acostumbrada obtención de privilegios que desde La Moncloa se otorga a los colectivos más desleales para con la nación. De nada que redoble sus esfuerzos por erradicar el español, en beneficio del inglés, aunque él no lo sepa, del espacio público. Illa no es de los suyos ni lo será nunca, por más que se esfuerce, pues la senda de la secesión está jalonada de jugosos negocios a los que los custodios de las esencias catalanistas no están dispuestos a renunciar.

Los de Mérida y Tarragona son dos momentos hostiles, dos trances por los que han de pasar quienes han contribuido a construir el muro. El próximo día 12, si las distancias siderales que le suelen separar del «pueblo» no lo impiden, será Sánchez quien habrá de escuchar los silbidos de aquellos a quienes los periodistas orgánicos se encargarán de adjetivar.

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