Queridos Reyes Magos:
Estos días os hemos escrito cada uno una carta de buenos deseos. Pero reflexionado un poco, hemos llegado a la conclusión de que más vale malo conocido que bueno por conocer. Así que, por si acaso, queremos dejaros también una lista de mínimos.
A estas alturas ya nos conformamos con seguir así. Uno se levanta por las mañanas pensando que todo irá mejor, pero luego vemos que no, y a 2024 le pedimos sencillamente que no vaya a peor. No pedimos inteligencia ni erudición en el Congreso, sino calma hormonal para sus señorías. Nos conformamos con que Yolanda Díaz no nos agarre la cabeza, como hace con todo el que se le cruza, y nos plante un beso que ya quisiera Jenni Hermoso. Porque a esta señora va a haber que empezar a llamarle ‘la rubiales’, y no por su color natural. O mejor, que no nos invada a nosotros un espíritu de tía abuela solterona que va por ahí inmovilizando y babeando gente. Es pensar en el hemiciclo y echarnos a temblar.
Nos conformamos con pasarlo tan bien en el trabajo como este año. No porque las noticias hayan sido muy alegres, sino porque gracias a Dios sabemos reírnos de nosotros mismos y tenemos vocación de felicidad. O más conformistas aún, vocación de náufragos, que diría Tintín. Esto nos permite encontrar alegrías lo mismo en un portentoso injerto capilar de un fiscal que en un directo no muy lucido del sorteo de la Lotería.
Nos conformamos con que Europa no joda la marrana, y si no nos va a salvar como desearían Dolors Monserrat y González Pons —nos conformamos también con no escribir nunca las cochinadas que escribe, creyéndose un Marqués de Sade moderno, González Pons—, pues que por lo menos no apuntale la sonrisa mandibular del presidente. Ese «tipo estupendo» que dice, ay, Zelenski. Eso sí, llevaos a Von der Leyen el próximo junio. Con ponis o sin ellos. Este punto no es negociable.
También nos conformamos con seguir sonriendo cada vez que el hurto llega a la balda de la leche en la nevera de la redacción, aunque sacudamos la cabeza a veces un poco picados, como quien saluda a Baltasar en la cabalgata en el momento de mirar a otro lado. Y cuando llega a nuestros corazones, que de vez en cuando también pasa.
Nos conformamos con mirar a los niños y entender en su risa, mejor que en los púlpitos, la existencia de un alma. De la suya que ríe y de la nuestra que contempla, claro. Nos conformamos con no tener los complejos de PAM, la cara de malo de Austin Powers de Bolaños ni sus ganas de colarnos donde no nos quieren. También en las tumbas ajenas. Por no hablar de las salidas horripilantes de Montero, insultando a todo el mundo.
Nos basta con no parecernos, nada nada nada, a Cuca Gamarra, no por su pelito corto como de institutriz victoriana, sino porque la falta de carácter, ese silencio atronador de los que deberían ser buenos, permite ganar a los malos. Nos conformamos con una vista clara, sin las dioptrías que asolan a Feijoo y las gafas de pasta gorda y de pega de Borja Sémper, que sin embargo le impiden apreciar la realidad —Borja, lo sabemos todos: llevas las gafas sin graduar—.
Nos conformamos con que, si pensáis que hemos sido malos, nos traigáis carbón, que ya veremos cómo usarlo contra la pobreza energética a la que nos condena el Gobierno, pero nunca, por favor, el libro de Pedro Sánchez. Y tampoco el de Irene Lozano. Nos conformamos con que Noviembre Nacional pase de la primavera y los romances de Ferraz no queden en versos octosílabos. Con ponernos morenos en la piscina ya que nos van a dar la turra con el cambio climático. Que se cumplan sus catastróficas predicciones y podamos pasar calor. Mucho calor.
Nos conformamos con una conciencia tranquila. Con seguir convencidos de que, aunque sin mucho éxito, hacemos el bien, pronunciamos la verdad y recreamos la belleza. No olvidaremos la copita de coñac y los mazapanes preparados la noche del cinco. Nos conformamos con que brindéis por nosotros y por los que nos leen, ya que sin ellos no somos nada. Nos basta con seguir escuchando a aquellos que más nos quieren, un año más, Feliz Navidad.