Ya, sí, no me digas más. Lo sé y lo he escrito mil veces. Lo de los inmensos desiertos morales y reales que nos separan del diputado que llegó para irse, le cogió el gusto a Madrid, y ahora es más probable que la Cibeles se mude a Cataluña antes de que lo haga él. Por esto último no lo culpo. Madrid: grandes copas, grandes chicas, y pocos juicios a partir del tercer gintonic. Cataluña: vigila el bolso, brasa nacionalista, y multiculturalismo coñazo.
Pero hazte a la idea de cómo estarán las cosas en España para que ayer, con permiso del dedo acusador de Santi Abascal marcándose el meme de la temporada, el mejor discurso en el Congreso lo haya hecho Gabriel Rufián, sino con sus palabras, sí con sus gestos, que sacaron de quicio al presidente, mientras un Sánchez más acabado que el teletexto intentaba que no se notase mucho el temblor de sus manos. Sé de lo que hablo. Me tiemblan las manos desde niño, incluso cuando estoy muy tranquilo, y conozco perfectamente esos trucos que intentan disimular el arrobo del alma cuando comienza el terremoto en la punta de los dedos. Y a Sánchez ayer le faltó pedir una cuerda para anclarse las manos al escaño y evitar el zigzagueo.
Años atrás, cuando el de ERC empezó a triscar somnoliento por las callejuelas que rodean al Congreso, con aire de turista al que no le gusta el destino, coincidía a menudo con él. Eran los tiempos en los que intentaba ser demasiado ocurrente llevando una impresora al Congreso, que todavía no había aprendido a hacer pausas al hablar, y que resultaba, en fin, demasiado soso para el Club de la Comedia y demasiado graciosete para el parlamento.
El poso lo dan los años, supongo, aunque prepararse los discursos ayuda. Al tipo ahora hasta le piden selfies los chicos de la derecha, que Vito Quiles lo ha hecho famoso entre el facherío tiktokero. Y hay que reconocerle algo en esto también: Rufián ha demostrado ser bastante más inteligente que todos los patxilópez juntos, y que los violentos y amargados lanzamicrófonos podemitas, al torear las embestidas audaces del reportero con buen humor y trilerismo marca de la casa. Al final, algunos esperan los encuentros Quiles-Rufián como quien espera una final de la Champions.
Rufián solo dijo ayer una tontería en el Congreso que estropeó su discurso, cuando quiso abrazar la equidistancia de un Pérez Reverte cualquiera señalando que la derecha es la experta en robar, como intentando que yo no pudiera escribir este artículo, o que no le escupan en el café en la taberna de Iglesias; aunque quizá en su partido esas gracietas de Primero de Progresismo Mainstream no sean las más adecuadas.
Sin embargo, manda huevos, a dónde nos habrá llevado el PSOE de Sánchez, que Rufián estuvo brillante en todo lo demás. Y la única pena al final –además del vicio del golpismo no arrepentido, al menos no arrepentido en público- es que sea lo que es; es decir, que a pesar de haber chuleado como un torero al Sánchez más chuleable de la legislatura, jamás dejará caer al Gobierno pese a toda su palabrería, porque eso le obligaría a volver al ostracismo de la aburridísima y sectaria Cataluña que se han montando sus amiguetes de golpe y trinco; y de Madrid al cielo, sí, pero de Cataluña ya solo se va a los suburbios de Rabat.